El republicanismo tuvo su razón de ser como un sistema político destinado a acabar con el reinado de monarcas absolutos, que manejaban a su antojo todos los hilos del poder, poniendo y quitando gobiernos e interviniendo decisivamente en todas las facetas de la cosa pública.
Aquellos reyes, rodeados de una corte insensible a las necesidades del pueblo, fueron el objetivo a derribar por unas masas indignadas, a cuyo frente supieron colocarse intelectuales contrarios al absolutismo. Así sucedió en la Francia de finales del siglo XVIII y en la Rusia de principios del XX, en ambos casos de modo violento, hasta llegar a la ejecución de monarcas y familiares.
En España, afortunadamente, las dos etapas republicanas se iniciaron de modo pacífico. La primera, en 1873, instaurada al renunciar el Rey Amadeo, duró menos de dos años, en cuyo corto periodo tuvo tiempo de pasar de federal a unitaria. El golpe del General Pavía dio al traste con ella, restaurando la dinastía borbónica.
La segunda tuvo como base para su instauración en 1931 unas elecciones municipales, en las cuales, a tenor de los resultados que iban conociéndose, aparecían como vencedores los partidos republicanos, lo que llevó a exiliarse al Rey Alfonso XIII. Después resultó que, contabilizados en su totalidad los votos emitidos, ni siquiera habían ganado tales partidos. El ambiente estaba impregnado por las posturas de intelectuales de primera fila, caso de Ortega y Gasset y de Gregorio Marañón, quienes combatieron la dictadura de Primo de Rivera y el absolutismo de Alfonso XIII, para posteriormente alejarse de los gobiernos republicanos, ante la deriva que iban tomando los acontecimientos. De ahí aquel famoso “No es esto, no es esto!” de Ortega y Gasset, decepcionado con el rumbo tomado por una república que él mismo había patrocinado. La bandera tricolor, propia de la II República, se consideró como un símbolo de la “lucha contra la tiranía”, incorporando el morado de Castilla en lugar de una de las franjas rojas, aunque me consta de primera mano que hubo republicanos que habrían preferido no modificar la clásica enseña nacional.
El alzamiento militar de 1936 y la posterior y terrible guerra civil acabaron en 1939 con la II República española. Resulta curioso constatar cómo, en su discurso de julio del 36, pronunciado desde el balcón de aquel edificio de la Circunscripción Militar que estaba junto a la Iglesia de África, en el que dijo la conocida frase de “ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”, Franco concluyó con un “¡Viva la Republica!”, como puede comprobarse consultando la hemeroteca de este periódico. La sublevación no iba contra la República, sino contra el comportamiento del Frente Popular en el gobierno. Fue el apoyo de “Falange y de las JONS” el que vino a darle un cierto matiz ideológico.
De lo expuesto se deduce que el republicanismo, en su origen, no es más que una reacción popular frente al absolutismo y la tiranía. Cuando Pablo Iglesias (el antiguo) fundó el PSOE, lo hizo republicano porque en aquellos momentos la monarquía reinante propendía al absolutismo. ¿Qué razones pueden alegarse ahora para oponer la idea de República frente a las actuales monarquías parlamentarias que rigen en naciones occidentales indudablemente democráticas (Reino Unido de la Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Noruega, Dinamarca, España)? En ellas, el Rey o, en su caso, la Reina, están al frente del Estado respectivo como símbolos del mismo, moderadores, políticamente neutrales, defensores de las instituciones… Por el contrario, hay “repúblicas populares” cuyos Presidentes son auténticos tiranos.
Carece de explicación lógica el fervor republicano despertado en concretos sectores tras la abdicación de Juan Carlos I. Hubo un consenso nacional, rubricado por todos los partidos del arco parlamentario y confirmado por gran mayoría en el referendum de aprobación de la vigente Constitución, del que algunos se han desmarcado, aunque otros, como es el caso del PP y del PSOE con Rubalcaba al frente, han hecho honor a su compromiso. Si Carrillo aceptó la monarquía parlamentaria y la bandera roja, amarilla y roja, fue porque sabía lo que hacía ¿a qué viene ahora Cayo Lara con la matraca del referendum monarquía o república, o, como él dice, monarquía o democracia?
A mi juicio, lo que sucede es que la izquierda –especialmente la extrema– tiene un sentido patrimonial de la República, la identifican con “gobierno de izquierdas”. Un craso error, pues basta ver la historia de los países republicanos para comprobar cómo, en ellos, se alternan sin problemas gobiernos conservadores y gobiernos progresistas. Claro que en España, cuando en 1934 ganó la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) hubo quienes no lo soportaron, organizando huelgas revolucionarias, como la que cuajó en Asturias. Les resultaba insoportable que en una república pudiese gobernar la derecha.
Existen repúblicas presidencialistas (USA y Francia, por ejemplo), pero ese no ha sido en ningún caso el modelo seguido por las dos repúblicas españolas. Aquí, ahora, el Rey reina, pero no gobierna. En la gran mayoría de las naciones republicanas, el Presidente suele ser una mera figura institucional y representativa, con escasísimas facultades ejecutivas. ¿Para eso tanto jaleo?