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Respuesta al ecónomo de un feligrés “inculto” sin intereses ocultos

Después de la meditada y reposada lectura de su reflactaria carta publicada en este periódico el pasado 13 de febrero, sobre su interés, responsabilidad y dedicación a las obras de San Francisco, solo me queda realizar una petición formal a nuestro obispo. Espero que me oiga él y Dios. Por favor, nunca nos envíe al Padre Antonio Diufaín Mora a Ceuta como vicario, y mucho menos de párroco como premio a su “eficiente” administración de las obras de la Iglesia de San Francisco. Si su carta se debe interpretar como una defensa pública de la gestión de las obras por parte del Obispado, no quiero ni imaginar cómo serían sus homilías como defensa de la palabra de Dios.
Analicemos su carta por partes. Primero usted dice: “Ante la inquietud manifestada por algunas personas por la demora de las obras”, para añadir luego “este Obispado quiere agradecer a los fieles el interés manifestado por el desarrollo de las mencionadas obras”. De la interpretación de este texto se deduce que parece que no está justificado nuestra inquietud e interés por las reformas de nuestra iglesia. Ya me dirá usted qué sentimiento deberíamos tener después de cinco años de espera, sin información y sin respuestas.
Dice usted literalmente en su carta: “Es importante recordar, además, que las actuales obras son consecuencia de los importantes daños estructurales aparecidos en la iglesia a raíz de la construcción de un parking en sus proximidades y de los daños que la incuria del tiempo han dejado en el edificio. El Obispado, ajeno a las causas de este accidente, imprevisto e involuntario, y de los consiguientes desperfectos, ha asumido con total dedicación y atención este asunto”. Con esto sin duda alguna, me quita usted un gran peso de encima, pues yo pensaba, en mi torpeza mental y supina ignorancia, que el Obispado era el “responsable del accidente”. Menos mal que no han sido ustedes los promotores del parking, ni los responsables de sus efectos colaterales. Pero tenga usted cuidado Padre Diufaín, pues este fragmento me recuerda la famosa frase “Excusatio non petita, accusatio manifesta”. Locución latina de origen medieval cuya traducción literal es “excusa no pedida, acusación manifiesta”. Todo aquel que trata de librarse de una falta sin que nadie le haya pedido explicaciones de ese detalle porque resulte muy evidente la culpa, se está señalando involuntariamente como autor de la falta. Menos mal que usted nos lo ha recordado, pues nosotros, los feligreses, en nuestra desgraciada ignorancia, teníamos “serias dudas” sobre quién era el responsable de los daños sufridos por el edificio.
Menos mal que usted nos informa también de que “Este Obispado es el propietario legal del templo de San Francisco”. Es importante su puntualización, no vaya a ser que algunos legos piensen que el templo es propiedad de la Comunidad Agustiniana, actuales regentes espirituales de esta iglesia. “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”(Mt 22,21) ¿no? No se preocupe por este insignificante detalle. Todo el mundo sabe de quién es la efigie y el nombre que aparece en la cara y en la cruz de moneda de la discordia.
Dice usted también que “Este Obispado es el más interesado en resolver los problemas que existen para la reapertura del mismo”. Pues, con todo el respeto del mundo, le digo que no se nota en absoluto. El movimiento se demuestra andando. Y andar, lo que se dice andar, da la impresión que ustedes no han andado mucho, y si lo han hecho, desde luego no han desafiado, precisamente, a la velocidad de la luz, en estos cinco últimos años.
