Opinión

Los romanos y el origen de las aceras

Ya saben que los romanos invadieron la Península Ibérica hacia el año 218, antes de Cristo (a. C.). A Lusitania la ocuparon el año 150 a. C. No fue un simple “paseo militar”, porque la población celtíbera de la vieja Iberia les opuso tenaz resistencia en distintos focos, mayormente, de los lusitanos capitaneados por su caudillo Viriato desde el año 147 a. C., que hizo temblar a todo el ejército imperial romano con su estrategia de guerra de guerrillas, con continuos avances y repentinos retrocesos para terminar envolviéndolos cuando menos se lo esperaban. Roma, atónita y sin saber qué hacer, fue enviando a Lusitania a sus más prestigiosos generales, pretores y gobernadores, como Galba, Lúculu, Cayo Vetilio. Favio Máximo, Serviliano, Cayo Plaucio, Claudio Unimanu, Quintio, Cayo Nigidio. Quinto Fabio, Cayo Lelio, Emiliano, Quinto Cecilio Metelo, Quinto Cocio, Serviliano, Marco Popilio y Quinto Servilio.

Persiguió a los romanos por el sureste hasta Algeciras y Murcia. y por el noroeste hasta Madrid. Y a punto estuvo de expulsarlos de toda Hispania si le hubieran permitido explotar el éxito, de no haber sido porque el año 139 a. C. los romanos, ya desesperados por no poder vencerle, compraron por dinero la vida del famoso general guerrillero, siendoy éste traicionado y asesinado por tres de sus jefes subordinados de su ejército: Ditalton, Audax y Minuros. Los tres eran túrdulos de Urso, actual Osuna (Sevilla). Luego, cuando los traidores fueron a cobrar el precio de su traición, el gobernador romano Quinto Servilio los despachó con aquella célebre frase de: “Roma no paga a traidores”. Bien que se lo merecieron. Así deberían ser pagadas todas las traiciones humanas.

También la de aquellos romanos, que teniendo firmado con Viriato un pacto de paz, lo engañaron convocando a los lusitano-extremeños a un valle con el pretexto de repartirles mejores tierras que habían reclamado, los cercaron descolgándose por las montañas que los circundaban, estando desarmados. Asesinaron vilmente y a traición hasta unos 30.000 de los suyos que habían reclamado que les fueran devueltas las tierras más fértiles de aquel hondo valle del que los desplazaron a las más escabrosas e improductivas.

Viriato pudo escapar a la encerrona y volver a reorganizar otro ejército aun mayor y más aguerrido. Y ahí comenzó su lucha feroz contra el ejército imperial romano. Lusitania era entonces un territorio que comprendía parte de Portugal (Algarbe y Alentejo) y la actual Extremadura. La capital de Lusitania estaba establecida, precisamente, en Emérita Augusta (Mérida), que fue fundada por los romanos el año 25 a. C, actual capital de Extremadura.

El segundo foco de resistencia fue Numancia (Soria). Tuvo lugar el año 133 a. C. Los numantinos, que también lucharon heroicamente contra los romanos. Pero, muy superiores éstos en fuerzas, prefirieron su propio suicidio colectivo antes que rendirse a los romanos. Y el tercer foco resistente fue la guerra de los cántabros iniciada el año 25 a.C., que también se defendieron muy bravamente hasta ser vencidos.

Dominada por completo la Península Ibérica, aunque dejando a salvo su dignidad nacional, la primera consecuencia negativa que de ello se derivó fue la conquista y colonización romana de todo el territorio, cuya dominación duraría unos 700 años, desde el año 218 a.C. hasta el siglo V. Pero, entre las muchas cosas positivas que también nos legaron los romanos, están: La enseñanza del latín y la difusión de toda su amplia cultura; también la producción, consumo e industrialización del aceite de oliva, del que España es hoy el primer productor mundial, con más del 50 % de toda la recolección; el comercio tanto nacional como internacional; la arquitectura y la ingeniería, con toda su variada riqueza, las grandes construcciones de monumentos romanos de los que Mérida fue uno de los ejemplos más visibles de todas las obras públicas que realizaron.

