El arranque del que se augura puede ser uno de los fines de semana más complicados de la fase de retorno de la OPE dejó ayer un incesante goteo de vehículos a través de la ciudad en su camino hacia el Puerto, dibujando la escena habitual de todos los finales de agosto.
Con las vacaciones a punto de expirar para miles de emigrantes marroquíes que retornan justo ahora a Centroeuropa, el notable incremento de viajeros y turismos alteró ayer el funcionamiento habitual de las tres compañías que operan en la línea del Estrecho. En algunos momentos, en especial en torno a las 14:00 –cuando al incremento del tráfico de cada viernes como antesala del fin de semana se unió el efecto retardo de la OPE– los retrasos comienzan a acumularse y a superar la barrera de las dos horas. Las navieras intentaron cumplir los horarios previstos, pero desde media mañana la orden era olvidar por imperativo de las circunstancias el cuadro de salidas previsto, cargar los ferrys al máximo de su capacidad –rozando en casi todos los casos el 100 por cien– y zarpar cuanto antes.
Con los horarios anulados y la zona de preembarque sumando minutos de espera, el plato lleno de la balanza indicaba que, al menos, la anunciada avalancha se había disipado y menguado. Hubo retrasos y las consabidas protestas, pero en ningún momento el temor a que pudieran reproducirse las imágenes de aquel final de agosto de 2013, cuando la entrada sin freno de vehículos a través de la frontera llegó a colapsar la ciudad de madrugada, desde la calle Independencia hasta la Avenida Cañonero Dato.
“La explanada de preembarque no ha llegado a estar completa en ningún momento del día. Hay retrasos y acumulación de vehículos, pero nada comparado con el mismo día del año pasado”, confirmaban fuentes de la Guardia Civil. En todas las partes implicadas en el operativo de la OPE imperaba ayer, no obstante, la prudencia ante un hipotético cambio de tendencia hoy y mañana. La clave podría ser Tánger, que ayer decretó el cierre de su puerto en torno a las 17:30 al verse las navieras desbordadas por un número de viajeros y vehículos que no dejaba de crecer. Buena parte de esos usuarios podrían optar por continuar hacia el norte y probar suerte en Ceuta. “No hay que olvidar que en muchos de los países europeos a los que se dirigen las clases comienzan ya prácticamente, el lunes, y tienen todavía que atravesar medio continente para llegar”, aseguraba otro de los efectivos de la Operación.
En previsión de que la aparente calma de ayer puediera experimentar un giro de 180 grados durante la pasada madrugada o el día de hoy, Delegación del Gobierno dispuso todo lo necesario para habilitar la explanada situada en El Chorrillo, frente a Juan XXIII. En torno a las 22:00, Policía Local y Guardia Civil habían desplegado vehículos y efectivos en la zona ante la previsión de que fuera necesario utilizar el área de aparcamientos como regulador del tráfico de vehículos en caso de colapso, como ya se hizo a finales de agosto de 2013. En ese punto se habían instalado incluso urinarios públicos, adelantándose así a una de las grandes protestas oídas hace ahora doce meses por quienes se vieron obligados a pernoctar allí. Las grúas de Amgevicesa se encargaron también de retirar algún vehículo para liberar espacio. “Estamos trabajando durante toda la jornada para estar preparados en el caso de que el flujo de turismos desde Marruecos pudiera incrementarse de forma notable”, confirmaban fuentes de la Delegación.
Con la caída de la tarde, el ritmo de entrada de vehículos en el Puerto se fue incrementando, aunque la combinación “fluidez a pesar de los retrasos” era la más utilizada al hacer balance. De hecho, las cifras facilitadas anoche por la propia Delegación del Gobierno eran elocuentes: pese a haberse incrementado en un 26 por ciento el número de viajeros desde el inicio de la fase retorno y un 30 por ciento el de vehículos, el tránsito más ordenado ha evitado que hayamos tocado aún los picos de tráfico del año pasado, con un día incluso por encima de los 2.800 vehículos. Los datos de ayer, que se conocerán hoy, estarán por encima de los 2.600. Y todo ello a la espera de este sábado.
“Al menos este año no dormimos aquí”
La explanada de preembarque del Puerto arrojaba ayer la estampa que se repite de forma periódica, cuando la OPE aprieta en forma de tránsito masivo y las navieras no son capaces de absorber la avalancha de vehículos y pasajeros que se les viene encima. Coches con los motores parados, ventanillas bajadas, toallas y sombrillas utilizadas para combatir el sol, niños corriendo y jugando alrededor, siestas improvisadas sobre el asfalto, oratorios improvisados hacia La Meca...
