Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;/ al torpe hace discreto y hombre de respetar, / hace correr al cojo y al mudo le hace hablar;/ el que no tiene mano bien lo quiere tomar. /// También al hombre necio y rudo labrador/dineros le convierten en hidalgo doctor;/cuanto más rico es uno más, grande es su valor, /quien no tiene dinero no es de si señor. /// Y si tienes dinero tendrás consolación, /placeres y alegrías y del Papa ración;/comprarás paraíso, ganarás la salvación:/donde hay mucho dinero hay mucha bendición. /// Él crea los priores, los obispos, los abades, / arzobispos, doctores, patriarcas, potestades/ a los clérigos necios da muchas dignidades, / de verdad hace mentiras, de mentiras hace verdades. /// Él hace muchos clérigos y muchos ordenados, / muchos monjes y monjas, religiosos sagrados, / el dinero les da por bien examinados, /a los pobres les dice que no son ilustrados. /// Yo he visto a muchos curas en sus predicaciones, / despreciar al dinero, también sus tentaciones, / pero, al fin, por dinero otorgan los perdones, / absuelven los ayunos y ofrecen oraciones. /// Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir, / mas si huelen que el rico está para morir, / y oyen que su dinero empieza a retiñir, / por quien ha de cogerlo empiezan a reír// En resumen, lo digo entiende lo mejor;/ el dinero es del mundo el gran agitador, /hace señor al siervo y siervo hace al señor, /toda cosa del siglo se hace por su amor.
Arcipreste de Hita (siglo XIV)
Nada que objetar a que los ciudadanos se manifiesten y ocupen la calle -faltaría más-, y expresen sus ideas tal como las sienten en su fuero interno; pues estamos en una democracia, y en democracia la libertad de expresión tal como nos apunta el artículo 20 de nuestra Constitución es consustancial a ella, de tal suerte -para ser contundente y no deje lugar a dudas- qué, no puede habitar la democracia en nuestra nación -nación de naciones- si los ciudadanos no pueden ejercitar su derecho a la protesta y dejar clara su opinión en contra del Gobierno de turno.
Sin embargo, como sucediera en el año 1936, los ricos se han rebelado… Sí; en aquella ocasión contra la II República Española; ahora, contra el «Estado de Alarma». Y, ante nuestros asombrados ojos han pasado las patéticas imágenes de ciudadanos de los barrios adinerados de Madrid, echándose a la calle para protestar contra el Gobierno sin guardar las mínimas medidas de seguridad, que nos son de obligado cumplimientos a todos los españoles para evitar ser contagiados por el Covid19.
Cacerolas, gritos, insultos, banderas monárquicas desplegadas al aire y sobre los hombros, exaltación patriótica de una vieja España ya caduca, estéril, y ausente su caudillo de su basílica de Cuelgamuros… Toda una típica estampa del franquismo sociológico, que ya no casa con nuestro presente; sino de un pretérito perdido en el siglo XX, y que por mucho que se empeñen los nostálgicos conservadores y ultras, su tiempo ha pasado y sólo tiene cabida en el viejo baúl de los recuerdos.
Nada hay más patético que aquellos que mantuvieron voz en grito, que: «España se rompe» por la actitud secesionista del Govern de la Generalitat; y, ahora, «rompan» España, por una actitud vergonzante, donde prima más las ganancias económicas de los empresarios y la banca, que la vida de los ciudadanos. Y, podemos preguntarnos, y nos preguntamos: ¿Quién rompe a España? ¿Qué clase de compatriotas son aquellos que no velan por la salud de los ciudadanos y, en cambio, sin estar en la fase apropiada de contagio del Coronavirus, se atreven a azuzar concentraciones contra el Gobierno de la nación, poniendo con ello, una cercanía que, saltándose las medidas preventivas de seguridad contagiasen a los manifestantes?