Construyeron grandes acueductos y conducciones de aguas subterráneas, puentes, fuentes, termas, baños, mercados, teatros, anfiteatros, circos, puertos de montaña, carreteras, caminos, etc. Mérida con los romanos fue llamada la segunda Roma, porque fue construida a imagen y semejanza de la Metrópolis, como lugar de descanso de los veteranos de las legiones romanas, otorgándosele el Derecho imperial que era más libre y exento de impuestos, en lugar del Derecho más restringido que aplicaba a las colonias. Todavía Mérida continúa siendo todo un emporio monumental y artístico, dotada de un moderno Museo de arte romano que es el mayor de Europa. Para quienes no lo conozcan, su visita es recomendada.

De ahí el famoso dicho popular de que “todos los caminos conducen a Roma”; pero no sólo desde España, sino también desde todos los confines a los que alcazaba su imperio. Construyeron cientos de carreteras a través de las llamadas “calzadas romanas”, que unían el centro del país con los cuatro puntos cardinales y utilizaban tanto para fines militares como comerciales. La del sur con el norte era la Vía de la Plata, que partía de Huelva hasta Sevilla y finaliza en Astorga, pasando por Mérida, así como por el mismo término municipal de Mirandilla, mi pueblo, donde aún se conservan algunos vestigios romanos como un pozo de agua potable en el lugar llamado la Atalaya de Juan Ramos, cerca de la sierra, del que el pueblo se abastecía y que recojo en mi libro: “Mirandilla, sus tierras y sus gentes”.

También los romanos construyeron grandes pantanos desde los que llevaban el agua hasta las ciudades, como el de Proserpina, que abastecía a Mérida, salvando el terreno a través de conducciones subterráneas y los ríos o grandes hondonadas mediante acueductos, entre los que destacan los llamados “Milagros” de Mérida. Igualmente, realizaron grandes infraestructuras urbanas por ellos diseñadas. Todas estas construcciones eran de nueva obra y supusieron grandes mejoras para la población. En el campo jurídico, el Derecho Romano terminó siendo nuestra principal fuente jurídica de aplicación e interpretación de las leyes y la jurisprudencia romana, muchos de cuyos principios aún perduran tras más de dos mil años, algunos todavía incorporados a nuestro vigente Código Civil. El Derecho Romano se adelantó en el tiempo más de dos mil años.

Dentro de las construcciones urbanas llevaron a cabo el trazado y ordenación de las ciudades en calles a las que por primera vez pusieron nombres para su mejor localización, así como plazas, mercados, etc. En todos los pueblos y ciudades había dos grandes vías principales. La “cardo”, cuyo trazado era siempre norte-sur, y la “decumano”: este-oeste. Y en el centro estaba el “foro” o plaza mayor. Y como en las calles circulaban juntos por la misma vía las personas y los carruajes, ordenaron su tráfico, construyéndose por primera vez las “aceras”, para solventar el problema de los atropellos y accidentes, también para salvar los grandes lodazales de barro y basura cuando llovía y el suelo estaba resbaladizo, dando lugar a la putrefacción de las aguas estancadas que creaba focos infecciosos y problemas sanitarios.

Entonces, para ordenar el tráfico de carruajes y que los viandantes pudieran circular separados, fue Nerón el primero que dispuso el año 64 a. C. que se construyeran las “aceras” en los laterales de las calles, que debían ser de un metro de anchas como mínimo, estando protegidas por la parte de afuera por bordillos y el resto por adoquines a mayor altura del suelo para que los carruajes que iban a mayor velocidad que las personas no las atropellaran ni interrumpirán el tráfico y éstas pudieran transitar por lugares secos libres de barro y lodazal que se formaba. Cada propietario de vivienda estaba obligado a construir la acera a lo largo de su fachada hasta unirse con las del vecino y mantenerla limpia.

