Ceuta es un lugar muy singular por su situación geográfica, su peculiar fisonomía, su benigno clima y su extraordinaria geodiversidad y biodiversidad, entre otras razones. No menos reseñable es su extensa ocupación humana, cuyas evidencias arqueológicas y arquitectónicas salen a relucir cuando se remueve el terreno o se pasea por sus calles y espacios naturales terrestres y litorales. Las investigaciones históricas y arqueológicas coinciden en destacar el estrecho vínculo que desde su origen ha tenido Ceuta con el mar. Los recursos marinos fueron la principal fuente de alimentación de los pobladores del abrigo y cueva del Benzú durante la prehistoria, así como la principal razón de la instalación de un gran conjunto industrial dedicado a la producción de salazones y salsas de pescado en época romana. Sabemos que la actividad pesquera y salazonera perduró hasta el comienzo del periodo bizantino, se retomó durante el periodo medieval islámico y se mantiene, no sin ciertos momentos de paralización temporal e importantes crisis, hasta la actualidad.
El mar no ha sido sólo un medio del que obtener recursos para la alimentación de la población y la preparación de productos para exportar por todo lo que fue el vasto imperio romano. Ha sido y es un espacio para el transporte de mercancías, personas, ideales e ideas. Algunos puntos de la costa, por su conformación y emplazamiento, han servido como puertos en los que los barcos han encontrado refugio durante los temporales y han podido aprovisionarse de agua, alimentos y combustible. Estos mismos puertos cumplen la función de puntos de redistribución de mercancías y escenario de acuerdos comerciales de compra y venta de los más variados productos. Puede que uno de los momentos históricos más relevantes de Ceuta, en cuanto a las relaciones mercantiles, fuera el de la época de los azafíes (siglo XIII). A esta etapa de nuestra historia dedicó su tesis doctoral María del Carmen Mosquera Merino. En este magnífico estudio de la llamada “Señoría de Ceuta”, su autora sitúa en la segunda mitad del siglo XII el despegue del puerto ceutí como importador y exportador de mercancías procedentes del Mediterráneo y del interior de África. Aquí se abrieron consulados comerciales de Marsella, Génova, Pisa, Aragón, Mallorca, Cataluña y Castilla. En cuanto a las mercancías que fueron objeto de comercio en Ceuta sobresalieron “los tejidos, las especies, los alimentos y el dinero, sin olvidar a los esclavos, que en determinados momentos fue un comercio importante” (Mosquera, 1994: 457).
Como hemos apuntado con anterioridad, a puertos del renombre que alcanzó Ceuta no sólo llegaban mercancías, sino también hombres santos, grandes sabios y creativos artistas. La intensa luz de Ceuta atrajo en época medieval islámica a las mentes más preclaras de aquellos tiempos. Autores como Ibn Hamza dijeron que Ceuta que era el lugar donde se reunían todos los sabios (Majma‘ al-‘ulama’). También era la fuente de todas las ciencias y un lugar de paso de todas las tribus. En la Ceuta del siglo XIII vivió algún tiempo el sabio Ibn Sabin y sabemos que la frecuentó el maestro murciano Ibn Arabi, entre otros grandes sabios de la época. De la fuente del agua de la vida que aporta sabiduría y vitalidad, ubicada en Ceuta y custodiada por al-Khidr, pocos beben en la actualidad. La tierra ceutí, como la del mítico reino del rey Pescador en la leyenda del Grial, se ha convertido en un erial. La causa de la transformación de Ceuta en “La tierra Baldía” es “la pérdida del alma” o, dicho de otra forma, la desacralización de la naturaleza. T. S. Eliot, en su conocido poema “La tierra baldía” trata sobre “las aguas regeneradoras que no llegan”. A la pregunta que nos surge al leer esta frase sobre qué son esas aguas regeneradoras responde Patrick Harpur (El fuego secreto de los filósofos) diciendo “que son las que devolverán la fertilidad a la tierra baldía”. Una tierra que “sólo puede ser revitalizada por el Santo Grial, que traerá las aguas no en el sentido literal de fertilidad, sino en el sentido espiritual. El Santo Grial es el Alma del Mundo. Su fertilidad es la generación sobreabundante de toda vida imaginativa” (P.Harpur).
