Ciertamente, aparecería como un destello que descendió fulminante en el gran continente de las tres Américas. Mientras, algunos imaginaron observar en ese fulgor un resplandor que acabaría por alumbrar aquellas postergadas aspiraciones de liberación; inversamente, otros, vislumbraron un impulso devastador que haría prender en llamas este lugar de la Tierra y que sólo diseminaría sangre y perjuicio.
Sesenta años más tarde de poder incondicional, la Revolución de Cuba (1953-1959) no desalentó a ninguna de esas dos posiciones de la historia política contemporánea de América Latina y el Caribe.
Posiblemente, la mayor hazaña realizada por los pueblos hispanoamericanos, pero, la única que cuajó e hizo variar las bases económicas y sociales, desalojando al imperialismo que la conservaba en el retroceso para las grandes mayorías, desposeyéndola a los grandes monopolios y sistemas capitalistas.
Tal vez, el único episodio que, únicamente de esta forma, atraería entre otros derechos: el empleo o la tierra para aquellos que duramente la trabajan, o los bienes y servicios encaminados a preservar y proteger la salud, la educación y la vivienda.
Pero, por su encaje, este acontecimiento encabezó el mayor símbolo de la lucha, denotando un cambio de base para una población como Cuba, que vivía devastada en la total dependencia y sometimiento del imperialismo yanqui, que con iniquidad la utilizaba a su libre albedrío.
Por lo tanto, lo que se evidenció en aquel momento, aconteció como un hito en la emancipación, ofreciendo un claro signo de autodeterminación y soberanía. Al mismo tiempo, cuidando del pueblo, de la independencia nacional y del gobierno revolucionario de Cuba, que asumió un valor esencial en la integración regional de carácter solidario.
Las seis décadas sucedidas desde aquella Revolución, manifestaron el semblante de una nación definida a desarrollarse en un camino adecuado, desafiando atrevidamente las amenazas e imposiciones de un orden mundial sucesivo a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que ocasionaba efectos adicionales en la medida que éstos le afectaban.
Estas peculiaridades suplementarias no podían ser otras que las provenidas de la hegemonía estadounidense, residiendo en una amenaza continua de sublevación latinoamericana en contra del colonialismo e imperialismo, desde las épocas de Simón Bolívar (1783-1830) y José Julián Martí Pérez (1853-1895), en el siglo XIX.
Con todo, el escenario de Cuba da la sensación de no haber sido del todo como lo muestran los expertos y analistas. A ello, debe engarzarse la cuestión de los motivos que abrieron las puertas a la revolución; además, otro de los temas que permanecen en curso, es saber si se han disipado algunos de los grandes males que la propia historiografía social ha punteado en sus comienzos.
En este punto, las valoraciones convergen, porque, concurren quienes distinguen los beneficios sociales del movimiento formado por Fidel Castro Ruz (1926-2016), y los que determinan que, en incontrastables muestras sociales, humanas y de derechos, Cuba actualmente se halla en una situación inferior a la que asumió antes del 1 de enero del año 1959, fecha en que se trazó el núcleo de una corriente revolucionaria.
De lo que no cabe duda, que los tiempos posteriores hicieron de la Cuba socialista y aliada a la URSS, ser objeto de aborrecimiento y de fuertes críticas. Entre tanto, el modelo cubano iba cosechando leales a los radicalismos de la estructura.
En seguida, los progresos sociales atrajeron a una urbe cubana deseosa en la mejora de las condiciones de vida, resultando ser la fuente de improvisación para los movimientos izquierdistas de Latinoamérica. No obviándose de este contexto, la hoja de ruta de los derechos humanos y la situación de los presos políticos, que la comunidad internacional hacía hincapié, dejando en evidencia los incumplimientos que se estaban registrando.