Claro, el problema estaba luego al cruzar de una acera a otra y de esquina a esquina, y entonces fueron también ellos los que idearon los primeros pasos de cebras, que consistían, no en poner bandas dibujadas sobre el pavimento como ahora, sino escalones algo levantados que también impedían que lo carros y las caballería fueran a excesiva velocidad. Las vías en principio de tierra apisonada, hasta que posteriormente las fueron mejorando pavimentándolas con adoquines, que también fueron ellos los primeros en utilizarlos. Y también fueron los inventores de los vados.

Expulsados los romanos de España, el ordenamiento reglamentario del uso de calles y “aceras” no se hizo con regulación propia hasta el año 1612, fecha en que se dio orden de colocar aceras en Madrid, toda vez que las que databan de los romanos era sistemáticamente incumplidas. Aquellas primeras aceras que el Consejo de Castilla ordenó poner debían ser colocadas por los particulares dueños de las casas. Los inquilinos de cada inmueble debían costear la colocación de unas aceras de unos seis pies (aproximadamente un metro) de profundidad a todo lo ancho de las fachadas. De esta manera, uniéndose unas aceras privadas con otras, se formaría las aceras de las calles. De las primeras calles madrileñas aceradas cabe destacar las calle Carretas y de la Montera. Y luego, comenzó la construcción de las aceras en las distintas ciudades y pueblos.

Las aceras, resulta de todo punto indubitado que, a lo largo de su historia, han prestado excelentes servicios a la sociedad y a la ciudadanía. Pero se ha dado siempre una pugna soterrada entre su eficacia muy valorada y generalmente reconocidas como imprescindibles en toda población moderna, y quienes, por otro lado, a menudo atentan contra ellas por el mal uso agresivo que hacen contra las mismas. Es cierto que, sobre todo en las grandes ciudades, suele disponerse de aceras peatonales de más amplio espacio que en las localidades pequeñas. Pero no es menos cierto que también sufren continuas agresiones, porque con excesiva frecuencia sus espacios son luego destinados a otros usos distintos de los meramente peatonales.

Por ejemplo, muchas veces aceras amplias terminan resultando insuficientes por la invasión de buena parte de sus espacios utilizados para usos distintos al que están destinadas, como la colocación de quioscos, señales de tráfico, postes metálicos de luz, irrupción de bicicletas y patines que ahora están tan de moda con grave peligro para los viandantes. Se dan muchos casos en que, a pesar de existir carriles-bicis reservados para bicicletas y otros artilugios veloces, por simple indisciplina o inercia se eligen mejor las aceras con el consiguiente peligro que el indebido uso lleva aparejado. Otras veces se estacionan automóviles y motocicletas montados sobre las aceras por la falta de espacios para aparcamiento y pese a estar prohibidos; también se siembran en ellas árboles con sus escraches, se mantienen instaladas cabinas telefónicas aunque ya no prestan servicio, bajantes de la pared que sobresalen de las fachadas, papeleras y demás objetos que dificultan su uso y limitan esos espacios destinados a peatones.

Otro peligro que conlleva ahora deambular por las aceras, es la invasión en ellas de personas utilizando a la vez los móviles. Estamos en la época en que más se comunica la gente, pero menos se miran y se ven, porque casi todos vamos mirando el móvil para ver los correos electrónicos, las llamadas por facebook, whatssapp, geogle, instagram y otros sistemas digitales, con el consiguiente riesgo de colisionar unas personas con otras o de causar molestias a quienes van tranquilamente por la acera como simple viandante o peatón.

Pero el uso de las aceras ha sido también uno de los espacios en los que siempre hasta hace no mucho tiempo las personas solían dejar constancia del buen porte, cortesía y buena educación, circulando cada uno por su derecha, cediéndolas los caballeros a las señoras, también cuando estaban en estado de gestación o llevaban coches con niños, o circulaban por ellas discapacitados, impedidos, ancianos, mayores, etc; cuya caballerosidad ya prácticamente se ha perdido por los más jóvenes desde que hace años dejaron de impartirse en las escuelas y demás centros educativos aquellas importantes reglas de urbanidad y educación que desde pequeño antes aprendíamos y ya se nos quedaban grabadas para siempre. En fin, es el signo de los tiempos, sin que ello signifique ser mejores o peores, simplemente distintos.

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