Mediados de mayo, y como antaño, Castillejos se pone guapa para el verano. Este 2022 ya no es solo para recibir a los visitantes del resto de Marruecos, sino también a los procedentes de Ceuta, la ciudad a costa de cuyo comercio transfronterizo creció descontroladamente durante la última década pasando de unos 55.000 habitantes en 2014 a alrededor de 85.000 actualmente. El brusco frenazo, por la pandemia y la crisis diplomática entre España y Marruecos, de aquel proceso de gigantismo que hizo proliferar barriadas de infravivienda desordenada es visto hoy por muchos en Fnideq con cierto alivio. Han sido algo más de dos años y dos meses de frontera cerrada, de recesión y de pérdida de población, pero también de bajada de precios por la caída de la demanda caballa y de cierta tranquilidad.
Policías, guardias y vigilantes de seguridad en el lado español y gendarmes y aduaneros en el marroquí confirman sobre el terreno que, efectivamente, ni danones ni tomates. El control documental en el lado español, que antes se limitaba a un vistazo, incluye ahora hasta para los españoles un escaneado a fondo del pasaporte (y, a veces del DNI), así como la revisión del papeleo de moto o coche. En el lado marroquí, a sellar todos, caballas incluidos, y en ambos se pasa revista hasta a las mochilas. Resultado: colas cortas, pero esperas largas.
"Un cliente se llevó hierbabuena por si cruzaba... Si acaso, la próxima vez tomates"
Un porcentaje parecido calcula que dejó de facturar Abdelatif en su frutería del extrarradio, cerca del Hotel Ibis, donde las Fuerzas de Seguridad mantienen un control permanente para evitar la llegada de curiosos hasta las inmediaciones de la frontera. Hasta que apareció la enfermedad del coronavirus surtía tanto a particulares de Ceuta como a negocios. Algunos de los primeros regresaron anteayer, pero las advertencias de Sanidad Exterior han hecho efecto: “Un cliente”, bromea, “se llevó un ramillete de hierbabuena para ver si conseguía llegar con él a Ceuta y para, si acaso, probar la próxima vez con tomates”.
Abdelatif vende la sandía a 4 dirhams (ayer el cambio en el tradicional mercado negro, todavía inaccesible como antes a pie de frontera por sus dos lados, estaba a 10,3 por euro) y el tomate a entre 4 y 5 el normalito y a 7 “el mejor”.
Con el cierre de la frontera Castillejos dejó de repente de crecer e incluso ha perdido “algo” de población, tanto flotante de Ceuta como retornados a otras regiones de Marruecos, si bien el éxodo de estos últimos no ha sido tanto como podía preverse. “Mucha gente se ha quedado animada por los repetidos anuncios falsos de reapertura pronta y ante la expectativa de recuperar las actividades de antes”, explica el periodista Ahmed Biyuzan.
Tanto Madrid como Rabat han dejado bien claro que eso no sucederá nunca, y de hecho en la Prefectura de Rincón-Fnideq se ha contratado a “unas 4.500 personas” para entretenimiento urbano, algo así como un mastodóntico plan de empleo para paliar el golpe socioeconómico del cierre de la frontera. Los sueldos de los beneficiarios rondan los 200 euros, como el alquiler “medio” actual de una vivienda nueva en la localidad marroquí, donde se han depreciado un 50%.
“Estamos contentos con la reapertura de la frontera: ya se nota un poquito que van llegando ceutíes y seguro que con el paso de los días lo harán más, poco a poco, como una rueda”, confía paciente Jalid, propietario del ‘Café Troya’, dos plantas al pie de la avenida Hassan II con vistas sobre la ciudad autónoma y la bahía de Tamouda. En una mesa toma un refresco Mustafa, sexagenario, residente en Algeciras desde hace 19 años, que volvió de visita a su localidad natal hace tres días vía Tánger-Med.
“Siempre he vivido cerca de una frontera: en Castillejos, en Ceuta, en Algeciras, en Girona, al lado de Portugal... El funcionamiento de esta es un asunto entre dos Estados, de alto nivel, y hace falta tiempo para ordenarlo y concretarlo”, llama a la calma a quienes se impacientan por conocer cuándo se ampliarán los colectivos autorizados para cruzar. A su lado, otro hombre aboga por que se pueda encontrar un término medio entre el “caos” de los años previos a la clausura y la rigidez de ahora, circunscrita a visados Schengen que muy pocos poseen en la región. “Aquí también vivimos fatal lo de hace un año”, recuerda la crisis de la avalancha, una riada de personas que anegó Ceuta y que también pasó parcialmente por encima de Castillejos.
“Antes los ceutíes estaban aquí todos los días a las 5.00 horas comprando pescado... Cuando cerró perdimos mucho”, apunta Sufian desde el centro de la plaza de pescado del zoco, en cuyo bullicio vuelve a oírse el castellano. A apenas 20 metros, en su carnicería, Abdelatif, que ha trabajado en varios negocios del ramo en Ceuta, está deseando volver a vender pinchitos a su clientela caballa, la que durante 9 meses al año llenaba las urbanizaciones a pie de playa que se quedaron parcialmente desiertas y sus dueños, sin ingresos extra.
“La panadería se fue un 70 ó 75% para abajo sin los ceutíes”, afirma Yusef tras el mostrador de la suya. “En Castillejos estamos contentos, mucho, y queremos abrazarlos a todos los de Ceuta”, bromea un hombre que dejó caducar su pasaporte hace cuatro años “por el infierno que era cruzar la frontera”. “Esperamos que ahora funcione de forma ordenada y con agilidad en beneficio de todos”, desea.
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