Una de las cuestiones más debatidas por los historiadores españoles y portugueses es la de las causas por las que Juan I de Portugal decidió la conquista de Ceuta en 1415. Dejando a un lado los débiles argumentos que van desde el sentido de firmeza de la corona portuguesa tanto en su política interior como exterior (especialmente ante Castilla), hasta los deseos bélicos de una nobleza desocupada tras el final de la reconquista, podemos reducir las versiones científicas de las razones de la conquista de Ceuta a tres. Una de ellas defiende la causa religiosa, la continuidad de la cruzada contra el infiel y todo lo relacionado con lo caballeresco de corte medieval; otra hace referencia a la defensa de las costas peninsulares de los estragos de la piratería y, finalmente, la tercera se basa en cuestiones económicas.
La primera está representada por Gomes Eanes de Zurara en su conocida obra Chronica del Rei D. Joam I de boa memória. Terceira parte em que se contam a Tomada de Ceuta (Lisboa, 1644). Considera su autor que la razón por la que los príncipes portugueses decidieron la conquista de esta ciudad fue la de llevar a cabo una celebración relumbrante por la victoria de Aljubarrota sobre las tropas castellanas. En vez de celebrar unas justas que magnificaran el acontecimiento, se decidió que una victoria así necesitaba de una celebración más gloriosa y en ella debían ser armados caballeros los infantes y algunos nobles. Y ¿qué gesta más honorable que la conquista de una ciudad musulmana? Esta versión sería ya refutada por Antonio Sergio en 1919, como después veremos.
La lucha contra la piratería encontró entre sus adeptos al cardenal Saraiva (1874), que unió a esa causa la necesidad de controlar el Estrecho y la ancestral enemistad con el Islam.
La interpretación economicista es la que ha adquirido en la historiografía portuguesa y española mayor auge. Desde los estudios de Luis Texeira de Sampaio (1984) hasta los que nos ofrece Jaime Cortesão, inciden en que esta conquista fue un prólogo de lo que después sería la expansión portuguesa hacía el continente africano. Porque, según Cortesão, Ceuta era la llave del Estrecho que abría la puerta de comunicación entre Oriente y Occidente, cabecera de una ruta comercial hacía la región del oro (Sudán) y centinela contra la piratería.
Las tres versiones son ciertas, pero también inexactas. Baso esta paradoja en que, aunque es cierto, según la crónica del propio Zurara, que los hijos del rey de Portugal fueron armados caballeros en Ceuta, este hecho no era lo suficientemente significativo como para aparejar toda una enorme flota y lanzarse a la aventura africana. No hay una correspondencia coherente entre los fines y los medios, lo que no implica que las razones de la nobleza medieval portuguesa no fueran tenidas en cuenta en esta empresa. Además el ya mencionado Antonio Sergio, nos indica, muy acertadamente, que quien propuso tal gesta para tal nombramiento de caballeros, fue el veedor de la Hacienda de Juan I, Joâo Afonso, hombre muy relacionado con el tráfico comercial ultramarino.
Por otro lado, Ceuta no era terminal de la ruta del oro, como afirma Cortesão, sino que el oro del Sudan del que se abastecieron los reinos musulmanes y cristianos y que todo el mundo trataba de controlar, llegaba a cualquiera de los puertos del Norte de África, y no solo al de Ceuta. Además esta ciudad no era la llave del Estrecho, o al menos no lo era en exclusiva, ni desempeñó un papel decisivo, aunque sí necesario, en la represión de la piratería. A pesar de todo, los argumentos de Saraiva y Cortesão son válidos, aunque, como decimos, insuficientes.
Hay que establecer, pues, nuevas rutas de investigación que tengan como base la multicausalidad. La Historia tiene como factor esencial de su epistemología la diversidad causal. Es lo que le da sustancia y lo que la hace difícil, a veces, de comprender. Las cosas no suceden por una sola causa. Eso no ocurre ni en la vida privada ni en la pública. Los acontecimientos obedecen a varias razones que unidas y, en algunas ocasiones, engarzadas unas con otras, nos dan una respuesta satisfactoria.
