El sacrilegio de sepulcros o pintadas antisemitas; o el fanatismo intimidatorio en establecimientos judíos; además, de grafitis humillantes o todo tipo de injurias o prácticas violentas, son algunos de los lastres que nos advierten de una herida abierta con previsión de infectarse como es el antisemitismo. Una línea roja que pretende poner límites a sucesos vehementes y que en los últimos tiempos se ha agrandado de manera alarmante.
Desdichadamente, no me refiero a un acto desacostumbrado en la Europa del siglo XXI, que, lejos de inmunizarse de esta anomalía una vez consumado el Holocausto, afronta un arriesgado rebrote del odio contra los judíos, que en pocos años ha contabilizado más de una decena de víctimas. Tómense como ejemplos, la localidad francesa de Toulouse hasta la ciudad estadounidense de Baltimore.
Pero, tal como coinciden los expertos, lo más peligroso en cada uno de estos hechos es que evoluciona en diversos perfiles: primero, el antisemitismo neonazi de ultraderecha; segundo, el antisemitismo sugestionado por el yihadismo con la evasiva del aborrecimiento a Israel; y, tercero, el rastro antisemita que envuelve los discursos de líderes como el presidente estadounidense Donald Trump (1946-73 años), que pone en entredicho la honradez de los judíos americanos, si no le respaldan.
Es más, ante estas coyunturas que por instantes se agigantan a la sin razón, la amplia mayoría de los distritos o zonas de culto judíos, están controlados por cordones de seguridad y custodiados por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
Con anterioridad al estallido de la Primera Guerra Mundial (28-VII-1914/11-XI-1918), por poco más o menos la totalidad del viejo continente y en los Estados Unidos de América, el antisemitismo racista se circunscribía a la extrema derecha de la política. Si bien, entre las personas no judías, permanecían los estereotipos de los judíos, así como su proceder.
Sin embargo, aparecieron en escena tres ideales que se desenvolvieron durante y seguidamente al conflicto de la Gran Guerra, reportando el antisemitismo e incluyendo sus variantes racistas con la tendencia dictatorial de la política europea:
Primeramente, las potencias que fracasaron en el combate, la más mortífera destrucción en el campo de batalla y la experiencia acumulada con el crimen en masa enardecido por la raza humana, daban la sensación de haber caído en saco roto. Era incomprensible, excepto por una malintencionada indignidad interna.
Una alegoría que interpretó el descalabro alemán y austriaco a insidiosos enmascarados que actuaban en pos de intereses ajenos; primordialmente, judíos y comunistas. Invención conjeturada pródiga y premeditadamente esparcida por el desastre militar germano, persiguiendo sortear las secuelas personales de sus políticas.
Idénticamente que otros de los muchos estereotipos perjudiciales ya marcados sobre los judíos, sorprendentemente y a pesar de ser absolutamente contrahecha e ilusoria, esta tesis era conceptuada y admitida: Los judíos alemanes se habían dado a las milicias alemanas con honestidad, arrojo y asimétricamente con respecto a su proporción del conjunto poblacional.
Segundo, la Revolución Bolchevique (8-III-1917/7-XI-1917), así como la instauración de la Unión Soviética y las fugaces tentativas de la dictadura comunista en Hungría y Bavaria, atemorizaron a la clase media de Europa, e inclusive, atravesando el Atlántico hasta los Estados Unidos.
El realce particular de algunos comunistas de linaje judío en los regímenes incendiarios, como Lev Davídovich Bronsteins (1879-1940), más conocido como León Trotski, en la Unión Soviética; o Béla Kun (1886-1938) en Hungría; o Ernesst Toller (1893-1939) en Bavaria, ratificó a los antisemitas con la afinidad originaria de los judíos y el comunismo internacional.
Y, tercero, tanto en Alemania como en Hungría y Austria, el agravio indicado en las cláusulas del Tratado de Versalles (28-VI-1919), culpados de encabezar la guerra y tener que atribuir con la carga de sufragar los perjuicios a los ganadores, engendró la furia y el infortunio de este entresijo político. Inmediatamente, la extrema derecha estaba presta a descargar políticamente con todo su arsenal de cólera.