De este modo, el castrismo se transformó en la bestia negra de Estados Unidos, que se empleó por todos los medios para poner fin al Gobierno de La Habana, acometiendo un desafortunado intento de desembarco en 1961 en la Bahía de Cochinos, también conocida como invasión de Playa Girón o batalla de Girón, dirigida por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Una intervención militar en la que grupos de cubanos exiliados, respaldados por los americanos irrumpieron en Cuba, para tratar de establecer una cabeza de playa, instituir un gobierno provisional e ir al encuentro de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y obtener el reconocimiento colectivo.
Dicha operación quedó abortada en menos de sesenta y cinco horas, con la interposición de las Milicias y Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba. El resultado, no pudo ser otro, que más de un centenar de soldados del bando invasor fallecidos, con la consiguiente captura de otros mil doscientos, junto a una gran cantidad de material de guerra incautado.
Ya, en febrero de 1962, Washington aplicó a la isla el embargo de comerciar, que hoy, aún perdura cincuenta y siete años después.
Ese mismo año, en concreto, en el mes octubre, la crisis de los misiles dispuestos por los soviéticos en Cuba, hizo estremecer al mundo y poco le faltó para alcanzar la línea roja, que nos hubiese trasladado a una guerra nuclear con armas de destrucción masiva.
Y, cómo no, la disipación de la URSS de este tablero geopolítico y brazo económico de la capital cubana, que le ocasionó un severo varapalo y apremió a una sombría escasez, con los balseros como protagonistas, que en grandes masas buscaban alcanzar las orillas americanas, como retrato de la consternación e inquietud.
Luego, tras sesenta años desde su origen, podría extraerse, ¿qué permanece vivo desde aquella revolución? Quizás, la hechura contra una dictadura que durante muchísimo tiempo brotó de la esperanza y anhelo, e incluso, un relato de sueños truncados; porque, un sinnúmero de ciudadanos reclamaba un hálito de aire nuevo.
Pero, cada vez son más los que afirman, que hoy Cuba está más recluida y retraída que nunca; un territorio, obligado a adaptarse a los nuevos tiempos y que irremediablemente tiene que mirar a la derecha, si no quiere verse abocado a un desastre económico.
Indudablemente, la sociedad cubana ya no es un bloque homogéneo de mano de obra revolucionaria, que sencillamente permanece en silencio ante las medidas de sus dirigentes. Si bien, la revolución cosechó avances en mejoras para los más necesitados, sin embargo, en otros muchos factores podría desprenderse que ha retrocedido.
Conforme a esta interpretación, asuntos como la pobreza extrema o los elevados índices de analfabetismo, unido a un largo etcétera de indicadores de primer orden, aparte de la circunstancia de concurrir como una neocolonia, llevaron a que un grupo de jóvenes se alzaran contra el presidente electo don Fulgencio Batista Zaldívar (1901-1973), dictador de facto entre 1952 y 1959, año en que sería depuesto durante la Revolución de Cuba.
Aunque, del enardecimiento y efervescencia generalizada de 1959 se ha pasado al abatimiento y desengaño de ahora, ello no ha podido evitar que numerosas ramas generacionales transiten con dolor lejos de su cuna natal, convirtiéndose en el segundo estado más viejo de América Latina. En donde, no existe otra certeza que la economía apenas crece, más allá, de un incierto 1% anual.
En cierta manera, ‘Cuba es una prisión mental’, así es como fehacientemente lo declara en su informe Amnistía Internacional, con el que pormenoriza ‘décadas sucesivas de uso desproporcionado y arbitrario del derecho penal y de campañas de discriminación promovidas por el Estado, contra quiénes se atreven a protestar o tratan de abandonar el país’. En el que, irremisiblemente, más de un centenar de presos políticos confirman las múltiples acusaciones de los organismos de derechos humanos y ratifican el acoso extremado contra los disidentes.
Llegado hasta aquí, para interpretar los pros y contras de la Revolución de Cuba, es imprescindible desenmascarar el momento histórico que radicaba, pero, igualmente, el antes a los años precedentes a la insurrección, donde se trataba de prosperar a duras penas a la sombra de negocios enrevesados y esparcimientos de casino; estando regido por una democracia corrompida, cuya artimaña se fundamentaba en conservar el orden aparente, para que la clase oligárquica se lucrara a costa del pueblo.