Desde nuestro punto de vista, para hallar la causa de la conquista de Ceuta por Portugal hay que atender a las diversas razones que propiciaron la expansión marítima de ese país.
A principios del siglo XV se dieron en Portugal una serie de circunstancias que hicieron concluir a la mayor parte de sus sectores sociales, que la solución a sus problemas era la expansión marítima. Esta interesaba a la nobleza, que veía así cumplidos sus sueños de gloria y honores lejos de su patria, así como su engrandecimiento personal. Es la causa que esgrime fundamentalmente Zurara.
Era satisfactoria también para los clérigos, que podrían expandir el cristianismo más allá de las fronteras de Europa y resarcirse de la dominación islámica que había durado más de cinco siglos en Portugal, como argumenta Saraiva. Para la Iglesia, la expansión marítima era una forma de servir a Dios.
La expansión marítima satisfacía también a la burguesía, y en especial a los banqueros judíos que podían hacer buenos negocios con la monarquía lusa. La burguesía mercantil, floreciente ya en un país que había abandonado las concepciones económicas de la Edad Media, saldría beneficiada con nuevas tierras con las que comerciar y de las que extraer sus productos. Finalmente favorecía a las clases menos pudientes de su población, para quien la expansión representaba una forma de emigración con la que mejorar su forma de vida, libre de la opresión nobiliaria.
Por consiguiente, casi todo el pueblo portugués estaba de acuerdo con esa expansión marítima y la veía con buenos ojos. Algunos factores económicos facilitaron esta visión del pueblo portugués. Así, por ejemplo, los pescadores se habían reconvertidos, desde hacía años, en marineros, dado el escaso valor de sus ganancias como pescadores. Además, los avances que el Renacimiento trajo en materia de navegación también fue otro factor favorable. Quizás, los únicos que se vieron perjudicados por la expansión marítima, fueron los labradores, pequeños o medianos propietarios, que vieron disminuir la mano de obra, y su consecuente encarecimiento, por la huida de los trabajadores hacia las nuevas tierras descubiertas.
Pero el proceso de expansión territorial de Portugal a través de los descubrimientos marítimos no fue uniforme ni continuado. Se llevó a cabo en varias etapas encadenadas unas a otras. En ese contexto se inserta la importancia de la conquista de Ceuta. Esta se debió al previo descubrimiento de las islas (Madeira, Azores, Canarias), que ilusionó a los partidarios de la expansión marítima. La conquista de Ceuta llevó a los portugueses a nuevos intentos de ocupación de tierras en el Norte de África, pero el fracaso en la toma de Tánger hizo que desviaran su atención hacia la costa atlántica del continente africano, estableciendo una factoría comercial en Arguim, que fue la base de expansión hacia el sur de África y el descubrimiento de la India, tras doblar Bartolomé Díaz el cabo de Buena Esperanza.
La decadencia del comercio asiático llevó a los portugueses a buscar nuevas tierras en América y, tras el tratado de Tordesillas con Castilla, se asentaron en Brasil. Este cambio de rumbo de la expansión portuguesas que, como la española, adquirió una dimensión atlántica, puede estar en el fondo de la dejación de soberanía de la monarquía lusa en el siglo XVII en tierras africanas. Solo la decadencia del comercio brasileño hizo que ya en el siglo XIX volvieran a una política de expansión centro africana, adquiriendo posesiones que han mantenido hasta hace pocos años.
Solo con estos argumentos se puede comprender como un pequeño país, aislado, como era Portugal, pudo construir un gran imperio entre los siglos XV y XVI. Ceuta fue, pues, un eslabón más de esa cadena de conquistas portuguesas, pero un eslabón esencial, al ser el primer paso de una gesta histórica por la que no podemos pasar en absoluto de puntillas.
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