A pesar de que lleva a sus espaldas más de tres décadas recorriendo el mundo micrófono activo y en mano, las pilas de Rosa María Calaf (1945) aún no se han gastado.
Tras haber visitado más de 180 países y ser reconocida por muchos como una de las periodistas más importantes de las últimas décadas en España, su característico mechón plateado sigue acompañando a su lucidez y capacidad de análisis en conferencias y mesas de debate. Su siguiente parada es la Biblioteca Pública de Ceuta, donde mañana, a partir de las 12:30 horas, acompañará a la Federación Andalucía Acoge para visibilizar la situación de las personas refugiadas.
Antes, responde a las preguntas de EL FARO. En cierta medida, esta entrevista rememora su día a día durante muchos años. Recién llegada al hotel tras coger un avión, casi sin tiempo para asentarse en su nuevo destino tras llegar (esta vez) de los Premios Princesa de Asturias, retoma la dinámica de la pregunta y la respuesta. Una vez más. Aunque en esta ocasión ella es quien ofrece las respuestas.
- Un viaje más. ¿Recuerda cuál fue el primero de su vida?
Claro. Eran inocentes: viajes familiares, de verano, a la Costa Brava. Mi primer recuerdo viajando sola fue con unos siete años: mis padres me mandaban al pueblo cercano donde vivían mis tíos. Lo cierto es que el primer viaje que me marcó fue haciendo autostop por Europa, casi durante dos meses en el verano de 1963. En esa época no viajaba nadie, menos una chica y mucho menos haciendo autostop.
- Ya ha llovido desde entonces.
Mucho. Tuve la suerte de tener una familia muy viajera. Imagínate el contexto de esos años. Aquellos primeros viajes que me marcaron fueron con un compañero de facultad de derecho y suecos o alemanes que encontrábamos. Igualmente, a los 13 años ya me mandaban a estudiar en los verano a Vichy (Francia).
- Y seis décadas después, ¿cuántos países le quedan por visitar?
Llevo 183. Me quedan trece si contamos los reconocidos por la ONU. El problema es que cada vez hay más: se van independizando y cada vez me lo ponen más difícil (risas).
- Como catalana, ¿ve posible materializar las hipotéticas fronteras que se están planteando en su tierra?
Espero que no. No soy independentista, soy internacionalista y no hay que crear fronteras, sino derribarlas. Es un tema complejo y se ha querido simplificar entre buenos y malos. Esto es un tema muy español, de nuestra idiosincracia, de país binario, sin cultura del consenso, del pacto, como pueda ser Italia. Tenemos una cultura de la confrontación y no sabemos salir de esos embrollos porque los extremos se esmeran en seguir manteniendo el enfrentamiento. Si se sientan a pactar y dejan de pensar que pactar es perder, ellos, esos extremos, dejan de existir. Y no quieren. Si siguen así, con esos intereses, nos van a llevar al absoluto desastre. Se ha hecho muy mal desde los dos lados y veremos cómo avanza, pero la situación es preocupante.
- Sobre todo en estos días.
He visto situaciones relativamente parecidas y en esta ocasión se corre un gran riesgo: no se juega no con la información rigurosa. No hay tiempo, ni argumentos, ni posibilidad de reflexionar sobre lo que está pensando. Se está jugando con las emociones.
- Quizás la mayor prueba de ello es la cantidad de banderas que vemos estos días en los balcones de cualquier ciudad del país.
Cuando se empiezan a sacar las banderas empezamos a hablar de emociones y eso es muy peligroso. Ayer en los Premios Princesa de Asturias hubo varios discursos de los intelectuales diciendo que da igual del signo que sean los nacionalismos porque siempre son excluyentes y siempre buscan movilizar a favor de su causa, no explicar. Hay que poner la razón sobre la mesa y traer la sensatez. Está claro que no se pueden cometer ilegalidades porque el Estado de derecho es importantísimo y España ha logrado una calidad democrática muy aceptable; no te puedes saltar esto a la torera. Pero el Gobierno tiene que intentar entender qué hay detrás del problema catalán. A golpe de sentencia no se resuelve. Ni a golpe de sentencia ni a golpe de calle. Sólo se resuelve pensando en el bien común, sentándose a hablar con la voluntad de conseguir un pacto digno. Y para ello en estos momentos no tenemos a los políticos que necesitamos.
- Políticos o periodistas: ¿quiénes sufren un mayor desprestigio por parte de la sociedad española en estos momentos?
A los periodistas nos han dado la culpa porque es fácil hacerlo con los mensajeros, pero en parte nos la merecemos. No hemos sabido defender como era debido la calidad del periodismo, su compromiso social. Se ha diluido en otras cosas y las empresas periodísticas se han alineado más a vocaciones mercantiles, de servicio a intereses de unos pocos, que a servir realmente a la comunidad. Los políticos tampoco están a la altura del momento complicado que vive el mundo. Estamos muy centrados en nuestro tema, pero cuidado con el tema del ‘Brexit’, de Trump, del señor Putin, de Alternativa por Alemania en Berlín o de las elecciones en Austria. Cuidado porque hay que tener muy claro que la defensa de la democracia requiere que todos entendamos qué es la democracia, que consiste en respetar a los diferentes y al diálogo. No es un concepto maleable que se pueda utilizar cuando te conviene.