Sin duda alguna, la parte más sabrosa de su carta es la siguiente: “Los retrasos en las obras son ajenos a nuestra voluntad e interés”. Señor ecónomo, culpar a los demás es eludir nuestra responsabilidad, y un desafío irreversible a nuestra competencia. Quien siente una necesidad imperiosa de desprenderse de toda culpa, primero debe intentar arrojar al vacío toda su soberbia. Después añade “Cualquier otra interpretación carece de fundamento y de sentido, y no puede ser más que fruto de la ignorancia, de opiniones infundadas o de intereses ocultos”. Estimado Señor, aquí lo único que ha estado y sigue “oculto” son sus explicaciones del “qué, dónde, cuándo, por qué y cómo” se ha empleado cada euro público asignado por la Ciudad Autónoma al Obispado para la realización de las obras. En este contexto me viene a la mente la famosa frase de Julio César, y que nos traslada Plutarco, sobre la importancia que tenía en la sociedad romana la honradez de la mujer del César. Julio César se separó de Pompeya Sila al poco tiempo de ser ungido emperador, por el simple motivo de su asistencia como invitada de honor a una Saturnalia, orgía sexual que se permitían ocasionalmente las damas romanas de la aristocracia. Aunque quedó claro en todo momento, que Pompeya no había cometido físicamente ningún acto deshonesto, el emperador se divorció inmediatamente de su esposa, que había asistido solo como espectadora. El político justificó su inesperada decisión con la famosa frase: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo”. Desde entonces, parafraseando a Julio César, cuando una persona o institución cae bajo la más ligera duda de haber cometido o participado en un acto poco transparente y/o poco eficiente, aun cuando no esté comprobado lo “doloso” del mismo, ni existan evidencias, ni si quiera indicios que lo condenen, se dice “no solo hay que ser sino parecer”. Esto vale para todo, incluido las siempre “delicadas” relaciones  Iglesia-Estado. Efectivamente, existe una ley especialmente diseñada para la gestión del dinero público en este contexto. La ley 30/2007 de Contratos del Sector Público tiene por objeto la realización de una actuación global e integrada, en la que deben confluir dos elementos objetivos. En primer lugar, la financiación de inversiones inmateriales, de obras o de suministros necesarios para el cumplimiento de determinados objetivos de servicio público o relacionados con actuaciones de interés general. Respecto al segundo elemento objetivo que caracteriza al contrato: La construcción, instalación o transformación de obras, equipos, sistemas, y productos o bienes complejos, así como su mantenimiento, actualización o renovación, su explotación o su gestión. Usted dice: “La Administración diocesana tiene la obligación legal y moral de llevar un control adecuado y estricto sobre las obras, de manera profesional y eficiente, contratando a la empresa que mejor y en mejores condiciones pueda llevarlas a término, atendiendo sólo a la solvencia y profesionalidad de la misma”. La pregunta es obvia. Si se trata de fondos generados por los contribuyentes ¿por qué no ha salido a concurso público la adjudicación de la empresa o empresas encargadas de las reformas de la iglesia según establece dicha ley? ¿Por qué las empresas constructoras (que ya van 3) nunca han sido elegidas por la Ciudad Autónoma con criterios objetivos y públicos? ¿Por qué ese dinero no lo han administrado directamente los gestores económicos de nuestro gobierno, con la ayuda y supervisión de los Padres Agustinos, residentes en Ceuta? Da la impresión, de que en este espinoso tema, algún “Pilato” ha dictado sentencia y luego se ha vuelto a lavar las manos. Solo espero que en esta ocasión no haya por medio 30 monedas de plata. Como soy un gran ignorante en la materia, perdóneme si le hago demasiadas preguntas. ¿Por qué el Obispado ha asumido ese papel de gestor de un dinero público, que en principio, no les pertenece? Ya sé que doctores tiene la Iglesia, pero no sabía que el doctorado hubiese llegado también a la arquitectura. ¿Son ustedes expertos en contratación y gestión de obras? Pueden explicarnos a nosotros, los feligreses incultos, ¿qué criterios objetivos se han utilizado en la elección de las tres empresas? ¿Cuáles han sido los motivos de tales cambios de adjudicatario? ¿No hay empresas de construcción en Ceuta, lo suficientemente profesionales, con eficiencia y solvencia suficientes para terminar esta faraónica obra? ¿Por qué ustedes, en su infinita sabiduría, han elegido “a dedo” una foránea? ¿Se debe entender con el gesto del cambio, que las anteriores empresas (solo por ustedes elegidas), no reunían estas cualidades? Como usted bien dice Padre Diufaín, soy un ignorante. Dicen que la ignorancia es osada. Y mi osadía consiste en recabar información preguntando lo que demandan todos los feligreses.