De todo esto, difícilmente podía encubrirse los pecaminosos niveles de degradación ni su génesis ilegítima. Los campos de los agricultores relegados, como las dicotomías sociales y raciales, o la disparidad entre el estrato social y la ciudad, eran más que irrefutables.
Cuba, en las postrimerías de los cincuenta, apelaba a lo inalcanzable entre una despiadada diferenciación social: pretender ser uno de los países con mayor desarrollo de la zona y como ocurría en el resto de Latinoamérica, mantener a sus clases más pobres arruinadas en la peor de las desdichas. Cada uno de estos antecedentes, urden a que ideas revolucionarias de índole marxista, acaben haciéndose presa de las mentes y corazones del pueblo, hasta constituir grupos en torno a figuras emblemáticas.
Por ende, comenzó a aflorar una inclinación convulsionada que bautizaron ‘revolución’, supeditada a una conjura de agitaciones, hasta que finalmente se levantaron en armas contra el statu quo de Cuba.
Entre ellos, ya mencionado, aparece un joven abogado, político y militar llamado Fidel Castro, que estaba a la cabeza de un grupo de jóvenes del ‘Partido del Pueblo Cubano’, autodenominándose como la ‘Generación del Centenario’. A renglón seguido, se proveyeron de armas y procedieron a hacerse con el Cuartel Moncada, pero la tentativa fue malograda y entrañaría el confinamiento de muchos de sus miembros que acabaron en la cárcel hasta 1955.
Más adelante, fueron amnistiados por la represión que resultó y que aspiraba apaciguar el estruendo popular y otros amagos de disturbios.
Pretendiendo encajar las piezas de este puzle, que no es otro que Cuba con el tenso ambiente de la Guerra Fría que concurrió con este suceso, la humanidad se veía obligada a admitir el enfrentamiento de un bando constituido por EE.UU. que encarnaba el capitalismo y, por otro, la URSS, que reproducía el socialismo.
Idénticamente, diversas regiones del continente americano padecían el control del anticomunismo norteamericano y en ese sentido, Batista disponía de la ayuda de sus vecinos del norte. Alegóricamente, en este entorno, acontecen Fidel Castro y su hermano Raúl, que, posicionándose en el bando contrario, se exiliaron en México con indicios posrevolucionarios y crearon en 1955 el Movimiento ‘26 de julio’ (M-26-7). Un círculo, que, en definitiva, era aleccionado por el pensamiento de José Martí, antiimperialista y encarado en la deposición de la dominación cubana.
La lucha armada que pronto llegaría con etapas crudamente virulentas y ensangrentadas, dejaron cifras como las que seguidamente citaré, que son exclusivamente casos documentados, sabiendo que en la realidad serían muchas más. Un largo historial de ejecuciones, desapariciones, asesinatos extrajudiciales, opresión a la disidencia, así como a los periodistas, que trataron de ejercer el derecho fundamental a la libertad de expresión, cuantificado en 7.365 asesinatos, 20.000 presos políticos y 2.500.000 exiliados.
Pero, también, la Revolución de Cuba destacó en el sentido de apartar al gobierno pro-norteamericano de Batista y formar otro con atisbos democráticos, donde la Unión Soviética vertiginosamente se desplazó hacia el comunismo. El éxito del levantamiento radicó en ser una inducción para la izquierda insurreccional que, infundida en el modelo cubano, quiso generar focos guerrilleros rurales para la toma del poder.
El paradigma de Fidel Castro o Ernesto Che Guevara (1928-1967) penetró en América Central, como Honduras y Guatemala; o en el Caribe, como la República Dominicana; o en los Andes, como Ecuador, Bolivia, Venezuela, Perú, Brasil y Colombia.
En algunas circunstancias, la tendencia de la izquierda rebelde, del nacionalismo antiimperialista y de cristianos seguidores de la disputa armada, reportó a fundar partidos procastristas, que ingresaron discrepando con otros comunistas prosoviéticos contrarios al combate.