Entre los estereotipos que se refieren al comportamiento de los judíos aflorados en los preludios de la Primera Guerra Mundial y, que, en definitiva, se popularizaron con otras obsesiones antiguas, se inocularon varios mitos. Enfatizándose, que éstos habían activado la guerra para condenar a Europa al mayor de los cataclismos económicos y políticos, haciéndolo susceptible al dominio judío.
Mismamente, concurrieron otras quimeras, como que los judíos se valieron de la indigencia de la guerra para lucrarse económicamente; alargándola para manejar el levantamiento, amén de inducir al plan de una revolución mundial; o, que con su recelo heredado y la retractación irreflexiva que los inclinaba en contra de salvaguardar a la nación, se responsabilizaron del dañino desasosiego detrás del frente y asestaron por la espalda a las tropas combatientes. En otras palabras, la debacle militar y la revuelta democrática socialista. Sin obviarse de estas utopías, que los judíos intervenían las finanzas del sistema de resarcimientos para su propio provecho; pero, tampoco iba a ser menos, que, al constituirse la democracia constitucional, la emplearan para atenuar la voluntad política del estado, resistiendo a su influencia y echando a bajo la base de la sangre aria superior, hasta avivar la endogamia, la libertad sexual y el mestizaje.
Con estos antecedentes preliminares, el antisemitismo, en su más sentido amplio de la terminología, hace referencia a la oposición hacia los judíos en una mezcla de obstinaciones de prototipo religioso, racial, cultural y étnico.
En otra significación más específica, el antisemitismo es un medio exclusivo de racismo, porque se vincula al desapego de los judíos determinados como raza; un pensamiento que habría aparecido en las postrimerías del siglo XIX. Distinguiéndose del antijudaísmo, como la antipatía a los judíos descriptos como grupo religioso. De ahí, que la entonación más avanzada recayese en el antijudaísmo cristiano.
Como inicialmente se ha mencionado, el antisemitismo de exterioriza de diferentes modos: el odio o la discriminación individual; o agresiones de grupos con estas mismas intenciones; o el arrebato policial y estatal.
Profundizando en esta certeza, el Renacimiento (1300-1600); el Siglo de las Luces (1715-1789) y la era del Imperialismo (1871-1914), condujeron al incremento en los gestos, actitudes y ademanes no religiosos, acompañados de aversiones y galimatías antisemitas; aun cuando ya se habían experimentado en las revoluciones políticas.
O séase, con la instauración de regímenes republicanos y no monárquicos, el nacionalismo romántico etnocentrista y los movimientos sociales comenzaron a erigirse como los incitadores preferentes del antisemitismo. Ello lo corrobora, las políticas auspiciadas por la Unión Soviética o la Alemania nazi en la primera mitad del siglo XX. Ya, a lo largo y ancho de esta centuria, la institucionalización del terror antisemita se asentó como punta de lanza en toda Europa, expandiéndose al mundo árabe y a otros estados de predominio islámico.
Actualmente, la izquierda antisemita es la principal instigadora de estos episodios deplorables; fundamentalmente, por el desplome del nacionalismo étnico, que, de la misma forma, se ha legalizado ilegítimamente en incontables partes de la aldea global, hasta afianzarse en la Unión Europea, por sus siglas, UE.
Llegados hasta aquí y transcurridas dos décadas del siglo XXI, el antisemitismo, elocuentemente se ha acentuado con fuertes arremetidas orales y la devastación con quema de colegios, desacralización de sinagogas y camposantos judíos.
Consecuentemente, concurren evidencias hacia este repunte del antisemitismo, sobre todo, incitados por corrientes fascistas y neonazis. En muchísimas ocasiones, favorecidos por los propios organismos como las administraciones de Hungría, que desmiente su intervención en el programa de exterminio nazi; o Polonia, con su proyecto de Ley sobre el ‘Holocausto polaco’.
En Alemania y Austria, que, a posteriori referiré, las incidencias antisemitas son las de mayor rango: como altercados físicos que contienen todo tipo de castigos, apuñalamientos y cualquier fórmula de terrorismo. A ello hay que sumarle, el ascenso antisemita en Suecia y los Países Bajos.