Desconozco el tipo de contrato realizado entre ambas instituciones. Es muy probable que el mismo no tenga ningún atisbo de oscuridad que suponga un acto ignominioso alguno, pero, por sus características peculiares, podrían sembrar la incertidumbre, que de hecho ha generado. Todo ello, de haber ocurrido en otro momento y en otra ciudad, podría haberse convertido en un terremoto político de impredecibles consecuencias. Señor ecónomo, el pueblo desconoce la naturaleza explícita, y las características intrínsecas de la adjudicación de esos fondos públicos por ustedes administrados, y solo por ustedes gestionado. Cuando se intuye cierto grado de secretividad y sumarísima adjudicación, salta la duda, la cual podría haber provocado un peligroso tsunami en nuestra ciudad. Quieran los dioses romanos de nuestros ancestros, y sobre todo nuestra Virgen del Carmen sumergida en el mar, que nunca llegue la tormenta, y que la gestión de ese dinero público se haya realizado con la total eficiencia y transparencia que marca la ley.
También usted subraya: “Aunque la demora nos impaciente, se ha entender que hemos de actuar con sentido de responsabilidad, como buenos administradores de unos bienes pertenecientes al pueblo de Dios”. No parece que ustedes estén muy impacientes, ni que hayan sido buenos administradores precisamente. No cabe duda que están lejos de la excelencia, pero lo que está claro es que los bienes que usted alude, es decir los fondos públicos adjudicados, no pertenecen exactamente al “pueblo de Dios”, expresión entendida como sinónimo de la Iglesia de Jesucristo. Deje las metáforas para sus homilías Padre Antonio. Ese dinero que ustedes han gastado, solo pertenece a los contribuyentes caballas, católicos y no católicos, creyentes y agnósticos, que los han ganado sin duda, con el sudor de su frente, y que ustedes han gestionado con su potente mando a distancia desde sus magníficos despachos del Obispado. ¿Conoce usted el proverbio (20:14): “El ojo del amo engorda el ganado”? Pues póngalo en práctica, pues hay que leer la Biblia para ser sabio, créela para ser salvo, y practícala para ser santo. ¿No cree usted que puede ser un buen tema para la próxima edición de su virtual Catequesis Dominical?
He de suponer Padre Diufaín, que por su calidad de Ecónomo del Obispado de Cádiz y Ceuta, será usted al menos, licenciado en Ciencias Económicas, y con suerte igual tiene usted hasta el doctorado. Lo digo entre otros motivos, porque el ciudadano exige a la Administración Pública que su dinero sea gestionado por personas cualificadas, y por ende también, los feligreses en nuestra Iglesia Católica. Pues bien, supongo que le sonará el concepto de coste de oportunidad. En economía, este concepto de coste alternativo designa el costo de la inversión de los recursos disponibles, en una oportunidad económica, a costa de la mejor inversión alternativa disponible, o también el valor de la mejor opción NO realizada. El término es de F.W Von Wieser, publicado en su  Teoría de la Economía Social (1914). Se refiere a aquello de lo que una entidad física o jurídica se priva o renuncia cuando hace una elección o toma una decisión. En nuestro caso, la elección de gestionar el dinero público y las obras de la iglesia de San Francisco no fue hacia la propia Administración Pública, como sería más lógico, ni siquiera hacia los actuales regentes espirituales y cuidadores del templo, la Comunidad Agustiniana de Ceuta, sino directamente hacia el Obispado. ¿Por qué? El coste de oportunidad que ahora valoramos retrospectivamente sus feligreses en la gestión de las obras, es el valor descartado debido a la realización de la misma por parte de ellos versus al Obispado. Este concepto mide la rentabilidad y la eficiencia esperada que se hubiera conseguido si los fondos disponibles e invertidos en el proyecto hubiesen estado, desde un principio, en otras manos distintas a las vuestras, supuestamente con mayor interés social y religioso por la conclusión de las mismas en tiempo y forma. Es probable que este rendimiento desconocido, que potencialmente podría haber sido realizado por los Padres Agustinos en concomitancia con la Ciudad Autónoma, debería ser como mínimo igual al coste de oportunidades que, sin duda, con ustedes, hemos perdido todos.
