La gloriosa División española de Voluntarios, en su 50º Aniversario, ha entrado por la puerta grande de la historia, todos y cada uno de los divisionarios fueron héroes, sólo citar que la mayor parte de ellos eran universitarios, oficinistas, albañiles, agricultores y militares que abandonaban la tranquilidad y el bienestar para empuñar las armas y defender la «paz», y que ahora recientemente hemos podido comprobar que el propio pueblo ruso ha barrido todos los vestigios del yugo que les tenía amarrados.
Por ello aquella entrega generosa de la juventud española en aquella estepas rusas, con todo merecimiento, se ganaron el título de «héroes», por este motivo he querido destacar en nombre de los miles de héroes divisionarios a cuatro de ellos, que son los que la prensa de aquella época y los libros y hasta sus propios compañeros nombran y hasta incluso he visto a muchos de ellos nombrar a estos cuatro héroes y asomarles por las mejillas unas lágrimas.
Juan José Portoles Dihinx había nacido a los pies de la Pilarica, en Zaragoza, el 27 de enero de 1916. Era hijo de una conocida familia aragonesa, su padre era un prestigioso catedrático de la universidad de dicha capital, el propio Juan José Portoles cursó las carreras de Derecho y Medicina que no llegó a terminar, su amor a la carrera de las armas le llevó a elegir la Milicia como honrada profesión.
En enero de 1936 ingresa como Caballero Cadete en la Academia incorporándose al Cuartel de la Montaña. Al estallar la guerra en 1936 le sorprende fuera de Madrid y poco tiempo después se integra en primera línea, pocos meses y como oficial en una Bandera de la Legión se distingue por su temple, bravura y heroísmo, siendo herido varias veces, una de ellas gravemente. Su heroico comportamiento en los frentes de Aragón le vale ser condecorado con la primera Medalla Militar Individual.
No cabe la menor duda que figuras como el capitán Juan José Portoles Dihinx, a lo largo de la vida se ven muy pocos y cuando desaparecen, desgraciadamente tarde y muy tarde, aparecen «héroes legendarios» como este capitán lleno de virtudes.
Al finalizar la guerra acude a la Academia General Militar de Zaragoza, donde destaca por sus altas cualidades y según sus mandos, en él se veía a una de las esperanzas logradas del Arma de Infantería. Al formarse la División española para Rusia se presenta voluntario inmediatamente alegando como derecho los méritos en los frentes de batalla. Cuando llevaba un año en Rusia, cursa instancia para ser admitido al concurso para nombramiento de aspirantes a ingreso en el Diario Oficial del Ejército núm. 18 de 1942, y designado alumno del curso preparatorio, pero su insistencia en permanecer en primera línea con sus soldados es uno de los pocos casos aceptados y que además continúe en el frente de batalla en Rusia.
De su bravura, honor, heroísmo y el acusado sentido del compañerismo sólo citar el texto de la 2ª concesión de la Medalla Militar Individual: «...Este capitán se distinguió extraordinariamente en los ataques enemigos a las posiciones de Tintizy y por su actuación en el Volchow.
A su brillante historial une su comportamiento el 12 de octubre de 1942 en el que este oficial, al frente de un reducido número de soldados, emprende inmediato y violento contraataque, reconquistando palmo a palmo con granadas de mano, los trozos de trinchera en los que había irrumpido el enemigo. Culmina su actuación cuando con gran valor sale al día siguiente a rescatar dos soldados de su compañía que, en la persecución del enemigo habían quedado junto a las posiciones rusas, empresa esta de gran riesgo que pudo vencer el valor y serenidad de este oficial, atravesando con gran peligro de su vida un campo de minas y rescatando a sus soldados personalmente...» (Diario Oficial del Ejército, núm. 289, 25 diciembre de 1942). Él lo había dicho al llegar a Rusia, en octubre de 1941: «...Os prometo que mientras esté yo con un poco de vida, no quedará, ni vivo ni muerto ninguno de vosotros en manos de los rusos...».
El capitán Portoles era, por suerte para los divisionarios, uno de esos seres humanos, modestos y sencillos que inmediatamente suscitan simpatía y admiración en los que le conocen. Estaba siempre de buen humor y con gracejo notable, sabía animar con su sola presencia a sus soldados en todas las ocasiones. Todavía hoy algunos de sus soldados recuerdan a este capitán que salía con ellos en los días libres a fiestas y comidas en las aldeas como uno más.
Muchas veces tuvo que enfrentarse al Mando alemán para salir en defensa de sus soldados. Predicaba con el ejemplo y siempre iba en primera fila pronunciando la célebre frase: «...O caja o faja...» (O el ataúd o el fajín de general).