Ante este paisaje nada halagüeño agudizado en las últimas fechas con muestras inadmisibles de despecho, cabría interpelarse: ¿Qué movimientos premeditados se sirven estratégicamente quiénes están dispuestos a conquistar el tablero del antisemitismo?
Tal vez, una hipotética reaparición de los convencionalismos sobre los judíos, encuadrados en las tendencias negacionistas del Holocausto y ostensible en la calidad cultural de las nuevas generaciones. Porque, con la desaparición gradual de los sobrevivientes de este horror, la prueba más inmediata de su memoria, paulatinamente se ha ido extinguiendo. Una posibilidad más que extrapolable en las juventudes de nuestros días.
O, acaso, la complejidad irresoluta entre el Estado de Israel y Palestina, principalmente monopolizado por musulmanes y partes de la izquierda europea, que encubren la enemistad antijudía como el antisionismo acalorado, envolviendo al pueblo judío con políticas explícitas de los gobiernos de Israel.
Realmente, se hace constar un paralelismo lineal entre los intervalos máximos del conflicto palestino-israelí y los brotes de acciones desatadas antisemitas en Europa. Quizás, el progreso de la ultraderecha en cuyo imaginario ideológico está presente el antisemitismo y el negacionismo.
O, según y cómo, el posicionamiento antisemita a favor de la ultraizquierda y de los populismos, que han omitido la lucha de clases sustituyéndolas por las razas; hasta el punto, de patrocinar ilógicos encuentros ‘sin mezcla de razas’; alimentando un incongruente antirracismo neorracista de corte antisemita.
O, posiblemente, el impulso de las nuevas tecnologías de la información, ayudados con el anonimato solapado de la red y su carácter errante, hasta difundirse por doquier. Todo ello, sin contraponerse ninguna otra fuente, porque los consumidores difícilmente acuden a los medios tradicionales como la prensa o la radio. Y es que, en internet, crecen las comunicaciones de intrigas y conspiraciones de origen antisemita.
Luego, no es incoherente afirmar, que el apogeo del antisemitismo podría estar desgastando los cimientos esenciales de la fundamentación europea y, con ello, echar abajo sus históricos puntales.
Analizando sucintamente algunas situaciones categóricas en las que resaltan la contaminación y el envilecimiento del antisemitismo, comenzando por Francia, Emmanuel Macron (1977-42 años) ha admitido que “la ideología antisemita gangrena algunos de nuestros barrios, hasta el punto que obligan a un insoportable éxodo interior”. Desde inicios del 2000, por sospecha de repulsas airadas, muchas familias de judíos franceses han renunciado a vivir en sectores denominados sensibles.
Los atentados perpetrados en lugares como el ‘Seminario Charlie Hebdo’; o el ‘Hyper Cacher’ de Vincennes; o la Sala de espectáculos ‘Bataclan’, han llevado a un declive en los actos con signo antisemita. Contabilizándose un sinfín de irrupciones y provocaciones que han agolpado miles de denuncias.
Toda vez, que, ante los representantes de las entidades judías de Francia, el presidente de la República ha considerado que el antisemitismo erradamente había decrecido, llegando incluso a discrepar en la existencia de estas fechorías.
Continuando con Alemania, un país copiosamente contrastado por el abatimiento del Holocausto emprendido el 8 de mayo de 1945, últimamente, se ha visto sorprendido por el retorno del antisemitismo en un ambiente de intensificación de la extrema derecha y la recalada de miles de refugiados provenientes de territorios indispuestos con Israel.
De hecho, estos incidentes de símil antisemita, han cosechado una subida, adquiriendo su cota más elevada de los últimos diez años. Números, que intranquilizan al gobierno de la canciller Angela Merkel (1954-65 años), que reconoce estar desafiando dos hechuras de antisemitismo: una, emparentada con la extrema derecha y otra, concerniente a la oleada de migrantes que han alcanzado esta superficie, mayoritariamente de procedencia musulmana.
Lo que ha llevado al partido político antimigración de extrema derecha Alternativa, a disponerse como el grupo opositor más relevante del parlamento.
