Asisto al informe presentado por el Relator del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre el estado de la salud mental en el mundo, y lo hago por si se me escapa alguna razón.
Entonces, permanezco inmóvil largos minutos, esperando a que la lectura ofrezca sus propiedades curativas, y la sustancia sedimente, y cristalice en la memoria. Os paso mi impresión.
La actualidad sobre salud mental radica en la dialéctica entre el modelo de atención biomédico, y el modelo de recuperación más rehabilitador, asertivo y comunitario.
El primero está más basado en los rigores del diagnóstico, y su pauta farmacológica. Un modelo cerrado, que introduce al individuo en un círculo interminable, y donde este debe elegir entre el sufrimiento de la afectación, y el vacío de la consecuencia o estímulo vital. Atrás quedarían el disfrute de la belleza, y la perspectiva de un tiempo mejor.
En el otro lado, como ciudad que emerge desde los fondos del océano, el modelo rehabilitador, más asertivo y comunitario, sujeto a la participación y al pertinaz enfoque de los derechos humanos. Esta pauta dibuja un paisaje más rico, y nos pone en contacto con la palabra más buscada: el bienestar.
Sin embargo, para lograr la globalidad, y la unidad de destino en el término “bienestar, hemos de introducir en el discurso el “principio de relatividad”. La salud mental ya no es solamente una disciplina médica que interviene ante un problema en la función, sino que estamos ante el elemento relativizador de toda la actividad humana.
Una buena vigilancia de la calidad de la salud mental, y la buena costumbre en los procesos educativo, laboral, familiar, y otros, dará como resultado una comunidad fortalecida y saneada, capaz de vencer y atender con dignidad cualquier episodio de descompensación.
Una calidad empobrecida, y una sociedad distraída, llenarán la sanidad de historias sin resolver, incapaz de dotarse de los recursos básicos, y pidiendo turno en el orden de prioridades. Cuando la prevalencia desborda, la dignidad queda aplazada.
Al fin, podemos pedirles a los cielos el final de los males, o bien podemos echar mano del ingenio con que nos dotó la naturaleza.
La astucia para abordar el agente relativizador que es la salud mental, es creando una conciencia que diga que la salud mental es un bien escaso, responsabilidad de todos, y que por tanto debe cuidarse de forma activa y colegiada.
La única manera de hacer frente a los pronósticos sobre discapacidad psicosocial, a la psiquiatrización de la pobreza, a los objetivos de desarrollo sostenible, y demás, es promoviendo la salud mental a todos los niveles, y en todo su detalle.
No está en nuestras manos erradicar los problemas de salud mental, pero sí hacerles frente, con políticas de inclusión y pensamiento. El caso contrario es la lectura de lo imposible, la fragmentación del Estado de Bienestar.