No somos nadie. Emprendo un viaje cultural por la Comunidad de Madrid y, a las 24 horas, siento un repentino mazazo en mi salud. En Alcalá de Henares, base de partida de las rutas, pido a la recepcionista del hotel que avisen a la aseguradora de mi viaje para obrar en consecuencia. La burocracia o la hora de la llamada no proporcionan la necesaria respuesta inmediata. Como no pertenezco al sistema público de salud, recurro a mi seguro particular. Presto, recibo atención en un centro médico alcarreño, donde me reconoce el doctor Juan Carlos del Campo Olmedo, todo un gran profesional y persona de extraordinaria humanidad. A la vista de la exploración inicial, solicita que me sean realizadas unas pruebas en el propio centro. Con ellas ya en su poder, me recibe al instante sin reparar en prisas y, tranquilizándome, confirma su diagnosis inicial.
El paso inmediato es mi urgente evacuación a Madrid. El doctor pide que llamen a una ambulancia para mi traslado al Hospital Moncloa, un referente obligado de la sanidad privada de la capital. Provisto de los pertinentes informes, me pasan directamente a un box de urgencias donde, al instante, se me realizan nuevas pruebas. Hora y media después, ya estoy en planta.
Pasarte los días en un hospital no es un trago agradable. Mas, en mi caso, con un solo paciente por habitación, televisión, cama para el acompañante y las atenciones de sus profesionales, el trance se hace mucho más llevadero. Máxime con la confianza de saber que estás en un clínico acreditado con reconocimientos oficiales de excelencia y calidad asistencial.
Estar ingresado en un hospital da pie a muchas reflexiones. Es por lo que me he permitido contar lo anterior. En pleno debate sobre la sanidad pública y la privada con los recortes y demás historias, no puedo por menos que romper una lanza a favor de esta última, tan cuestionada últimamente por algunos, sin que ello suponga el más mínimo menoscabo para la pública.
Es significativo que, pese a la crisis, siga creciendo el número de españoles que cuentan con un seguro privado, unos 10,5 millones. Posiblemente en ello tengan algo que ver los recortes de la pública. Eludir las listas de espera sin pasar por el médico de cabecera, evitar las aglomeraciones en urgencias o disponer, en caso de hospitalización comodidades como las que cito, entre otras ventajas, son factores de peso. No es extraño que el ‘I Barómetro de la Sanidad Privada Española’ recogiera el alto grado de satisfacción de sus usuarios. El 80 por ciento con la valoración media de 8,6 en la atención asistencial recibida durante el ingreso, y un 81 por ciento en el servicio de urgencias con una media de un 8.
Muy significativo es que tanto los funcionarios públicos como el personal de las FF. AA. o los miembros de la Guardia Civil, hayan puesto el grito en el cielo ante los rumores de una posible desaparición de MUFACE. Un colectivo que, por otra parte, pudiendo elegir entre los dos sistemas, se decanta mayoritariamente por la privada en un 80 por ciento.
“La sanidad privada tiene presente y futuro, pero siempre en colaboración con la pública”, decía María Cordón, consejera delegada del grupo Quirón. Cierto. Uno iría más lejos. De no existir la fuerte competencia que la red pública nacional de salud supone para la privada, ahora estaríamos hablando de otra historia. Y ese es el temor, que de perderse ésta, las repercusiones negativas para los pacientes con seguros privados serían evidentes.
En plena reflexión sobre el tema, en el que me podría extender más, la mente se me fue al desaparecido hospital de la Cruz Roja. Qué pena de edificio y de oportunidad para convertirlo en un clínico privado cuando, parece ser, hay interesados dispuestos a acometer la iniciativa. Pasa el tiempo y el edificio sigue abandonado. Pero claro, mientras la entidad humanitaria propietaria del inmueble no baje su desorbitado precio, ya sea por venta o alquiler, seguiremos asistiendo a su progresivo deterioro.
Una lástima, ya digo, pensando en el gran servicio que podría prestarnos a quienes no pertenecemos al sistema público, y a los que se nos hace el favor de recibir atención, cuando es preciso, en el flamante y digno Hospital Universitario.
Un clínico privado, con el elevado número de seguros que hay en la ciudad y los potenciales pacientes que, a buen seguro, acudirían de Marruecos, puede ser viable. Será cuestión de que autoridades y parlamentarios redoblen sus contactos con Cruz Roja. Una ciudad como Ceuta, aislada de la Península y con sus más de 80.000 habitantes, debería disponer también de su hospital privado.
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