Pareciera, que, si bien los políticos no han sido contagiados por el virus, otro virus -tal vez aún más destructivo-, el de la desvergüenza y el de la irresponsabilidad pudiera afectarles de tal manera, que la puerilidad y la insensatez fuera lo único que habitara en sus sesudas cabezas…
El panorama que hemos columbrado estos días pasados nos parece dantesco, en una comunión perfectas entre la irracionalidad de unos y el y nihilismo de otros, que se han tomado la terrible mortalidad del Coronavirus -con cerca de 28.000- a broma. Pero, sin lugar a duda, en el peor relato que pudiera darse de una muerta macabra que aún ciega cientos de vidas y, que aún, nos acecha en cada esquina…
El partido conservador en un análisis perverso de un partido con voluntad de Gobierno, ha perdido su necesario y su consiguiente influencia en los próximos meses de la «desescalada», que será fundamental para llegar a poder erradicarla; y, a renglón seguido poner nuestros propios recursos y de la Unión Europea, para que podamos superar la crisis económica que ya alcanza nuestra puertas, y no se lleve por delante el tejido industrial tan indispensable para poder superar esta terrible crisis que está por llegar en los próximos meses…
No llegamos a comprender, por tanto, la actitud insolidaria y hasta cierto punto suicida que mantiene el partido conservador contra el Gobierno, en estos momentos tan trágicos, donde no cabe la pelea política; sino al contrario, apoyar en estos momentos de verdadera incertidumbre a la bancada azul, para salir cuanto antes de esta insoportable pandemia que tiene al país sumido en la desesperación y en la desesperanza.
Por último, no deseo dejar en el tintero la indignación y la vergüenza que pasamos ayer, columbrado como el líder de la ultraderecha, calificaba de «criminal» al Gobierno de la nación. No parece que el Congreso de los diputados -donde reside la soberanía nacional- sea el lugar más adecuado para tales gratuitas descalifaciones, faltando a las normas más elementales de respeto que deben de tener todos aquellos diputados -sin excepción- que han sido elegidos por el pueblo; y manchen el palacio constitucional con acusaciones falsas propias de bellacos, que no saben aún distinguir una argumentación en contrario; sino más que una respuesta barriobajera y chabacana, propias de gentes de mal vivir y de rufianes, malandrines, y filibusteros, que pretenden convertir el hemiciclo, en una riña de navajeros donde el más avezado y ruin prefiere la arena del ruedo y el acero de una faca, a expresar su disconformidad con el uso de la palabra..
Y, porque sólo la palabra dicha con elegancia, con sensatez y respeto, nos puede salvar de advenedizos con cabezas huecas de contenidos, donde sólo suene -como un eco que retumbara sin cesar de casa en casa, y de pueblo en pueblo- la vaciedad más absoluta y sus intereses más espurios…
Y, al cabo, ¿qué nos identifica como compatriotas, como españoles?: ¿Acaso un partido, una bandera, una ideología? O, ¿acaso, una lengua, un paisaje, una religión, un Dios, un rey, o un caudillo…? O, tal vez, los que nos identifica como compatriotas y españoles, es la barbarie y la imposibilidad de ser un sólo pueblo con una sola alma… Ortega y Gasset ya nos definió principiando la década de los años 20 del siglo pasado en su revelador libro: «La España Invertebrada»; y, ahora, pasado el tiempo, transcurrida una guerra civil inmisericorde, donde los españoles se dividieron en dos bandos, ocasionando en las trincheras un holocausto de un millón de muertos, pareciera que nos encontramos en el mismo puntos de partida… Todo sigue igual, pues el odio persiste, si cabe, aún con mayor ferocidad; y, las algaradas con las banderas monárquica alientan a la insumisión contra el Gobierno; como si el pretérito se allegara con toda la fuerza destructora que aconteciera, entonces, por todos los rincones de esta vieja y atormentada España. Nada hay nuevo bajo el sol; y si nada ni nadie detiene esta locura, volverán a galopar de nuevo, como en aquellos devastadores días: «Los cuatro jinetes de la Apocalipsis». Dios nos salve…