Hace pocas fechas me llegó a mis manos un documento que tras leerlo creí y sigo creyendo que puede ser muy interesante.
Mi juventud la vivi en una aldea gallega. Fui muy alegre. Hasta que llegó la época de emparejamiento. Me enamore de una chica que se llamaba Aina. Investigando me encontré con que significaba: “resplandor”. En ese momento cometí el error de intentar hablar con ella. Todas sus amigas me advirtieron que era muy rara. Pero a mí solo me gustaba de verdad ella.
Mis amigos se dieron cuenta muy rápido. Siempre estaba con ellos buscando aventuras. Pero desde ese instante solo pensaba en estar con ella. Fueron muchas las palabras tontas que le decía junto a sus amigas. Por eso ella, y creo que las nenas tienen ese sexto sentido, quedo una tarde de invierno.
Me lave, me perfume y me vestí con las galas del domingo. Mi madre se dio cuenta y sin decir nada me peino, como en los mejores días de bodas o celebraciones. No podía fallar nada. Solos dos tortolitos. Pero ella desde primera hora me puso unas condiciones. La primera que nadie se debía de enterar de nuestra amistad. La segunda que tenía que llevarle tres piedras. Una blanca, otra negra y una tercera que me gustara mucho.
Lo vi todo aceptable y más con las ganas de estar junto a ella, era muy sencillo. Ni me lo pensé. Salí al campo en busca de esas tres piedras. Y las encontré pronto. Ni pensé. Solo busque una blanca, que no tuviera ninguna imperfección, una negra igual y luego encontré como un cuarzo. A mí me encantó. Tenía varios colores, el blanco era casi el mayoritario, y luego tenia vetas marroncitas y negras. Ella las observo y me lanzo una gran sonrisa.
“Sabes que tienes un buen gusto. Eso equivale a que eres muy exigente con las cosas. Te gusta la belleza, la perfección, eres muy quisquilloso; me tendrás que enseñar poco a poco; tendré que saber tus gustos. Espero complacerte. Yo la verdad que me quedé prendada con ella. Esos ojos azules como el mar, el pelo rojo como el cobre, esas pecas por toda la cara y esa piel tan blanca.
Yo era todo lo contrario. Pelo negro, ojos oscuros, piel casi negra. Me contó que su madre no quería que estuviera con nenes. Ya que pensaba que ella era especial. Muy inteligente era verdad que lo era. Era una de las mejores de clase. Sacaba muy buenas notas. Yo siempre aprobaba y eso que mucho tiempo no le echaba al estudio. Lo mío era la experimentación, buscar con los demás aventuras, contra más grande mejor. No era de esos niños tranquilos, era lo que dice una polvorilla. Pero llegó la mili. Y eso que ya estábamos juntando para pasar por el altar. Pero ocurrió una cosa muy grande. Al pisar este pueblo de Ceuta me enamoré de una mujer de origen musulmán y antes de terminar el tiempo de servir a mi Patria me vino con un hijo mío. Me tuve que enrolar en la legión para quedarme junto a ella en este pedacito de tierra española. Pero aquí fue cuando empezaron los fenómenos raros. Me llegó una carta de Aina diciéndome que según sus cálculos ya debería de estar yo otra vez en el pueblo y junto a ella.
Yo al principio le dije que estaba arrestado y que me tenía que quedar unos meses más. Pero ella no se creía nada. Y fue cuando me mandó un dibujo donde la cara de mi nuevo amor estaba perfectamente plasmada en el folio. Me entraron las siete cosas. No podía comprender esto, pero la siguiente carta fue peor. Me dijo que yo había tenido un hijo. Y que se parecía a mí. Me mandó otro dibujo.
Yo me quería morir. Tome la decisión de no escribirle más; romper las relaciones, pero de noche soñaba con ella. Me decía que no era un hombre decente. Que me merecía todo lo que me iba a pasar. Me quedé petrificado, helado, sin palabras. Estuve más de un mes con un pitido en los oídos que no podía entablar una conversación sin tener que decir que me repitieran las cosas. Y de vez en cuando tenía dolores en muchas partes de mi cuerpo. Muy especialmente en mis partes bajas de hombre.
Mi nueva mujer me advirtió que podía ser un ataque de alguna bruja. Yo no estaba muy convencido hasta que fui a ver a una mujer en Marruecos. Ella fue la que me advirtió que estaba bajo los ataques de una poderosa meiga, que es como en mi pueblo le llamábamos a las mujeres que hacían trabajos en contra de los intereses de alguna persona. Me hicieron un ritual. Consistió en una oraciones y un sacrificio de un gallo. Luego me dio un amuleto para que lo llevará siempre metido en su saquito en mi pecho. Y fue cuando empecé a notar una gran mejoría. Mi madre me escribió, notificándome que mi exnovia se había ido del pueblo. Yo le conté lo que era ya abuela de una niña, que se parecía a ella. Se puso muy contenta. Pero volvieron los sueños. Y esta vez me quiso apuñalar. Menos mal que mi mujer me despertó y pude salir de ese mal trago. Solo pienso en las malas intenciones que pueden haber por parte de algunas mujeres.
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