El día 20 de diciembre de 1942, como jefe de la 10ª Compañía, sobre las 03.30 de la madrugada iba reconociendo los puestos como era costumbre en él para animar a sus soldados y acompañarles. Muy próximo al río Ishora, el capitán Portoles se detuvo a encender un cigarrillo; de improviso, a menos de 50 m., se escuchó una ráfaga de naranjero ruso. El capitán Portoles dobla las piernas y se lleva las manos al vientre.
Al momento se escuchan voces, ¡han herido al capitán! Sus soldados, con lágrimas en los ojos, lo cogen en volandas y más que correr galopan sobre la nieve. Le llevan a una ambulancia, donde el teniente Enrique Moret Arbex le aguanta la cabeza, y ni las graves heridas le hacen perder el humor. Pide ¡la cachava!, un bastón que llevaba para aguantarse a causa de las heridas en una pierna de la guerra de España.
Camino del hospital, su amigo el capitán Jesús González del Yerro (que fue capitán general de Canarias), lo animaba a pesar de que veía la sangre que manchaba la zamarra y que era grave; el camino se hacía interminable para llegar al hospital de Mestelewo. A las 03.15 de la madrugada entraba en el quirófano este bravo capitán.
A pesar de los desvelos del comandante médico Nicolás Santos en salvarle la vida, los disparos le habían atravesado el abdomen, el hígado, el bazo y el estómago. Aun así luchó contra la muerte con humor el capitán Portoles. A las 0.14 del día 22 de diciembre de 1942 moría el heroico capitán Portoles, y cuentan que en la agonía de la muerte sus últimas palabras fueron estas: «¡Ya no puedo hablar!» y cerró sus ojos para siempre.
A las 1.30 de la mañana del día 22 de diciembre de 1942, en el cementerio militar español de Mestelewo, recibían cristiana sepultura los restos del capitán Juan José Portoles Dihinx. Allí estaban sus soldados con rostros tristes, apretando las mandíbulas y en todos ellos el mismo retrato: lágrimas por sus mejillas. El general Esteban Infantes alzó la voz cuando las primeras paletadas cubrían el féretro: «...EI capitán Portoles será recordado siempre con veneración por todos los soldados españoles de la División Azul, era el ejemplo de ocupar siempre los puestos más arriesgados y participar en las acciones más peligrosas...».
Del cariño de sus soldados a su capitán, sólo reseñar el homenaje en la prensa: «...Los que tuvimos el honor de estar a las órdenes del capitán Portoles, sabemos de su valor, espíritu de camaradería y acendrado patriotismo. Era un hombre entero, caballeroso, valiente hasta la temeridad, alegre y ecuánime, viniese lo que viniera. Lo dejó todo por la Patria, familia, fortuna y porvenir...». (Solidaridad Nacional, Barcelona, 14 de enero 1943).
«...Portoles fue para sus soldados un padre, su preocupación constante fue buscar la forma de aminorarnos los sufrimientos naturales de la campaña, Obsesionado por esta idea preveía los más pequeños detalles que tanto influyen en el ánimo del soldado y en la buena organización de una Compañía, desde la comida a la carta...». (Arriba, 7 de enero 1943).
La figura del capitán Portoles debiera ser norte y guía para todo mando, detalles como ése: preguntaba soldado por soldado por sus necesidades y procuraba ayudarles en la medida de sus fuerzas y siempre los tenia contentos en medio de tantas penalidades. Valga como anécdota que tenía la costumbre de entregar personalmente el correo a los hombres de su compañía, a los que llamaba por su nombre de pila.
La Academia General Militar le rindió homenaje, cuyo texto dice: «... Por habernos enseñado ahora a morir, es ya nuestro maestro...». La Escuela de Estado Mayor también rindió homenaje a este héroe dando el nombre de un Aula del Curso Previo al capitán Portoles.
Su ciudad natal, el Ayuntamiento de Zaragoza, también le dedicó una calle con su nombre.
Pero quisiera finalizar con el elogio de dos ilustres, profesores extranjeros a la figura de este legendario héroe: «...El capitán Portoles era un jefe querido por sus hombres, un auténtico héroe de esa clase de seres a quienes los hombres anhelan seguir, sus soldados estaban orgullosos de su capitán y por él lo daban todo...». (Gerard R. Kleinfeld y Lewis A. Tambs, catedráticos Universidad Estado Arizona EE.UU.).
Días pasados, desde el cementerio de Mestelewo (Rusia), regresaron los restos del heroico capitán Portoles para descansar en su tierra natal, Zaragoza.
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