A pesar de todos los esfuerzos. A pesar del tiempo transcurrido. A pesar de los infinitos pronunciamientos y compromisos. Parece imposible rescatar a la Formación Profesional de las catacumbas educativas de nuestro país. Esta fue una prioridad de la propia democracia que rebasaba ideologías y partidos políticos. La sociedad española llegó a la conclusión de que la Formación Profesional estaba llamada a ser una de las piedras angulares del sistema educativo concebido para servir a un país moderno con una economía de enorme potencial y en pleno desarrollo. La condición previa para alcanzar tan loable objetivo consistía en lograr prestigiar esta modalidad educativa, erradicando el estigma de “estudios para fracasados” indeleblemente incrustado en el imaginario colectivo durante casi medio siglo. Desde entonces (inicio de la década de los ochenta) se ha desplegado un amplio y complejo conjunto de medidas que han transformado (en positivo) todos y cada uno de los elementos del sistema. Una de las más trascendentes y ambiciosas fue incorporarla a los mismos Institutos como un componente más de la Educación Secundaria. Enumerar todos los cambios que se han producido durante las cuatro últimas décadas sería tan prolijo como innecesario. Pero… ¿Cuál es el resultado de tan ingente esfuerzo? Podríamos sintetizar la respuesta diciendo que en España (y en Ceuta) se imparte actualmente una Formación Profesional de extraordinaria calidad sin el reconocimiento social suficiente. Dicho de otro modo, no se ha logrado borrar de la conciencia colectiva la idea de que a la Formación Profesional acuden quienes han fracasado en el intento de alcanzar el éxito en la “enseñanza buena” (bachillerato y universidad). La FP siempre es la última opción… Ni la contrastada calidad del profesorado; ni la formidable inversión en equipamientos (de primera calidad y última generación), ni la cuidada ratio de alumnos por grupo, han servido para que la inmensa mayoría de las familias cambien su opinión sobre la FP. Destruir un prejuicio siempre fue una tarea hercúlea. Se sigue intentando. Aunque es más que dudoso que los últimos pasos se hayan dado en la dirección correcta.
Por un lado, parece que toma cuerpo (otra vez, ahora con más consistencia) la idea de segregar al alumnado de FP en centros diferenciados. Es verdad que la integración de la FP en los IES no ha estado exenta de dificultades y problemas. De hecho, en muchos centros (no en todos), y de manera absolutamente irresponsable, se ha tratado a la FP como un segmento marginal, una especie de apéndice extraño, aislado e incomprendido. Pero la solución no es retroceder cuarenta años en el tiempo, sino diagnosticar correctamente las causas de esta disfunción y buscar la solución adecuada a los problemas detectados.
La segunda “gran apuesta” es la FP Dual. Asumiendo como indiscutible la premisa de que es ideal la vinculación entre el aula y la empresa; ¡qué mejor que compartir aula y empresa! Sin embargo, esto, que parece una evidencia, no deja de ser un argumento trampa. Desplazar un porcentaje muy elevado de la carga lectiva a las empresas presenta dos serios inconvenientes. El primero, que se produce en Ciudades como Ceuta con un tejido productivo muy endeble (compuesto por microempresas). En empresas de esta tipología los procesos que se practican (y por tanto se pueden enseñar) son muy limitados, tanto en extensión como en profundidad; con lo que el alumnado recibe una formación mucho más reducida que la que se imparte en el aula. En aquellos lugares en los que están instaladas grandes empresas, punteras en sus sectores, y a la vanguardia en procedimientos y tecnología, el enriquecimiento formativo para el alumnado es obvio. Pero esta es la excepción, no la norma. Además de que, en los casos como Ceuta, no existe oferta de puestos suficiente para todo el alumnado, de manera que se genera una nociva dualidad: alumnos con la misma titulación reciben formación diferente. El segundo problema es que se “sustituye” un profesor de FP, acreditadamente cualificado tanto técnica como pedagógicamente, por un “monitor” sin experiencia didáctica ni necesariamente formación adecuada. Es probable que el saldo final de la FP dual sea un éxito en zonas y especialidad muy concretas y escogidas, y un notable fracaso en la mayoría de los lugares (Ceuta) y de las familias profesionales.
"La segunda 'gran apuesta' es la FP Dual. Asumiendo como indiscutible la premisa de que es ideal la vinculación entre el aula y la empresa; ¡qué mejor que compartir aula y empresa! Sin embargo, esto, que parece una evidencia, no deja de ser un argumento trampa. Desplazar un porcentaje muy elevado de la carga lectiva a las empresas presenta dos serios inconvenientes"
Nosotros consideramos que la resistencia más dura por parte de la sociedad a valorar en su justa medida la FP, radica en que las titulaciones obtenidas no son apreciadas por las empresas a la hora de seleccionar a sus trabajadores. La ciudadanía tiene la sensación de que la FP son estudios muy largos y complicados que al final “no sirven para nada” porque los empresarios utilizan otros criterios para elegir sus plantillas. Es preferible hacer “otros cursillos” más fáciles y cortos que, a la hora de la verdad, tienen idéntica utilidad.
Para salvar este obstáculo, sería preciso abordar dos cuestiones simultáneas. Por una parte, una revisión de los contenidos. El diseño curricular (y su posterior plasmación en las aulas) está, en muchas disciplinas, muy alejado de la realidad- Es preciso simplificar y flexibilizar los planes de estudio para hacerlos más atractivos al alumnado.
La segunda propuesta, más ambiciosa y polémica, consiste en imponer por ley la exigencia de la titulación de FP correspondiente para contratar a profesionales en la empresa privada. ¿Por qué se exige un título de abogado (por ejemplo) para ejercer la abogacía; y no se exige un título de cocinero para trabajar en un restaurante? Una sociedad moderna, democrática y con aspiraciones, tiene que ser coherente y consecuente con sus principios. Si un empresario que regente un restaurante, puede contratar como cocinero a cualquier persona sin titulación alguna, ¿cómo convencemos a una familia de que mande a su hijo o hija a estudiar durante dos años para obtener un título cuyo valor depende de la “percepción” caprichosa de los empleadores? Sin modificar legalmente el sistema de acceso a los puestos de trabajo en el ámbito privado (exigiendo titulaciones), será una quimera que la FP deje de ser el “pariente pobre del sistema educativo”. No es fácil. Es preciso sortear infinidad de obstáculos. Somos conscientes de ello. Pero merece la pena.
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