Cada cual aguardaba como podía la espera, una media de dos horas, aunque en algunos casos más por efecto del infortunio: que la fila de embarque se corte justo en tus narices y el agente de la Policía Portuaria o el encargado de la naviera te diga que eres el primero, pero para el siguiente ferry. Fue lo que le ocurrió a Hassan Hafid. Había salido de Casablanca a las siete de la mañana con la ilusión de pisar la Península, como muy tarde, a primera hora de la tarde. Y de ahí hacia París, donde el lunes debe incorporarse a su puesto de operario del puerto fluvial. Tras dos años sin vacaciones, acababa de disfrutar de un mes y medio seguido de descanso y lo invirtió en viajar a Marruecos, donde ha vivido la fiesta del Ramadán. Su gozo en un pozo: a las 22.30 acumulaba ya cinco largas horas de retraso porque el último barco de Balearia se le escapó por un par de vehículos. Cuando casi era su turno, se oyó el “está lleno”. A su lado, dos niños, uno de 6 años y otro que camina hacia los cuatro. “No es muy normal esto. Más de cinco horas aquí y aún no se sabe nada. Esperamos que el próximo sea el nuestro”, auguraba anoche en francés. Y ya al otro lado, preveía, “a dormir a un lado de la carretera cuando entre el sueño, y luego hasta Francia de una vez”.
Más optimista era Hamed, desplazado hoy desde Rio Martín y con destino fijado hacia Barcelona, donde trabaja desde hace tres décadas. Allí nacieron sus dos hijos, que en un castellano con acento catalán agradecían que “al menos este año no dormimos aquí, porque eso sí que fue horroroso”. Uno de los jóvenes recuerda que en 2013 llegaron a la explanada del Puerto “a las cinco de la tarde de un día” y no lograron abandonarla “hasta las 11 de la mañana del día siguiente”. Relatan historias de peleas nocturnas y de pérdidas de nervios que agradecen no haber revivido este año. “No, no, esperar no gusta a nadie, pero esto es mucho mejor que en el otro mes de agosto. Deja, deja”, confirma. A su lado, su hermano concluye que este año es más fluido “porque mucha gente ha decidido tirar para Tánger, pero al final fíjate, aquello lo han cerrado y es peor. Hemos acertado por fin”, bromeaba con la noche ya caída sobre el Puerto.
En la cola, rodeado de vehículos con matrículas traseras amarillas de Francia –también en su mayoría de Bélgica y Holanda–, también españoles. Era el caso de Luis Jiménez, un trabajador sevillano, de una pedanía cercana a Estepa, que reconocía ser víctima por primera vez de los retasos de una Operación Paso del Estrecho. “Trabajamos en una empresa de reformas. Un amigo se enamoró de una ceutí, se vino para acá y nos encargó que viniésemos a instalarle la cocina y todo el material de madera de la vivienda. Y nos ha cogido aquí. A ver si tenemos suerte y avanza. Llevamos sólo una hora y cuarto, y aquí la gente está diciendo que como mínimo nos esperan las dos horas. Bueno, paciencia... Lo malo es que es un viaje de solo fin de semana y el domingo, o el lunes por la mañana a primera hora toca volver y hemos perdido toda la tarde le viernes aquí, pero...”, se resignaba.
Tarik Ben Amar aportaba otra historia más, otra de tantas. Con tres niños revoloteando a su alrededor y recién terminado el rezo, se acerca al periodista para narrar que salió de Tetuán a las 17:00 y pasadas las 22:30 continuaba encomendándose a Dios para atravesar el Estrecho cuanto antes. Le queda aún un largo trecho hasta Bélgica, donde ya no confía en llegar, lamentaba, hasta la madrugada del domingo. “Ya no sé cuando salgo de aquí ni cuando duermo, ni cuando puedo llegar. Es la primera vez que me pasa, aunque aquí me dicen que el año pasado fue mucho peor”.
De fondo, un despliegue de efectivos de la Policía Portuaria y de la Guardia Civil, a bordo de vehículos y a pie entre los turismos para intentar evitar contratiempos y auxiliar a los viajeros en lo necesario. Y un gran beneficiado que emergía entre tanta queja e interminable espera: el propietario del bar situado dentro de la explanada de preembarque en toda la jornada no dejó de servir bebidas, aperitivos y platos calientes. Era de los pocos satisfechos con el tapón.