Dicen las especialistas en la materia que las pesadillas repetitivas pueden ser fruto de un trastorno de estrés postraumático no tratado psicológicamente. Dicho de otra forma, cuando no se abordan directamente determinados escenarios, estos siguen latentes en nuestro interior más íntimo y salen a la luz en el momento más inoportuno, causando una alienación de incalculables consecuencias.
La Unión Europea está a punto de revivir un terrorífico déjà-vu con el brutal auge de los movimientos identitarios, auspiciados por una crisis que propicia el crecimiento de una extrema derecha cada vez más presente, con traje y corbata, en las instituciones parlamentarias, pero con palos y cadenas en las calles de cualquier país de la Unión.
Estas fascistas de nuevo cuño, aunque mucho más hábiles que las de los años de la preguerra, tienen una visión de las cosas idéntica a la de aquellas abducidas por el Mein Kampf; y es que, de todas es sabido que la NO evolución es uno de los signos distintivos de las que componen la “fachosfera”. Para estas peligrosas mononeurónicas agitadoras de los estandartes de la intolerancia, lo único que prevalece es el color de la piel, el odio a lo diferente, la exaltación de unos falsos valores patrióticos y la adoración a la violencia frente a la palabra, como si berrear y violentar fuesen los mejores avales para amar la tierra que nos vio nacer y/o crecer.
Pero en este escenario no todo son bates de baseball, arengas apoyadas en símbolos varios o fáciles discursos de esos que las ciudadanas prefieren escuchar para sentirse falsamente protegidas.
Las identitarias, como buenas defensoras de su cutre parcela, pretenden algo mucho más peligroso que aspirar a desfilar con camisas pardas al paso de la oca por grandes avenidas buscando camorra. El plan es mucho más ambicioso, meticuloso y letal. Ese estúpido espíritu exclusivista, cuyo culmen del intelecto se basa en el lugar de nacimiento, pretende volver a la fragmentación de una Unión Europea de cuya construcción, martillo y cincel en mano, no fueron ajenas muchas librepensadoras.
Cierto es que las actuales gestoras de la UE se comportan como hijas pródigas de Milton Friedman, como buenas abanderadas de La Doctrina del Shock (obra de Naomi Klein de imprescindible lectura) con una gestión de la crisis en la que las ciudadanas más vulnerables son machacadas de forma inmisericorde, siendo España y Grecia son claros ejemplos de lo expuesto, mientras las ricas se hacen indecentemente cada vez más ricas. Todo lo que no sea el desfile triunfal del capitalismo más salvaje, directamente se descarta. A las pruebas presupuestarias me remito.
Pero rechazar el concepto de unos Estados Unidos de Europa porque ahora la deriva es neoliberal a ultranza equivaldría, como decía el poeta anarquista Léo Ferré, a clausurar los edificios bajo el pretexto de que las pudientes viven en inmundas cloacas. Gráfico y directo.
Parece evidente que, entre todas, tenemos el deber de exigir a las que nos representan que cambien el rumbo de una Unión Europea que está reclamando una verdadera organización federal. Una confederación política transnacional haría frente, no sólo a las anormales a sueldo de terceras potencias (Rusia, por ejemplo), muy interesadas en la desmembración de nuestra estructura europea, sino que sería aún más consistente frente a interesadas eventualidades asesinas de infaustos recuerdos.
Si la eventualidad de una Europa Federal le parece descabellada, piense en Suiza o en los propios EE.UU. Si, por el contrario todo esto le parece irrealizable, recuerde que el voto sigue siendo suyo, y su capacidad de movilización es intransferible.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero bueno sería que fuese cogiendo el toro identitario por donde corresponde para desterrar por siempre epílogos como el del judío austriaco Stefan Zweig.
Pensador, filósofo y escritor exiliado en Brasil, Stefan Zweig, asqueado de ver como “su” Europa se desmoronaba entre cadáveres de millones de seres humanos en trincheras, ruinas, pelotones de ejecución, campos de exterminio y banderas al viento, dejó escrita en 1942, antes de suicidarse junto a su esposa, la siguiente nota:
“El mundo de mi propia lengua ha desaparecido y Europa, mi patria espiritual, se destruye a sí misma. Es mejor poner fin a tiempo y, con la cabeza alta, a una existencia cuya mayor alegría era el trabajo intelectual y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal”.
Las europeas deberíamos saber escuchar el aviso del “rien ne va plus” que cada vez vomitan con más fuerza las taradas gargantas de quienes defienden la imbecilidad de la superioridad de una supuesta raza elegida. Y es que, como en la ruleta, ese “no va más” significa que, en breve, ya no se podrá hacer nada contra la desmembración de una Europa Unida que sólo nos ha traído Paz en todos los sentidos.
Eso sí, una vez que la esfera de marfil empiece a girar y se oiga el fatídico “rien ne va plus”, sólo podremos contar con nuestra inexistente suerte para sobrevivir. Entonces es cuando la Historia nos volverá a demostrar que escenarios como los Balcanes, las dos guerras mundiales y otros cientos de miserias armadas son la máxima prueba de que, caso de repetirse las pesadillas, nos tocará perder, una vez más.