Raquel, autora y actora de su vida, nos demuestra que la audiología es una ciencia, una técnica y un arte. Por eso ella elabora e interpreta su guion profesional de manera rigurosa y, al mismo tiempo, libre. Desde pequeña se percibió a sí misma como un ser responsable de elaborar un proyecto vital propio y, aplicando su clave personal, se esfuerza en cultivar una peculiar visión del mundo y una interpretación inédita de la vida individual, familiar y profesional. Expresa y transmite su concepción de la vida a través de su mirada, siempre alertas, y de sus oídos, siempre atentos a los sonidos a los silencios todos ellos imprescindibles para nutrir y paladear los jugos nutritivos de las experiencias compartidas, el reflejo de un alma sencilla que disfruta cuando saborea la vida.
Ella, que está decidida a vivir su vida de una manera plena, es consciente de que vivir es aprovechar una oportunidad única y una aventura personal dirigida hacia el descubrimiento de un mundo más humano, más justo y más grato.
Inquieta, emprendedora e impaciente, nos proyecta sus certeras reflexiones y nos formula sus múltiples propuestas, que están elaboradas siempre tras análisis minuciosos, desde una crítica incisiva y desde una serena autocrítica. Alentada por el rigor y por el trabajo, es posible que una de las claves de su amable escepticismo resida en su peculiar manera de escuchar los sonidos y los ruidos, con el fin de examinar y digerir la vida, y de distinguir lo esencial de lo accidental o, mejor dicho, de separar los valores auténticos de los envoltorios ilusorios.
Estoy convencido de que, en el fondo íntimo de esa manera lúcida, desenfadada y espontánea de encarar la vida, late su convicción de que la mejor forma de resolver los problemas es mezclando, con habilidad, una dosis de sentido común y otra de cordialidad. Ella demuestra con sus actitudes, mejor que con sus palabras, que muchos de los problemas se solucionan por sí solos; otros, con un poco de imaginación, y, los más difíciles, poniendo algo de corazón.