Casi un mes después del grave incendio que calcinó más de 100 hectáreas en García Aldave, la Guardia Civil busca en Ceuta pruebas que conduzcan a la autoría de este atentado medioambiental.
El desastre se aprecia en una ruta por los montes calcinados, sin vida, en donde algunas plantas luchan por mantenerse en pie rodeadas de árboles quemados, especies muertas y un tono negro extendido como el manto indeseado por todo el lugar.
De esa dura lección poco se ha aprendido. Las inmediaciones del monte, ahora perimetradas para evitar la intrusión en un terreno con artefactos sin explosionar, siguen siendo foco de reunión para grupos que llegan con sus vehículos para dejar después los restos de comida, bebida y gas de la risa consumidos.
El efecto pantalla de las botellas de cristal y la acumulación de basura constituyen una combinación perfecta para otro incendio, pero parece no importar a quienes convierten los montes en su vertedero particular.
Siempre que sucede un desastre se emite la consiguiente lectura de enmiendas, se prometen acciones para prevenir otros siniestros hasta que pasa la locura mediática del momento. Hoy en día sigue sin existir suficiente seguridad y vigilancia en estos terrenos, lo que se traduce en acciones de incívicos incontroladas que van matando poco a poco nuestros montes.
A las rutas protagonizadas por ciclistas o grupos de deportistas se suman las entradas de quienes acuden a estos puntos solo para buscar zonas apartadas en las que organizar botellones cuyas consecuencias se aprecian a la luz del día.
Junto a las cenizas, el olor constante a quemado, los animales que de forma aislada frecuentan el lugar buscando alimento tras perder sus madrigueras, asoman los menús de hamburguesa y bebida consumidos, los restos de tabaco y la droga más extendida entre los jóvenes: el gas de la risa contenido en las pequeñas botellitas metálicas que contienen óxido nitroso y provocan efectos sedantes entre los consumidores, pero que también enganchan provocando serios daños para la salud.
Las inmediaciones del campo de tiro de la Legión y las proximidades al pantano del Renegado dejan muestra del paso de estas pandas que incumplen ordenanzas, que provocan riesgos pero que gozan de la falta de vigilancia existente en el monte por la ausencia de patrullas de control.
Los ecologistas solicitaron un plan de acción para atender el espacio natural como se merece, la evidencia constata que más allá de las condenas iniciales, poco se ha hecho por adoptar medidas inmediatas.
Unas mallas naranjas perimetran todo el entorno de prohibido acceso por el riesgo de producirse la explosión de artefactos. El anuncio de estas señalizaciones lo hizo la Delegación del Gobierno, administración que en cambio calló a la hora de concretar cómo se había intervenido sobre las alambradas prohibidas colocadas en este terreno y que constituyeron una trampa mortal para los ciclistas que frecuentan el lugar. Y es que buena parte de esas alambradas siguen colocadas, el único cambio que se ha hecho es colocar cintas de la Guardia Civil cortadas en pequeños trozos, disponiendo además por delante la malla naranja.
El problema es que siguen sin apreciarse a simple vista y cualquiera que choque por accidente puede resultar herido por las alambradas con concertinas que no se han retirado al completo.
Hasta la zona suben vehículos con grupos de personas que usan las inmediaciones del terreno incendiado para las prácticas del botellón o consumir las botellas que esconden el gas de la risa. Los restos se aprecian por todo el camino, aumentando el riesgo de incendios por acumulación de basura o trozos de botellas de cristal que causan un efecto pantalla.
¿Qué se ha aprendido? Los medios que son necesarios
Septem Nostra no tuvo dudas a la hora de calificar lo que había sucedido de “ecoterrorismo”. Un término que se acuñó como clave de lo sucedido, puesto que las llamas que devoraron parte del monte fueron provocadas por la quema de neumáticos y basura, sin que todavía la Benemérita haya confirmado el uso de acelerantes y de qué tipo.
Las cámaras térmicas que debían funcionar no lo hicieron, uniéndose factores que terminaron por acelerar la muerte de todo un monte que ya con anterioridad había sufrido otros ataques similares en sus cercanías.
Las consecuencias de lo sucedido entre el 8 y 9 de septiembre se aprecian paseando por el entorno ahora muerto, sin que se haya podido calcular el número de especies masacradas y la pérdida completa de las plantas y árboles que han quedado completamente calcinados.
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