Desde mayo de 2006 que estuvimos con Basilio Vielva, no habíamos vuelto al viejo palacio de El Raisuni en el corazón de Yebala. En esta ocasión, también viajaron Paco Delgado y Álvaro Velasco pero se unió Clemente Cerdeira, aportando recuerdos de aquella zona en la que su padre se movió con eficacia llevando a cabo delicadas misiones en los lejanos años del Protectorado de Marruecos.
Salimos un soleado día de octubre de Ceuta con escala en Kabila para recoger provisiones y enseguida cruzamos Tetuán para hacer una parada en Ben Karrich. Allí desayunamos en un agradable café con vistas a la sierra. Veíamos arriba las estribaciones del Gorgues por donde avanzaron el 4 de marzo de 1926, las fuerzas de flanqueo que colaboraron a ocupar la cueva con el cañón emplazado en el yebel Bu Zeitun y apodado el Felipe por el pueblo, que tantos muertos, heridos y daños causó con sus continuas descargas sobre Tetuán. Antes de conseguir silenciarlo se produjeron 406 bajas en las diferentes columnas militares.
Ben Karrich fue igualmente parada y descanso en la retirada de Chauen en 1924. Allí culminaron, para el ejército incluido el Tercio de Extranjeros, más de 20 días de repliegue continuo bajo la lluvia y sobre el barro. La acción costó más de 2000 bajas y entre ellas la del general Serrano Orive. Obedeciendo órdenes del dictador Primo de Rivera, se abandonaron 180 posiciones además de la ciudad santa.
Más adelante tomamos la desviación de Zinat que conduce a las cabilas de Beni Aros y Beni Ider. La carretera, aparte de lo que pueda pasar con las lluvias, está asfaltada y en muy buen estado. Los bosques que ya conocíamos con el río serpenteando al fondo, forman el magnífico paisaje de siempre. Nadie delante ni atrás, solo algunas mujeres vencidas por el excesivo peso de su carga de leña, transitan por el lado derecho del camino, dando la espalda a los vehículos. Las laderas del monte aparecen cubiertas de numerosas plantas y en los huertos crecen membrillos, granadas y madroños.
Después de 40 kilómetros detuvimos el todoterreno de Álvaro en la estratégica encrucijada que preside el viejo castillete, una especie de puesto de control instalado en una loma que domina el cruce. El camino efectivamente se divide allí, a la derecha hacia Larache pasando por el Jemis de Beni Arós y a la izquierda hacia Chauen, a través del lugar santo de Muley Abselam.
Después del tradicional debate, decidimos dirigirnos al Jemis y tomar allí la antigua pista que, comenzando con una mezquita, conduce a Tazarut. Ahora, el viejo camino de tierra y baches está asfaltado, lo que nos hizo ir más deprisa que otras veces. El aduar de Tagasar sigue jalonado de casas con techos de zinc, separadas por gigantescas piedras que se reparten espontáneamente por el empinado terreno. Después de 14 kilómetros, desembocamos en el poblado de Tazarut, cuya vista siempre nos emociona. El cuidador del palacio, atento a los visitantes, nos indicó donde podíamos aparcar y salimos del coche con las máquinas de fotos preparadas.
Allá abajo queda la zauía o recinto religioso, donde oraban todos menos el cherif Muley Ahmed El Raisuni que tenía su espacio propio dentro de palacio. A medio camino, está lo que nuestro guía llamó el talego o mazmorras del cherif, por las que pasaron tantos españoles y marroquíes viviendo en condiciones muy difíciles. Frente a este conjunto de edificios históricos que coinciden en la cuesta, alguien ha construido una de esas casas de nueva factura que nada tiene que ver con el resto.
El palacio, por fuera, sigue como otras veces. El callejón que da acceso al mismo, enfilado por troneras desde las que se disparaba a los que pretendían acercarse sin autorización, la pesada y centenaria puerta de acceso y, tras el zaguán, habitaciones abriéndose a la izquierda y los jardines al fondo.
Tabiques de ladrillos rojos a medio poner no presagian nada bueno, precisamente en el acceso a la única ala conservada y visitable. Primero, el gran salón cubierto de pequeños mosaicos típicos y arcos en el centro con su pila de purificación al fondo, fue dotado de un tresillo fuera de contexto pero que permite a los visitantes sentarse para ver el artesonado en madera de la cúpula central.
Resulta que coincidimos con un grupo que, como nosotros, deseaba visitar el palacio, sin tener muchos conocimientos de su historia. Era una guía marroquí muy relacionada con España conduciendo a un pequeño grupo de franceses y marroquíes. Cuando nos preguntan por la historia del palacio, Clemente Cerdeira les explica, todos sentados en sillones, las aventuras del cherif, su relación de amor-odio con España, los secuestros del americano Perdicaris, del caid Mac Lean e incluso sobre la visita de Rosita Forbes, la periodista que posteriormente escribiría El sultán de las montañas. Lo que más impresiona a los turistas es el relato de las aventuras del padre de Clemente Cerdeira, ya que fue Intérprete de la Alta Comisaría y negociador imprescindible de los españoles con el cherif. Añado que fue el último europeo que lo vio vivo en 1925, antes de que lo cogiera prisionero Abd el Krim para llevarlo cautivo al Rif y, tanto Paco Delgado como Álvaro, completaron la interesante narración de Clemente.