Siguiendo con el Reino Unido, desde el éxito del Brexit en 2016 y tras consumarse su divorcio definitivo de la UE, alarmantemente, los acontecimientos se han acelerado. La repetición continuada de casos antisemitas, indudablemente constituyen un salto cualitativo en la ciudadanía judía, con la probabilidad de marcharse por pánico.
En resumen, la génesis en el giro de tuerca del antisemitismo, difiere de la Europa Occidental a la Oriental; porque, se esparce aceleradamente con semejante compás, sea desde la izquierda como desde la derecha. Una perturbación crónica que objetivamente no se ha eliminado, aunque se haya desterrado a los sectores de la extrema derecha de la sociedad, a raíz de salir a la luz las depravaciones que reprodujeron el Holocausto.
En este momento, la magnitud del antisemitismo se duplica exponencialmente con ataques irascibles. No es únicamente la presencia de una lacra incrustada en las mentes y corazones de los subrayados en este texto; porque, igualmente, está siendo polarizado por las autoridades nacionalistas y partidos de ambas posiciones del espectro político.
La consumación de unanimidad política entre el centro-derecha y el centro-izquierda, juega un papel crucial. Con el centro político deshecho, ahora los extremos se han propagado. La magnificencia de las fuerzas extremistas ha funcionado como catalizador del antisemitismo; como a la par, al otro lado del Atlántico, Trump ha otorgado poderío a los racistas y supremacistas blancos.
Estos instintos tan preocupantes no encarnan que hayamos retrocedido a la década de los treinta, porque, la delantera continúa estando en manos de los gobiernos de la Europa Occidental, que no sólo protege a sus residentes judíos, sino que, cabalmente, le invita a no tirar la toalla. Como judío que habita en suelo europeo, el raciocinio de ser de la UE siempre ha estado en vigilar el nacionalismo destructor y voraz, como también, prevenir y atender a las minorías étnicas, abanderando a sus habitantes a sentirse orgullosos y vivir en paz.
Por ende, estos valores corren el peligro de verse gravemente abrumados, si los partidos en el centro político se ven rebasados cuantitativamente en el Parlamento Europeo, dejando de intervenir al resto de grupos populistas que preconizan doctrinas antisemitas. Sin duda, vigorizar y preservar la vida judía en Europa, demanda que la fortifiquemos y escudemos como merece.
Pero, ¿qué es de España ante esta realidad que acuciantemente nos amordaza? Frases o términos altivos como “perro judío” o “judiada”, con conatos de postergación a Israel y sus naturales, es el antisemitismo latente que se revela ante el rehúso a lo judío y la negativa al Estado de Israel del derecho a coexistir.
Como ciudadanos de pleno derecho, la educación es indispensable para detener las cuantiosas aprensiones y prosperar pertinentemente en la disyuntiva de la convivencia y la libertad. Por eso, hoy por hoy, rememorar el Holocausto no es algo efímero, sino uno de los revulsivos nucleares que contrarrestan el antisemitismo.
No soslayemos de lo empíricamente expuesto en este pasaje, que, generalizadamente, se trasluce una ceguera anti judía enquistada en el subconsciente imaginario. Y no es menos, que se desenmascara en los medios de comunicación con voces retóricas, no dándosele demasiada trascendencia, pero, que indiscutiblemente, dejan su punto de mira en los judíos.
Internet, se han constituido en un ámbito de formulación para todo tipo de impresiones, criterios y apreciaciones desacertadas, abundando infinidad de páginas, blogs y observaciones puramente con rúbrica racista, xenófoba, antisemita y nazi.
En multitud de veces, Israel y el conflicto en Oriente Próximo se esgrime como coartada perfecta y encubridora para embestir directamente a este colectivo; no desdeñándose, que la incredulidad ante la efectividad del antisemitismo, como muchas y muchos pretenden irónicamente hacernos creer, acrecienta la dificultad e imposibilita su prevención.
Lo acaecido en el pasado nos confirma con clarividencia, lo que puede suceder: una mecha avivada y enardecida que prolifera con el odio de lo más irracional, como se denomina el antisemitismo.