La vida imaginativa brota en el llamado mundo imaginal o intermedio. Este mundo está localizado, según la gnosis islámica, en “la confluencia de los mares”. Estos mares, a su vez, corresponden al plano de lo sensible y al de lo espiritual. Entre ambos mares metafóricos se encuentra el reino de Sophia, la sabiduría divina. En el centro de este reino de lo imaginal se localiza el templo de Sophia aeternae, bajo cuyas escaleras de acceso brota el manantial del agua de la vida que fertiliza las tierras del mundus imaginalis. Las puertas del reino de Sophia sólo se ha abierto para algunos teósofos visionarios, como el persa Sohravardi, Ibn Sina (Avicena) o el murciano Ibn Arabi. Lo que estos visionarios descubrieron es que su mundo interior es un reflejo del mundo intermedio (barzakh) ubicado en la “confluencia de los dos mares”. Comprobaron de esta forma la veracidad del principio hermético que afirma que “como es arriba es abajo”, es decir, el macrocosmos tiene su equivalente perfecto en el microcosmos humano.
El espejo que refleja el mundo imaginal en la tierra, haciendo de ella un lugar sagrado, hace tiempo que se ha enturbiado. La conexión entre el mundo terrenal y supraceleste se perdió cuando el ser humano se “desorientó y se descentró” provocando el derribo de los Axis Mundi que conectaban ambos planos de la existencia. A partir de estos ejes, simbolizados en forma de montañas o árboles sagrados, llegaba a la tierra las aguas de la vida desde el templo de Sophia e incluso ella misma descendía por estos ejes para presentarse a aquellos que la buscaban. En el siglo XIII, del que hemos hablado en párrafos anteriores, sucedió un resurgir de la Sophia gnóstica. Los responsables de este resurgir fueron, en opinión de las investigadoras A.Baring y J.Cashford, “la orden de los caballeros templarios, la iglesia cátara del Espíritu santo, las doctrinas cabalísticas judías, la alquimia, así como se dejó notar la influencia de eruditos y poetas sufíes en España”. En Ceuta hemos documentado un importante testimonio arqueológico del regreso de Sophia durante el siglo XIII en una excavación que dirigimos hace unos años en las inmediaciones de los baños árabes. Este hallazgo confirmó una serie de intuiciones que tuvimos unos meses antes sobre el espíritu de Ceuta.
Al mismo tiempo que me sumergí en el estudio del contexto arqueológico antes señalado, se amplificó mi deseo de entrar en contacto directo con la naturaleza ceutí para percibirla con unos sentidos que se despertaron de forma súbita. Estos sentidos sutiles me han permitido entender que Ceuta es el reflejo de un lugar situado en el mundo imaginal. La imagen es aún borrosa, pues el espejo, ya he comentado, está enturbiado. No obstante, no renuncio a seguir cultivando la visión en profundidad o la doble visión de la que habló William Blake. Lo hago por mí, pues me aporta una enorme felicidad, pero sobre todo por el alma del mundo y, de forma más específica, por el alma de Ceuta. Coincido plenamente con Patrick Harpur en la idea de “por la manera en que vemos el mundo podemos restaurar su alma, y el modo por el que el mundo es dotado de alma puede restaurar nuestra visión”. Siguiendo este postulado, llevo años ejercitando mi doble visión y compartiendo mis descripciones simbólicas de Ceuta con la esperanza que contribuyan a la restauración del espíritu de Ceuta, personificado en Sophia aeterna. Ojalá lo logre y así lleguen de nuevo las aguas regeneradoras de revitalicen la naturaleza de Ceuta y vuelvan a hacer de nuestra ciudad un lugar de reunión de santos, sabios y poetas.