“Queridos amigos: no sé expresaros ab intio la inmensa alegría que me embarga al veros o, mejor, vernos reunidos de nuevo después de diez años... para algunos casi cincuenta...”, con esas palabras Jaime Ortiz ponía voz al discurso que Juan Luis Muñoz Cervantes había escrito con gran cariño y dedicación para unos compañeros con los que se reencontraba varias décadas más tarde. En el lugar donde tantas horas pasaron, la biblioteca del colegio San Agustín, en lo que ayer parecía otra vida, un grupo de alumnos del centro retrocedía este sábado en el tiempo para conmemorar, entre la añoranza y la alegría, una doble efemérides que llegaba con dos 50º aniversarios: el da la primera cuadrilla que sacó al Cristo de la Penas y el del fin de sus estudios de Bachillerato.
Las estampas de esta mañana ya están plasmadas en ese álbum del recuerdo. Entre los abrazos y el los reconocimientos faciales se dieron cita las anécdotas. Cada paso por el centro, cada pasillo, cada aula, cada fotografía en la que aparecían rostros conocidos, era un regreso al pasado que, sin embargo, se presentaba como un ayer. “Si pudiéramos contemplar en su totalidad esa extraña dimensión que llaman espacio-tiempo, nos veríamos jugando al baloncesto en este patio y estaríamos todos, sin faltar ninguno, en esas imágenes sucesivas que configurarían nuestra especial posición en ese espacio-tiempo. Aquí, entre estas aulas, en este patio, en nuestra capilla...estaríamos todos. De hecho, estamos todos”, evocaba Ortiz en palabras de Muñoz Cervantes.
Ha sido una reunión única y, casi sin precedentes, ya que se celebró hace diez años pero con menos participación, puesto que algunos de ellos se encontraban en el extranjero. En esta ocasión, pese a que la mayoría reside alrededor de todo el territorio nacional, las bajas fueron las inexcusables, aquellas que ni el esfuerzo ni la fuerza natural de la vida puede evitar. “Esta promoción agustiniana que empezó, para muchos a los cinco años y terminó a los dieciséis, tiene una amalgama especial que ha conseguido que los que se fueron, por diversas circunstancias, antes de la salida de nuestro Torreón, sigan con nosotros; que ha conseguido que aquellos que se incorporaron a lo largo de esos once años, participaran inmediatamente del espíritu del grupo; que ha conseguido, en suma, que cada vez que nos vemos, sea donde sea y cualquiera que sea el tiempo que ha pasado, nos abracemos como si fuéramos los niños del ayer”.
El discurso finalizó con un Ortiz compungido y unos compañeros que aplaudían fervientemente también ‘golpeados’ por la emoción. Después de una recorrido por el que fue y, todavía es su colegio, el grupo se traslado hasta la iglesia de San Francisco, donde rezaron por los compañeros que ya no se encuentran entre ellos.
Sin duda, el de este sábado fue un día en el que las emociones estuvieron a flor de piel para estos muchachos, ya no tan jóvenes, que compartieron estudios, alguna fechoría y, sobre todo, proyectos de una vida que hoy afrontan con el mismo entusiasmo que hace 50 años.
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