El legado del PP, tras su extenso periodo de hegemonía política en nuestra Ciudad, será una auténtica calamidad. Todo su esfuerzo, condensado prácticamente en una única prioridad, se ha centrado en la exaltación del ladrillo deslumbrante. El ya conocido “Ceuta está muy bonita”. Su errático concepto del progreso, los ha conducido a modelar una Ciudad amorfa.
En un inmenso yermo de necesidad, se erige, como un perverso emblema de insolidaridad, un reducido enclave, privilegiado y mimado hasta la obscenidad. Han invertido todo este tiempo, y un impresionante caudal de fondos públicos, en fabricar una postal; olvidándose de las personas. Orillando lo importante.
El PP ha convertido Ceuta en la apoteosis del contraste. Convivimos en una flagrante contradicción difícil de digerir psicológicamente. División suicida. Desigualdad irritante. Desequilibrio hiriente. En estas condiciones es muy difícil ahormar un proyecto de vida en común. Porque es muy complicado encontrar la confluencia, más allá de la mera coincidencia espacial. Estamos en una posición de inquietante acrobacia social.
El descalabro ocasionado por el PP no queda ahí. En su debe histórico también lucirá, en un lugar muy destacado, haber aniquilado el “espíritu localista”. Este es un asunto especialmente importante y significativo porque el sentimiento de ceutí es una palanca insustituible para labrar un porvenir digno. Y, hoy, no existe. O mejor dicho, está tan diluido que apenas se puede percibir. Lo que se dio en llamar localismo, era un movimiento político y social fundamentado en la idea de que unidad de los ceutíes (superando las diferencias ideológicas), debe ser el valor preeminente, en la gestión de las reivindicaciones estratégicas. Ceuta es tan peculiar, y los retos y problemas a los que se enfrenta son de tal magnitud, que es imposible afrontarlos con garantías de éxito sino es desde la unidad. Para los ceutíes, determinadas cuestiones de especial relevancia, deben trascender la frontera ideológica. En su momento fue la lucha autonómica la que catalizó y canalizó este sentimiento. En estos momentos, está perdido. Los ceutíes no encontramos una causa común con la que identificarnos.
El bipartidismo ha logrado imponer su interés (que no razón). Los partidos que se alternan en el Gobierno (esperemos que por poco tiempo), han convencido a la inmensa mayoría de los ceutíes de que no podemos aspirar a nada más que ser una “cuestión de estado”. Esto quiere decir que debemos renunciar a nuestra dignidad como ciudadanos españoles de pleno derecho, y conformarnos con ser una “extravagancia tutelada” desde Madrid; con la premisa y requisito insoslayable de “no molestar” al vecino reino de Marruecos. Terminantemente prohibido alterar las “excelentes relaciones”. Todo aquello que pueda herir, siquiera mínimamente, la exagerada susceptibilidad de quien pretende anexionarse Ceuta y Melilla, es tabú. Dicho de otro modo: Ceuta debe olvidarse de cualquier aspiración y limitarse, desde el silencio y la calma, a que el tiempo dicte su ley. Como contrapartida se financia el problema “generosamente” para vitar sarpullidos indeseados. Así han conseguido que los ceutíes aceptemos como natural que Ceuta no sea comunidad autónoma (tenemos un régimen especial no contemplado en la Constitución… peligroso a la hora de ser considerada una colonia en los organismos internacionales) que estemos fuera del paraguas de la OTAN, que no dispongamos de aguas territoriales; que no exista una aduana con Marruecos, a pesar de existir una frontera; y más recientemente que no se nos dispense un merecido trato específico en la Unión Europea. Todas las bases sobre las que se edifica el concepto de Ceuta como ente político están gravemente contaminadas. Carecemos por completo del anclaje jurídico y administrativo que confiere consistencia a un territorio en el ámbito internacional. Expuestos al huracán sin protección alguna. Rezando para que no se desate.
El panorama es desolador. Sólo desde la ignorancia, propia o inducida, se puede obviar la gravedad de esta coyuntura. Pero lo que los ceutíes debemos tener meridianamente claro es que sólo nosotros podemos revertir esta situación. Los partidos de ámbito nacional están muy cómodos, ellos no quieren líos, no van a mover un músculo para cambiar las cosas. No sienten el aliento ni la presión de nadie. Somos nosotros los que debemos recuperar la conciencia de pueblo y el espíritu de lucha. Debemos sentirnos ceutíes por encima de cualquier otra condición. Unirnos en torno a las reivindicaciones que configuran nuestras señas de identidad de futuro. Cada uno con su forma de pensar, pero todos pensando en Ceuta. Y empezar, otra vez, a enseñar los dientes.