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Regreso a una Ceuta ‘sin rejas’

Ravinder Kumar decidió irse de la India con 21 años con el dinero que le había confiado su padre para garantizar el futuro de toda la familia. Siete años después regresa a Ceuta, donde residió en el CETI, para volver a empezar Ravi siempre soñó con trabajar en Europa. “Quizá fuera porque mi padre trabajaba en Grecia y nos enviaba el dinero para salir adelante y era lo que había vivido”. Fue el segundo de cuatro hijos en una familia en la que la madre llevaba la casa y el padre la mantenía con su trabajo como carpintero a miles de kilómetros de distancia. “A veces él se quejaba de la espalda y yo pensaba que si él dejaba el trabajo no podríamos comer, así que con 21 años tuve claro que me quería ir”, explica Ravinder Kumar que ahora, con 28 años, echa la vista atrás para recorrer los pasos que le han devuelto a Ceuta tras muchos años esperando irse de lo que consideraba una prisión.
Fue a la escuela en Asman Pur, una pequeña aldea de apenas 50 habitantes y acudió a la universidad para licenciarse en Letras y Humanidades, pero mientras trabajaba vendía manualidades que hacía con la madera, el oficio de su padre, abuelo y antepasados y no concluyó los estudios superiores para lograr, lo que a su juicio, sería realmente la oportunidad de progresar en la vida. “Hablé con mi padre y le pedí dinero y accedió a dejármelo. Con 18.500 euros acudí a la agencia de viajes donde tramitaban todo lo necesario”. No sabía que ahí inicio el contacto con una mafia que le prometió llevarle de Delhi a España directamente con un trabajo y todos los papeles en regla pero que en realidad no tenía esos planes para él. De Delhi a Dubai y de los Emiratos Árabes a Casablanca. Allí, un hombre le esperaban con un cartel y le trasladó a Tánger y de Tánger a Castillejos, a esperar con decenas de inmigrantes a que se regularicen sus papeles para poder cruzar la frontera. Estuvo viviendo en el monte varios meses. Muestra una cicatriz en su muñeca. Es una de las cicatrices que le recuerda una de las épocas más duras del gran viaje. “Los subsaharianos nos pegaban, aquí me cortaron con un cuchillo... querían dinero y tuve que llamar a mi padre para que me mandara otros 500 euros”. Aún así, siguieron extorsionándole para conseguir más dinero “pero ya no tenía y seguían pegándome”. Les daban poco de comer. “Lo justo para que no nos muriéramos: pan, aceite, un poco de mantequilla...”. No pierde la sonrisa resignada y unos enormes ojos negros se iluminan cuando cuenta que por fin, el 25 de noviembre de 2006, llegó a Ceuta. “Ya era necesario marcar el código 34 en el teléfono y se utilizaban euros como monedas... pero la realidad era que al pasar los días no dejaba de mirar a Gibraltar pensando que lo que realmente quería estaba al otro lado del Estrecho”. Comenzó a pasarlo mal. En el monte, junto al resto de compatriotas, todos se dieron cuenta de que Ravi estaba muy débil y fue entonces cuando llegó al CETI. “Tenía mucha anemia y  estaba muy delgado y allí recibí los cuidados necesarios”, explica. Pasó en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes más de tres años y la marcha voluntaria de varios compañeros minaron su moral excesivamente. Muchos llegaron engañados por mafias y decidieron vivir en el bosque y no en el CETI para evitar ser repatriados pero sólo los más débiles de salud fueron al CETI no aguantando la estancia alguno de ellos. Pero él se mantuvo firme. “Toda mi familia había depositado en mí sus esperanzas. Mi padre enfermó definitivamente de la espalda y entonces sentía la responsabilidad de ser yo el que les sacara adelante pero no podía hacer nada más que esperar y entonces me desesperaba”.
Cuando por fin le trasladaron el CIE de Algeciras, allí comenzó de nuevo otra cuenta atrás. “Tras 57 días, finalmente la decisión entre deportarme o darme la libertad fue la de dejarme libre”. Entonces acudió a Cruz Roja, hizo cursos y recibió alojamiento “e incluso me dejaron algo de dinero”. Llamó a uno de sus compañeros que ya había encontrado trabajo en Marbella y le ofreció acompañarle. Comenzó a trabajar sin papeles y luego, ya regularizado, cobraba 900 euros en un restaurante de comida hindú donde se especializó como cocinero. “Yo solo necesitaba 100 euros para mí, el resto lo enviaba a mi familia...y ahí ya por fin me sentí muy feliz, porque estaba haciendo lo que tanto había perseguido: ayudarles”. Y cuando después de casi cuatro años llegó a hacer realidad su sueño, ahorró además para regresar a su casa este año. “Fue emocionante y toda mi familia está bien que es lo más importante... pero mi jefe me debía tres meses de trabajo, dijo que me lo ingresaría y no fue así... y tras trabajar todos estos años 15 horas al día... me encuentro en la calle y sin el dinero que me debe”. Desesperado, se pensó bien las cosas. No podía volver a su casa “porque al menos debo invertir aquel dinero que me dio mi padre cuando me fui para poder labrar un futuro mejor”. Además cree que después de pasar tantos años en España ya es complicado regresar sin haber conseguido algo y tiene fuerzas para seguir luchando. Tampoco podía permanecer en Marbella porque ya no tenía trabajo e ingresos. En su cabeza siempre estuvo presente Ceuta “porque me encontré con mucha gente buena... y aquí estoy dispuesto a rehacer mi vida y a luchar de nuevo”. Pero la ciudad ya no es una cárcel. Ya no tiene rejas. Su permiso de residencia y la autorización de trabajo ha roto aquellas cadenas. Un amigo le ha dado cobijo hasta que logre encontrar trabajo “y no tengo palabras para agradecérselo”. Ravi sabe que en Ceuta hay mucho paro pero también conoce mil trucos de cocina y se maneja como nadie entre fogones. Tratará de seguir luchando por su sueño, esta vez sin la presión de alcanzar Europa y siendo consciente, por fin, de que Ceuta es también tierra de oportunidades y no una cárcel a las puertas de sus sueños.

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