Como suele ser habitual en estos casos por dictado de la hospitalidad marroquí, los guardas del palacio nos sacan en otra estancia con mesas bajas redondas, unas bandejas con aceitunas, dulce de membrillo, mantequilla, mermeladas y una botellita de aceite de oliva que encantó a todos por su pureza y aroma. La agradable tertulia anima al cambio de impresiones con aportación de los mail de cada uno, lecturas recomendadas y otros datos de interés. Después, la obligada despedida para seguir el programa que nos habíamos marcado.
Subiendo al monte por un terreno abrupto, puede visitarse lo que queda del monumento erigido al teniente coronel de infantería Santiago González Tablas que murió durante la toma de Tazarut en 1922. Los restos se encuentran diseminados por el monte, pero existe intacta una lápida que grabaron los legionarios sobre una enorme piedra y en el lugar exacto donde el militar sufrió la herida de la que fallecería después.
Un bosque de pinos y una agradable alameda que ofrece sombra y aparcamiento, nos invita a detenernos para almorzar. Mantel improvisado, platos y vasos de papel, servilletas y una bolsa de basura a prudente distancia para dejar limpio el lugar. Comienzan a abrirse bolsas y aparece el queso manchego, buen jamón y la insustituible tortilla de patatas con las enormes y tiernas tortas de pan marroquí de verdad, nada de ese chicle congelado que comemos en España hoy en día.
Allí, en vista de la hora, se decide subir a Muley Abselam que en el norte llaman El Santo, para vivir el ambiente de esa zona que es realmente única. La expedición debe desandar el camino llegando al mismo cruce del castillete o control, continuando hasta los bosques que rodean el lugar religioso, pieza clave de Yebala. Solo son 12 kilómetros desde el cruce, cubiertos del llamado ciprés de Cartagena que hacemos enseguida, para desembocar en las animadas cuestas de Muley Abselam, donde los tenderetes ofrecen al viandante todo tipo de artículos, desde una especie de turrón hasta bisutería, pasando por ropas, macetas y banquetas de corcho. Arriba, el camino y el morabito donde está enterrado Muley Abselam, lugar de peregrinación obligada para los que viven sobre todo en el norte. En la carretera aparecen las raíces retorcidas de árboles que han perdido parte de su base.
Para el regreso, nueva división de opiniones ya que puede hacerse desandando el camino o siguiendo por una antigua pista con fama de intransitable que atraviesa el monte Buhaxem y viene a desembocar en el Arbaa de Beni Hassan, ya en la carretera de Chauen a Tetuán. Después de consultas con los lugareños, se acuerda tomar la carretera que dicen ha sustituido a la difícil pista. Fue un acierto. Aparte de que el firme asfaltado estaba en muy buen estado, los bosques que atravesábamos eran de una belleza indescriptible. Cientos de quejigos, una especie del roble y grandes alcornoques jalonaban el camino, los monos saltaban en los árboles o cruzaban la carretera y, en los claros, veíamos las águilas como si fueran cometas que planeaban sobre las copas de los árboles.
Allí, en aquellas montañas impenetrables, se refugió el Raisuni cuando fue vencido por Berenguer, esperando un milagro. Y el milagro se produjo al ser nombrado un nuevo Alto Comisario que lo reintegro a su feudo con gran disgusto de los militares españoles. Y allí, en aquellos montes, organizaba el cherif cacerías de monos en honor de sus invitados
A derecha e izquierda, hectáreas interminables de árboles que forman una intrincada masa verde y, tras recorrer 34 kilómetros, llegamos al Arbaa de Beni Hassan, ya en la carretera Chauen-Tetuán, donde el tráfico se multiplicó de pronto. Recordamos allí de nuevo la célebre retirada, la muerte del general Serrano Orive, la herida del capitán Ricardo Rada en Kalaa bajo y el exilio de los judíos de la ciudad santa que abandonaron por miedo a las harkas de Abd el Krim en septiembre de 1924, mientras los legionarios dejaban en las fortificaciones muñecos de paja con uniformes para engañar a los rifeños.
El día estaba acabando y decidimos tomar un último te en el balcón que existe con cafetería en el embalse sobre el río Najla y en una mesa desde la que veíamos ponerse el sol en los montes sobre los que sobrevolaban continuamente aviones hacia el sur. Allí nos sirvieron también unos trozos de bizcocho casero que fueron desapareciendo con rapidez.
La última etapa fue mucho más convencional cruzando la circunvalación de Tetuán, el desvío por Río Martín para evitar el denso tráfico de la carretera general, la travesía del animado paseo marítimo de este pueblo con la nueva corniche a lo largo del río Malaa y, tras pasar por otra desviación, recuperamos la autovía para acercarnos a Ceuta que sería el final del viaje.
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