“Cuando cierro los ojos todavía la escucho tocando”. A María Luisa García aún se le quiebra la voz. Han pasado casi 15 años desde que el piano de su sobrina María Jesús Bravo, recordada profesora del Conservatorio de Música de Ceuta, quien falleció con solo 43 años un 7 de diciembre de 2007, dejara de sonar. Pero su figura sigue presente, mucho, algo que a la familia “nos llena de orgullo”. Su nombre vuelve a escucharse especialmente en fechas como estas, cuando el Conservatorio convoca un concierto-concurso que lleva su nombre. Este lunes se celebra la décimotercera edición (hubiera sido la décimoquinta, pero la pandemia impidió celebrar las dos últimas). Será este lunes, 30 de mayo, a las 19.00 horas en el Teatro Auditorio del Revellín.
Un evento que ya se ha convertido en tradición y que incluso se está intentando llevar más allá para que, en próximos años, concursen no solo los alumnos de Ceuta, sino que se invite también a talentos que estudian en la Península. Pero por encima del concurso, está la figura de quien le da nombre. Volvamos a ella y a por qué, después de 15 años, su recuerdo pervive.
“Era todo un espectáculo verla y escucharla sobre el escenario, frente al piano. Tenía una capacidad interpretativa y de concentración digna de mencionar. Ponía los vellos de punta al escucharla, cómo transmitía, su pose ante el piano, esas manos que a veces parecían látigos abordando cada tecla con una seguridad pasmosa. Era capaz de interpretar íntegramente una Sonata de Bach con los ojos cerrados, con una expresividad y una presencia en el escenario casi espeluznante”, rememora el actuar director del Conservatorio, Javier Bernal, quien como muchos fue durante años su compañero.
Ese detalle, el de verla interpretar con los ojos siempre cerrados, es compartido. “Tocaba de memoria, todo estaba en su cabeza”, recuerda su tía. Ella nos habla de aquellos inicios que quizás muchos no conocen, pues incluso antes de regresar como profesora a Ceuta y tras concluir sus estudios de música en Granada, vivió unos años en Madrid donde amenizaba con su arte eventos y daba conciertos en hoteles exclusivos de la capital. “Desde muy pequeñita fue su madre, que es mi hermana África, quien, con unos 6 años, la apuntó a aprender con la profesora Manoli, que estaba justo enfrente del bar”, explica. El “bar” es el emblemático y recordado ‘Bravo’, cuyos propietarios eran Francisco y Manolo.
Y es que, aunque nadie antes en la familia había estudiado música, África ya mostraba un oído privilegiado y cantaba saetas como pocas. Para ella, que sus hijos aprendieran a tocar fue una prioridad para su educación, así que no es casualidad que los tres (María Jesús, Antonio y Marian) culminaran sus estudios musicales. Su empeño tuvo mucho que ver.
Para ella mucho más, por su condición de madre, la pérdida de María Jesús fue dura, mucho. Dejaba a dos hijos con apenas 2 y 5 años. Se bajaba el telón, se hacía el silencio. Un gran golpe del que, aún hoy, cuesta hablar, aunque quede el sentimiento de que ella sigue ahí, porque nadie muere mientras se le recuerda. “Aunque soy su tía nos llevábamos solo seis años, así que éramos casi hermanas. Ella era la que rompía mis juguetes y sé que está aquí, conmigo. La noto, la siento. No la podemos abrazar ni tocar, pero sigue aquí y escuchar una melodía de las que ella tocaba es como volverla a ver”, se emociona María Luisa.
Apasionada por la música y por transmitirla a cuantos pudo, compañeros como Germán Bonitch, director también de la A.C. Banda de Música ‘Ciudad de Ceuta’, recuerda cómo María Jesús era cercana, bromista y muy amiga de sus amigos. “Antes de ser mi compañera fue mi profesora, me dio la asignatura de música de cámara y como era tan joven, solo un poco mayor, pronto se convirtió en una amiga”, confiesa. Como si fuera ayer, recuerda cómo en julio salió de vacaciones y en diciembre nos dejó. Todo muy rápido, sin tiempo para digerir algo así. Fue bajo la dirección de Cristina Querol y con el consenso de todos, que pronto se impulsó el primer concierto homenaje que, años después, derivaría en el concurso actual. “Tocaba muy bien, excelente, era una delicia pasar por delante de su clase mientras estaba con el piano”, recuerda Bonitch. Y alguien así no podía, ni debía, caer en el olvido.
“Nosotros, la familia, tuvimos que dejar de ir al concierto, fuimos los tres o cuatro primeros años, porque pasábamos muy mal rato”, recuerda María Luisa, “hacían un evento muy bonito, pero para nosotros era demasiado duro porque en la pantalla se ponían sus fotos y demás”. Por eso el homenaje se transformó en concurso, para que su nombre perdurara, pero ya bajo otro carisma, con otro matiz, el de incentivar a los alumnos a ser mejores cada día. Es lo que María Jesús hubiera hecho, es lo que ella siempre hubiese querido.
Una pianista que, con su nombre sobre ese cartel año tras año, sigue muy presente para la música ceutí que perdió, demasiado pronto, a una de sus grandes maestras.
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