Miraba nuestra querida y bella ciudad autónoma de Ceuta desde uno de los lugares privilegiados de nuestra geografía caballa. Eran los aparcamientos de la antigua y añorada discoteca la Cueva. Recordé muchos momentos buenos. Donde lo principal era danzar bajo la música discotequera de los años 80. Buenos días vividos. Estuvieron delante mía los movimientos de la actualidad. Los pases por la barra pidiendo esas consumiciones que nos daban el derecho al poder entrar en aquel lugar fortificado por la escuadra de gastadores de la puerta. Nos valía de entrar en calor, hidratarnos y buscar gallardía para intentar dar rienda suelta a unos momentos de instinto de apareamiento. Pero visto y demostrado que se llevaban las orejas siempre los mismos. Los guaperas del momento. Nosotros encontrábamos los triunfos de estar allí contemplando los resultados del cortejo. Pura envidia de unos muchos. Pero seguíamos en el intento una semana detrás de otra. Y gracias a nuestro ir y no caer en el aburrimiento siempre había algo que nos podía venir. El consuelo de los persistentes.
Y era cuando disfrutábamos del mundo del “amor”. Esos piquitos. Tornillos que se doblaban y no paraban. Días de colegiales. Muchos fueron premiados con un trofeo no deseado. Pero eran las hormonas. Esas que guían el comportamiento humano. Aunque por fuera escucháramos esas voces, multiplicadas a la enésima potencia, que nos decía y recordaba: “póntelo, pónselo”. Más no se hacía caso. Ruleta rusa. Momentos de ceguera donde cada uno jugaba con su destino.
Y después seguía el día a día. Estudiar para los privilegiados y para los más buscar un trozo de pan donde se podía. La formación era esencial para ser unos hombres de provecho. Mi padre siempre me decía: “ busca la olla grande”. Y entre currar y estudiar por las noches ahí estábamos.
P.D.: Por Juanjo Castillo
Luego la vida se encargaría de pasarnos factura. Con los años se nos abriría los ojos a los problemas. Y, aunque con la templanza que nos van confiriendo los años, nos vamos curtiendo en los sinsabores de la vida.
Pero al igual que nos sobrevienen éstos, también la vida nos colma de momentos dulces y gratificantes, que pretenden que el balance sea positivo.
En definitiva, el mero hecho de haber tomado conciencia del Cosmos es insuperable.
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