Recuerdo en los años del cole a Manolito Gutierrez. Coincidimos en segundo de E.G.B de hace la friolera de 50 años. Sólo compartimos el curso 72/ 73 en el colegio José Antonio, ahora llamado ‘Los Palmerales’. Con el tiempo, sustituyeron la estatua de Franco por la Dama de Elche. Yo vivía en la calle Gabriel Ruíz Chorro que pasó a llamarse Juan Ramón Jiménez. Eran tiempos de cambio en todo.
La generación del 64, conocida por el nombre de ‘baby boomer’ se debe al incremento de la natalidad que se dio en Occidente tras el fin de la Segunda Guerra Mundial entre 1946 y 1964.
Las familias vivían sin la posibilidad de ahorro y, si compraban un piso, lo tendrían que pagar durante toda la vida.
Nunca olvidamos, en esa memoria indeleble de la infancia, los veranos en las calles, el juntarnos a merendar con los compañeros, los juegos que inventábamos y las navidades con sus esperados Reyes Magos. Los primeros chascos los sufríamos con los amigachos, ibas descubriendo la vida adaptando tu mentalidad a la realidad tan testaruda como siempre: los Reyes Magos, el Ratoncito Pérez, brujas, demonios, pecados y llamas del infierno.
Los Reyes se esperaban como se siguen esperando ahora, pues el mundo de la niñez siempre vive en una fantasía capaz de volar como Peter Pan, ver a los camellos en casa saciando el hambre y la sed o cualquier historia típica que contaba Gloria Fuertes.
Manolito Gutierrez era compañero de pupitre y vecino. Vivía un piso más abajo y muchas tardes hacíamos los deberes en su casa y merendábamos viendo aquellos dibujos animados de ‘Vicky el vikingo’, ‘Los autos locos’, ‘Los Picapiedras’ o ‘Los chiripitifláuticos’.
Manolito tenía tantos juguetes que sus padres decidieron emplear una habitación para ello; eran montañas de juegos de todo tipo: Cinexin (el cine sin fin), Magia Borrás, soldaditos de plomo, metralletas que emitían luces y sonido, excalestri, exin castillos, Monopoly, juegos reunidos, jeyper, robots, coches teledirigidos, Quimicefa...en fin, lo que salía en el mercado ahí estaba, en la habitación de Manolito esperando a algún compañero de juego para ponerlos en marcha.
Sentía una envidia tremenda porque los Reyes de mi casa no eran tan generosos como los suyos y nos dejaban libros, caramelos, algo de ropa, algún juguete que no habíamos pedido y a mí, particularmente, latas de aceitunas rellenas que guardaba como oro en paño hasta que se agotaban.
En la Navidad del 72 la noche del cinco de enero Manolito y yo nos escondimos debajo de la mesa camilla. Mi madre me había dado permiso para pasar la noche con Manolito.
Decidimos hacer guardia para no dormirnos y poder ver a sus Majestades. Sus padres habían contratado a una empresa de transportes para dejar los regalos en la puerta. No oímos a los camellos, no vimos ni a Melchor, ni a ninguno de los otros dos Magos; de hecho, con la espera, nos quedamos dormidos vencidos por el sueño.
La sorpresa fue al abrir las más de veinte paquetes forrados con papel de regalo y adornados con florituras y lazos de todos los colores.
Al abrirlos nos encontramos con la sorpresa más grande de nuestra vida: muñecas grandes y pequeñas, carritos de bebé con 7 modelos de bebés, el tocador de la señorita Pepis, una lavadora enana, vestidos para la Barbie, una pequeña escoba con recogedor, pelucas y disfraces, juego de pinta uñas, biberones que se vaciaban y llenaban según su posición, una cajita de costura, una maquinita de coser, un muñeco que gateaba solo, lloraba, reía, hacía caca y pipí por un resorte mecánico, cantaba nanas y cerraba los ojos para dormir. Me encantó la cocinita con su vajilla, cucharas, ollas, cazos, electrodomésticos, mesa y sillas.
Alucinados, y con el enfado de los padres por la confusión de la empresa que había hecho una entrega errónea, pasamos una mañana tan extraordinaria que le rogamos a los padres que no reclamaran nada.
Estuvimos ese año pintándonos la cara, dando biberones, haciendo vestidos para las muñecas, meciendo a las peponas y consolando a una muñequita negra que era más fea que Pício pero que acabó siendo nuestra preferida.
Fueron los mejores Reyes de mi vida.
Manolito y yo nos juramos guardar el secreto de aquellos juguetes y decidimos participar en el patio del cole con las pistolas, los rifles, las metralletas, los balones y el látigo para amansar a las fieras.