En 2007 José Antonio Hernández Guerrero publicaba su primera novela, El silencio de los profetas. Dieciséis años más tarde encontramos a sus mismos personajes en una nueva entrega en la que, tras enfrentarse con situaciones diversas -inesperadas, en muchos casos-, sus vidas van a tomar unos rumbos muy diferentes a los que, en un principio, habían programado, o incluso soñado.
El regreso de los profetas está encuadrada en esa etapa de la historia de España a la que muchos han denominado la “década prodigiosa”: la que transcurre durante los años del tardofranquismo y la Transición. Época en la que -aunque abarca más diez años- España experimentó una serie de cambios notables que afectaron tanto a la sociedad como a la política, a la economía… y también a la Iglesia Católica. Hacemos hincapié en esta última institución porque, al menos desde la ficción literaria, los cambios experimentados en ella (y sus consecuencias en la sociedad de la época) no han recibido la misma atención que la transformación operada en otros ámbitos.
A lo largo de 61 capítulos breves, repartidos equilibradamente en tres partes (“El regreso”, “El encuentro” y “La huida”) acompañamos en su trayecto vital a un grupo de seminaristas que, procedentes del Seminario de una ciudad del sur de España, completan su formación eclesiástica: unos en la Universidad Gregoriana de Roma, mientras que otros lo hacen en la Universidad Pontificia de Salamanca. Pero, aunque todos ellos (Andrés, Balbino, Roberto Carlos, Juan Antonio, Gabriel, Alfonso, Luis, Javier…) se preparan para recibir la ordenación sacerdotal, las expectativas de cada uno están marcadas por objetivos diferentes: desde el desarrollo del sacerdocio en una parroquia rural a la obtención de la máxima dignidad eclesiástica; desde el estudio de la Filosofía y la Teología al trabajo en las fábricas; desde la atención a los pobres y a los marginados, a la docencia y a la investigación…
"Más allá de la narración de una serie de sucesos que tuvieron una amplia repercusión en nuestro país, en esta novela hay que destacar, a mi juicio, un aspecto fundamental"
Son tiempos convulsos que -como hemos advertido- tienen una amplia repercusión en la vida española: el Concilio Vaticano II había socavado los cimientos de un catolicismo (y en especial, de una jerarquía eclesiástica) inmovilizado desde hacía siglos. El nacionalcatolicismo hace prácticamente inviable la separación entre Iglesia y Estado. Sin contar con que, ya desde antes de la muerte de Franco, las revueltas obreras y estudiantiles, apoyadas por partidos políticos aún en la clandestinidad, van a propiciar una serie de cambios decisivos en la vida española. Lógicamente, nadie queda al margen de ello: los seminaristas regresan a su lugar de origen, aunque no en todos los casos para desarrollar los ideales que, inicialmente, los animaron en la consecución de sus objetivos: las relaciones que establecieron algunos y los desencuentros que protagonizaron otros, una mayor toma de conciencia con la situación del momento o, por el contrario, la añoranza de un pasado ya irrecuperable, determinan que unos se replanteen el camino que habían iniciado mientras que otros encuentran nuevos cauces para afianzar (a veces de manera diferente) los propósitos que determinaron su vocación.
Más allá de la narración de una serie de sucesos que tuvieron una amplia repercusión en nuestro país, en esta novela hay que destacar, a mi juicio, un aspecto fundamental: la profunda reflexión que se nos plantea en torno a las actitudes, comportamientos o decisiones que adoptan los diversos personajes que le dan vida a esta novela densa y extensa que, más que dar respuestas, nos interpela a cada lector para que participemos (con nuestro acuerdo o nuestro desacuerdo) en los juicios que se formulan en ella. Más allá de la posible relación con el contenido de cada capítulo, resulta muy interesante detenerse en cada uno de los largos títulos que encabeza cada uno: todos ellos constituyen una invitación a la reflexión, a la toma de conciencia sobre las claves de esta novela, que son las que determinan sus tres partes: el regreso, el encuentro y la huida.
¿Ensayo o ficción literaria? Creo que ambos géneros no sólo son perfectamente compatibles, sino que se iluminan mutuamente. José Antonio Hernández Guerrero anima a cada lector para que se identifique con algún -o algunos- personajes o que haga lo propio con sus conocidos. Porque, como afirma en el Epílogo a esta novela, “Las ficciones, efectivamente, nos sirven para iluminar esas partes sombrías y palpitantes de nuestras equívocas experiencias personales.”