Opinión

Relatos veraniegos

Hasta hace poco, vivíamos y trabajábamos en Ceuta. Las vacaciones, cuando las tomábamos en verano, nos apetecía pasarlas en lugares alejados del mar. Ahora, que ya nos hemos trasladado a Granada, nos acordamos mucho del mar y de las playas de Ceuta. También de nuestros amigos y amigas de por allí. Esa falta la suplimos con escapadas a la costa tropical granadina, que es lo más cercano a nuestro domicilio, en donde ya vamos conociendo a otras gentes. Uno de los pueblos que más nos gustan es Salobreña. Allí tenemos nuestro pequeño refugio, para seguir disfrutando de la brisa del mar y de todos los beneficios que aportan a nuestros organismos los baños en las templadas aguas del mediterráneo. También es el lugar donde se desarrolla un pequeño mercado de artesanos, en el que exponemos y vendemos nuestro pan ecológico. Y en el que aprendemos bastante.

Una de las preocupaciones que teníamos a comienzos del verano era cómo se desarrollaría la vida tras la terminación del estado de alarma. En aquellos momentos, la petición unánime era que se suprimiera el estado de alarma y se devolvieran a las Comunidades el control de la situación. Fue cuando se pactó el decreto de la nueva normalidad con todos los grupos. Margarita del Val, viróloga del CSIC y una de nuestras mejores especialistas en coronavirus, ya advirtió de que la segunda oleada de infecciones probablemente sería en julio, no en octubre. Esto nos llegó a preocupar. Incluso llegamos a temer por el cierre de las playas para el baño.

Nuestra grata sorpresa vino cuando bajamos a Salobreña y observamos la batería de medidas adoptadas por la alcaldesa socialista de la localidad, adelantándose a la situación. Reunió a un equipo de especialistas. Llevó a cabo la sectorialización de las zonas de baño. Señalizó los lugares para colocar toallas y sombrillas, guardando la distancia mínima de seguridad. Estableció unos estrictos horarios para el baño y la acampada. Pero también diseñó, en coordinación con la Universidad de Granada, un plan de actividades ambientales para personas de todas las edades, en las que hay talleres infantiles y juveniles sobre sostenibilidad, actividades de limpieza de playas en familia, limpieza de fondos marinos, circuitos cicloturísticos guiados del entorno natural de Salobreña, o paseos en kayak para conocer las distintas especies animales y vegetales. Salobreña es hoy una ciudad alegre, segura y con mucha calidad de vida.

Todo lo anterior hace que estemos pasando un verano especial, pese a la “mascarilla”. Y, como decía, vamos conociendo a gentes interesantes y especiales. Uno de estos personajes es Juan, el churrero. Todas las mañanas, en la esquina del edificio de nuestra casa, comienza a salir humo y un olor muy agradable del pequeño puesto de madera que allí se ubica. El señor Juan es de Jaén. Proviene de una familia con tradición panadera y churrera. En su día, cuando empezaba a “mocear”, decidió dedicarse a otro oficio. Pero el abuelo le dio un sabio consejo. Por si algún día le hacía falta, le sugirió que aprendiera el viejo oficio de churrero. Así lo hizo. Y, pese a que, durante años, se dedicó a la construcción, finalmente, la tremenda crisis de 2008 le llevó a recuperar el viejo oficio. Gracias al mismo, me confesó, pudo sacar adelante a su familia, cuando la ruina le llegó, a él y a unos cuantos millones más de conciudadanos, al estallar la burbuja inmobiliaria. Y gracias a esto también, muchas mañanas podemos disfrutar el sabor de unos de los mejores churros que hemos probado. Sentarnos en una terraza, contemplando el mar y saboreando este saludable manjar (antes de “pobres”), como en su día demostró y explicó el catedrático D. Francisco Grande Covián, es algo barato, de lo que nadie debería privarse.