- Mañana visita Ceuta de la mano de Andalucía Acoge en una acción para visibilizar la situación de las personas refugiadas. ¿Qué pueden esperar los ceutíes de su ponencia?
Hablaremos sobre el tratamiento informativo del tema de los refugiados, cómo se ha hecho. Cuando la información la hacéis los periodistas que estáis ahí, que conocéis bien el tema y estáis especializados, las informaciones son bastante más precisas, en la línea que relata los hechos y que utiliza el lenguaje adecuado. La palabra ‘refugiado’ se utiliza mal. Desde un punto de vista jurídico, no todos lo son. La palabra migrante, por ejemplo, se usa muy pocas veces. Vuestras publicaciones se ajustan bastante más a los manuales. En la prensa generalista y convencional personas o periodistas que no conocen el tema tienen que estar escribiendo sobre esto.
Hay quien está interesado en mostrar esas imágenes como amenaza. La información que proporciona está dirigida a crear esa percepción de peligro y el lenguaje se utiliza subliminalmente, inculcando ese matiz. Cuando un ministro dice y un periodista reproduce que hay una ola de personas que asaltan la valla hace que el receptor asuma que es una ola a la que hay que temer. Hay una voluntad de determinados sectores por presentar al migrante como una amenaza.
También hay otro sector que los presenta como víctimas, provocando otro tipo de emociones, pero no se habla de que son sujetos de derecho igual que cualquiera de nosotros. Hay que ir mucho más allá. Nuestra misión es contar qué pasa pero hacer un análisis y proporcionar al lector los elementos de conocimiento suficientes para que antes de formar una opinión tenga esa posibilidad de analizar por qué sucede esto y quién es responsable de que suceda. Quiero transmitir esa importancia de que no es un tema cualquiera.
- Cree que las de Ceuta y Melilla son las fronteras que marcan una mayor diferencia socioeconómica?
No lo sé. No conozco a fondo la zona. Me viene a la cabeza la isla de Lampedusa (Italia), que se ha convertido en una frontera que claramente marcan la desigualdad que impera en el modelo social que estamos construyendo, en el que hay una burbuja de bienestar pero también un gran mundo exterior que está excluido de eso.
- ¿Habías estado alguna vez en Ceuta?
Estuve varias veces, pero hace muchos años, antes de marcharme como corresponsal en 1983. La última vez debió ser en los 70. Quería quedarme un día más pero al final la agenda no me lo ha permitido.
- ¿Cómo ve la situación de la que fue su casa? Hemos visto varias reivindicaciones y quejas por parte del colectivo de trabajadores de TVE por la imparcialidad, especialmente en informativos.
Muy mal. Televisión Española siempre ha tenido etapas mejores y peores. En este país nunca se ha explicado bien el concepto de lo público, de bien común. Siempre ha habido una tendencia por parte del gobierno de turno a creer que la televisión pública era como un regalo. Unos lo han manejado de manera más sutil y otros menos. En estos momentos estamos en una situación muy grave porque se están cometiendo tropelías. En este sentido la televisión de Cataluña también está haciendo un flaco favor a la pluralidad.
- Usted ha sido una de las mujeres más reconocidas en el mundo del periodismo en España. ¿Cómo se explica que a estas alturas suponga una excepcionalidad ver a una mujer directora de periódico en este país?
Es una excepcionalidad porque no hemos avanzado al ritmo que se debería haber avanzado en derechos e igualdad. Se ha tergiversado por aquellos que han querido deteriorar la imagen del feminismo, convirtiéndola en otra cosa, haciendo creer que es un ataque contra los hombres y una exclusión de los otros en lugar de lo que es el feminismo, que es defender los derechos de las mujeres, la mitad de la población.
La revolución más importante del siglo XX se hizo sin sangre: fue la incorporación de la mujer al mercado laboral y los avances que supuso. Aquellos que lo han querido frenar han conseguido que en aquellos mundos en los que las mujeres están más reprimidas sigan pensando que no tienen nada que hacer y los países más desarrollados se quiere hacer pensar que no tienen que hacer nada porque ya está todo hecho. Estamos en un modelo social completamente androcéntrico en el que predominan los valores masculinos. Encontrar a una mujer directora o en un puesto de responsabilidad es una rareza. Eso significa que no se ha conseguido que se entienda que cuando se habla de derechos de la mujer y de feminismo es en beneficio de todos: cuando una sociedad no utiliza a la otra mitad esta desaprovechándola.
- Volviendo a Cataluña: ¿habríamos llegado a esta situación si ambos extremos de los que hablábamos hubieran estado liderados por mujeres?
Es una pregunta muy difícil. Probablemente se hubiera llevado de una forma distinta. No se puede responder categóricamente porque estamos viendo que hay situaciones en las que mujeres que llegan a puestos de mucha responsabilidad creen que tienen que comportarse como hombres. Y eso no es así: lo importante es complementarse, mezclar los atributos y las cualidades femeninas con las masculinas. Eso sería mucho mejor para todos. Si hubiéramos tenido a una ‘Puigdemona’ y a una ‘Rajoya’ al frente, la gestión, desde luego, hubiera sido distinta.
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