Al menos, desde que la revolución cubana dominó hasta el cierre de los ochenta, se constata que treinta movimientos guerrilleros resultaron en América Latina. En nuestros días, no queda ninguno, a excepción del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, una organización con orientación marxista-leninista y pro-revolución cubana.
La revolución, esa sombra que ahora da la impresión de difuminarse del hemisferio, aprisionó a los políticos más ilustres, como artistas y pensadores de la época y una literatura resplandeciente surgió. Hasta el cristianismo, tras la llegada de comunidades eclesiales de base de la Conferencia de Medellín, se dejó llevar de su hechizo justiciero con la teología de la liberación.
Lógicamente, en Cuba se concatenaron acérrimos afanes, tenaces voluntades e insistentes presunciones, porque, el ser humano puede resurgir de la frustración más inaudita, pero, del abandono a todo prejuicio anclado en la revolución, queda sepultado sin remedio.
La doctrina del socialismo e independencia nacional eran inherentes, así lo interpretaron desde las décadas del 20 y 30, hombres de peso como Julio Antonio Mella (1903-1929) y Antonio Guiteras Holmes (1906-1935), ambos asesinados por la misma causa, como del mismo modo, Rubén Martínez Villena (1899-1934).
La revolución había validado esta tesis y reconocido que, sin el socialismo, hubiese malogrado su independencia nacional. Aconteciendo como una tarea histórica de profundas raíces populares, con independencia en la proyección de los componentes externos que la precipitaron.
En estos sesenta años transcurridos en un periodo comparativamente corto o largo, dependiendo de cómo queramos ajustarlo, el paisaje político global se ha alterado tanto, que la revolución cubana es poco, más o menos, inexplorada para algunas generaciones.
Al párrafo anterior hay que incorporar, visibles capítulos de la Historia como la descolonización africana en medio de la fase conocida como Nuevo Imperialismo, durante la segunda mitad del siglo XIX; o la caída y desaparición del bloque comunista, ante la imposibilidad de sostener por la fuerza a los regímenes de las democracias populares; o la democratización de Latinoamérica en los distintos regímenes nacionales; o el apogeo económico de China tras haberse afianzado como la segunda mayor potencia; o la decadencia institucional del espacio árabe y el afianzamiento del proyecto europeo, son algunas de las señas de identidad que han discurrido en analogía con el cambio social que Cuba ambicionaba y ambiciona abanderar.
A pesar, que hay algo que a lo sumo no ha variado en este tiempo: los triunfadores de aquella revolución han detentado el poder en Cuba, procediendo con insuficiencia a pequeños vaivenes políticos, que han sido más por coyunturas externas, que por convicción ante la falta de apertura del sistema hacia una democracia que, en conclusión, jamás ha reinado.
De aquel socialismo casi ilusorio, se sustrae un populismo exhausto que repara con buenos ojos, estando enfangado por la depravación, manchado por la intimidación, obsesionado por acorralar y eliminar a los opositores y furtivo en lemas, que, desnaturalizan la modernidad de lo que evidentemente desearía hoy ser Cuba: una muestra democrática para la política y los políticos, mediante la existencia de unas reglas de juego comunes que señalen los valores, los principios y los derechos que todos por igual, deben reconocer.
Desde entonces, Cuba vive en estado de shock permanente y de guerra virtual contra el mayor imperio del planeta, cuestionándose su recurrente modelo político, al que tachan de dar la espalda a las libertades básicas y los derechos humanos.
En consecuencia, para que este país pueda dispensarse de tantos años de entumecimiento en hábitos democráticos y desplegar su enorme potencial humano, que en gran medida es producto de la propia revolución, es imperioso suplantar la insolencia numantina y la imperial por un margen de diálogo, en el que la crítica pueda ser divisada como una aportación, condición más que primordial, para que Cuba pueda abrirse al pluralismo.
No queda más que glosar en estas líneas, si acaso, subrayar la labor titánica de la Revolución, que ha sido ante todo de alcance moral, al ponerse en manos de la dignidad del hombre.