Otro personaje único es Jose, el encargado de mantenimiento del edificio en el que se ubica nuestro pequeño apartamento. Es raro encontrarle parado. Siempre está haciendo algo. El perfecto estado de limpieza y conservación de jardines, piscina y demás zonas comunes es su mejor carta de presentación. Pero lo más importante es su actitud servicial. Siempre está dispuesto a ayudar en las múltiples necesidades que surgen en las casas. Sin embargo, cuando pretendes pagar estos servicios, para que haga algo más, fuera de su horario de trabajo, se niega en redondo. Explica que no quiere mezclar su trabajo, ni aprovecharse del contacto con los vecinos, para sacar ningún sobresueldo. Considera que hay muchos y muy buenos profesionales en el mercado de trabajo, a los que se puede recurrir. Es a lo más que llega. A facilitar el contacto con varios de los mejores, para que solicitemos sus servicios. Humildad y buen hacer sería lo que mejor lo podría definir.

Y del mercado de artesanos, queremos destacar a dos. Uno es Edu, un brasileño que hace caricaturas digitales. Independientemente de la mayor o menor calidad de sus creaciones (que la tienen), lo realmente interesante es su calidad moral. Siempre está pendiente y atento a las necesidades de sus compañeros de puestos. No hay que pedirle que te ayude en caso de necesidad. Ya está él pendiente a prestarte dicha ayuda, cuando te ve en apuros. Gracias a él, más de un día hemos podido montar bien la cúpula del chiringuito, dada nuestra inexperiencia. Esta semana, que es la última de mercado, le pediremos que nos haga una caricatura. Siempre es interesante descubrir cómo te ven los demás. Los defectos y las virtudes que te resaltan y que tú intentas ocultar. Evidentemente, le propondremos un trueque con alguno de nuestros panes.

La otra amiga es Silvia. Ha sido nuestra vecina de puesto toda la feria. Se trata de una artesana que hace libros sensoriales para niños. El problema que tenía este año era cómo dejaba que los niños tocaran los libros, ante la inseguridad de los contagios por el coronavirus. Lo que nos explicó fue que en la vida los problemas han de convertirse en oportunidades. Y se reinventó en artesana de mascarillas. Mascarillas de protección con filtro de seguridad y posibilidad de ser lavados a 60º y reutilizados unas 30 veces. Este diseño, junto a una variada selección de telas de diferentes formas y colores, la ha convertido en el “top” de los feriantes. Colas de hasta 7 personas hemos llegado a ver en su puesto. Y, sobre todo, largas conversaciones. Es aquí donde más hemos aprendido de la psicología humana. De ella, su formidable espíritu de superación y supervivencia. De muchos de sus clientes, hasta dónde es capaz de llegar la estupidez humana. Aparte de diseños de personajes animados para niños, o de distintos tipos de flores y colores para combatir la depresión o combinar con los modelitos de la vuelta al cole, las mascarillas más solicitadas han sido las de los colores de la Guardia Civil (verde o negro, si eran los cuerpos especiales), los del ejército (camuflaje) o los azules (partidos de extrema derecha). Y todas con la manoseada banderita. No sé si es que la bandera protege más frente al coronavirus, o es una forma de manifestar que no se le teme al virus de los “comunistas chinos”. Lo cierto es que las conversaciones, e incluso las discusiones, darían para un pequeño tratado sobre el comportamiento humano en momentos de crisis.

La segunda oleada no ha llegado en julio totalmente. Pero estamos en algo parecido. En las noticias de esta semana se reconoce que las cifras de infectados en toda España, pero sobre todo en Madrid, se han incrementado de forma muy alarmante. Incluso hemos superado a Italia, que continúa en estado de alarma hasta octubre (quizás por esto los hemos superado). En nuestro país, la petición que, curiosamente, está cogiendo más fuerza, es la reclamación al gobierno central de que vuelva a tomar el control unificado de la situación. Y es el Partido Popular renovado el que más insiste. ¡Quién lo iba a decir!

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