Dice usted, al principio de la carta, “este Obispado quiere, en primer lugar, agradecer a los fieles el interés manifestado”. Después añade: “Aprovechamos la oportunidad para agradecer nuevamente a las autoridades autonómicas de la ciudad”. Finalmente vuelve a ser reiterativo: “Agradecemos a los fieles y a todos los ciudadanos de buena voluntad su comprensión”. Usted agradece mucho en su carta a todo el mundo, menos a los Padres Agustinos, que siempre nos ha dado la impresión que “no tienen vela en este entierro”. Agradece demasiado, pero en ningún momento pide disculpas a nadie, y mucho menos perdón. Le recuerdo el texto “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Nosotros, los feligreses de San Francisco, creo que llevamos 60 meses perdonando a quienes aún no han pedido perdón, y tenemos la esperanza de no tener que llegar a los 490 de Mateo. Señor ecónomo, no es grave errar, lo imperdonable es no saber reconocerlo. Todos los seres humanos de “naturaleza mortal” tenemos limitaciones, y cometemos errores por acción o por omisión; solo le corresponde al diablo persistir en la confusión; al cristiano pedir disculpas al perjudicado; y solo a Dios perdonar el pecado. Supongo que hubiera sido un excelente ejercicio de humildad y empatía con el pueblo de Ceuta manifestar en su escrito un atisbo de disculpa, una ligera insinuación de perdón por las molestias causadas, aunque el mensaje hubiese sido subliminar. Pedir perdón ante un tercero, teóricamente dañado o perjudicado, no es siempre sinónimo de culpabilidad sino de humildad y caridad. “Sit tibi copia sit sapientia formaque detur, inquinat omnia sola superbia, si comitetur”. Espero que esta leyenda templaria no sea el resumen de todo lo expresado anteriormente.
Creo que ustedes se enfrentan a una triple auditoría, algo así como el misterio de la Santísima Trinidad, tres que en realidad es una sola, medidas con distintos conceptos. La primera, la auditoría sobre su efectividad, que podría incluir el plano ético y moral, realizada sólo por los feligreses. Me temo que ustedes, esa prueba, no la han superado. La segunda, la auditoría sobre su eficiencia en la gestión del evento “encomendado” por parte de la Comunidad Autónoma de Ceuta, responsables en última instancia del dinero público subvencionado. Esta probablemente nunca se produzca, entre otras razones porque se podría entrar en un terreno resbaladizo, y quizás políticamente incorrecto. Si está usted tan seguro de sus palabras de “fidelidad, lealtad, responsabilidad, atención y confianza…”. ¿Por qué no pide usted voluntariamente esta auditoría al Gobierno de la Ciudad Autónoma? ¿Se esconde alguna irregularidad? No se olvide de Pompeya Sila. Pero la principal de este trino es la tercera, la auditoría de su rentabilidad espiritual. Es la que nos hará el Señor a todos, a nosotros, esos simples feligreses, según usted “incultos y con intereses ocultos”, pero también a ustedes, los ministros y gestores de la Iglesia. “Pues Dios os juzgará de la misma manera que vosotros juzguéis a los demás; y con la misma vara con que midáis, seréis medidos por Dios” (Mt.7, 2)
¿Está usted preparado Padre Antonio para superar con éxito esta última y principal auditoría de nuestras vidas? Le pido a Dios que la supere con éxito, pero no antes de la reapertura del templo, que como alguien dijo, será solo cuando ustedes quieran.

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