Te esperan los recuerdos, un encuentro con la familia, esa que es tuya y de nadie más.
Gracias a tus carnes, mimos y destreza, que la naturaleza te otorgó con esa varita que da la magia.
Envuelta en la coraza de los años, esos que tú no tienes y que han servido para haberte tenido y retenerte junto a mi lado.
Y llegan los míos y yo rejuvenezco dentro de mis vestidos centenarios que tanto he lavado de lágrimas por desear estar con ustedes.
Y piensan que me animo y yo solo digo que es mi casa y un invitado especial ha llegado y debo de atenderlo como un Señor de la capital. Ya que será el centro de mis desvelos durante los instantes que este dentro de mis posesiones.
Y brindo los honores y levanto las manos, dando las gracias a nuestro Señor, por tener las fuerzas suficientes para seguir adornando mi casa como en aquellos días de mi juventud.
¿Dónde se habrán quedado mis cabellos y mi belleza, donde se habrán alojado?, ¿será la edad o el no teñir mis raíces?
Y canto a la Gloria y a las ideas de compartir mis espacios durante los tiempos benditos de los días que se tengan que descansar y yo sirvo con placer a mi renacer, que es una pincelada de aquello que no queda nada, aunque me mire con profundidad al espejo.
Ese que destiñe y que me dice que he cumplido años y uno solo, sino unos pocos.
Pero un simple verbo, una palabra mágica anida mis adentros, cuando con un simple beso me dices con sinceridad: te quiero, es cuando me subo en un Cielo tan bello que lo miro y le digo: Gracias Dios mío.
Y los días pasan rápido y nuevamente me quedo sola con los recuerdos y aquello que siempre tengo en mis ojos, los álbumes familiares que me hacen revivir instantes de ilusión, de ideas de un mañana que sigue estando dentro de incógnitas y ya quedan pocas, por la edad que me sostiene hoy.