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Randa Maroufi: “Hay cierta locura en la frontera, uno acaba perdiendo sus referencias”

La frontera nunca es fácil de contar. Depende de en qué lado se caiga, así se ve. En el caso de Randa Maroufi (1987, Casablanca), está íntimamente ligada a su familia. Su padre, agente de distintas aduanas por varios lugares de Marruecos. Parte de su familia, dedicada a la exportación e importación de mercancías. Estas, a veces, con mayor facilidad de tránsito que la de las personas.
La joven directora franco-marroquí estudió el Grado de Bellas Artes en Tetuán y, consciente de ello, se aproximaba a una frontera que, ahora, cuenta en ‘Bab Sebta’ (2019), un cortometraje estrenado a nivel mundial en el Festival Internacional de Cine de Marsella, el pasado 13 de julio.
A pesar de lo que pueda parecer, la frontera entre Randa Maroufi y Ceuta pasó de estar entre dos países a ya ocupar dos continentes. Tras acabar los estudios de Tetuán, emprendió el viaje en 2010 a Francia y allí volvió a sacarse un Grado en Bellas Artes, esta vez por la escuela Superior de Bellas Artes de Angers y, después, un posgrado en Artes Contemporáneas en Le Fesnoy – Studio National de Tourcoing.
No obstante, 2015 fue el comienzo de la idea de ‘Bab Sebta’. Maroufi tuvo la oportunidad de entrar en la residencia de artistas, gracias a que a veces las fronteras se difuminan y, mediante recomendación de la directora de esa misma residencia en Tetuán, pudo volver a sus raíces. A la frontera entre Marruecos y Europa. - ¿Cuál es su relación con la frontera de ‘Bab Sebta’?
- En mi relación con la frontera de Bab Sebta, hay un elemento anecdótico que no se puede obviar, que tiene cierta relación con mi deseo de hacer ese trabajo.
Conocía muy bien el territorio fronterizo porque, cuando era pequeña, iba a Ceuta con mi familia para hacer compras en verano antes de que empezara la escuela. “Había estado 3 semanas haciendo idas y vueltas a pie y en coche.” - ¿Qué historia tiene en común con la frontera?
- Soy hija de un oficial de aduanas y, además, varios miembros de mi familia trabajan en la importación/exportación de bienes en la aduana de Bab Sebta.
Viví varios años en Tánger porque mi madre es de ahí. Siempre estuve marcada por la influencia española de esa región que es casi omnipresente y que encontramos en el dialecto regional (dariyya), en el modo de vida y particularmente en el tipo de consumo que se hace.
La última vez, en diciembre 2015, pude estar en la residencia de artistas de la residencia Trankat, un proyecto independiente, por invitación de Bérénice Saliou, que era la directora de esa residencia en Tetuán, que ya cerró. - ¿Por qué decidió contar esta frontera?
- Había estado 3 semanas haciendo idas y vueltas a pie y en coche. Observaba lo que pasaba, lo que hacía la gente alrededor de esa frontera. Ese territorio, que es muy particular, genera relaciones humanas distintas. Uno pierde sus referencias, hay cierta locura en ese espacio.
Y mi voluntad era la de hacer un trabajo que no fuera muy directo sino más bien poético. Mi objetivo es transcribir esa tensión tan particular que se siente en ese territorio que separa África de Europa.
Pero también pretendía dar una mirada crítica sobre una sociedad capitalista en la que se oponen las estrategias más sorprendentes de resistencia del individuo. - Ha mencionado que cruzó a pie y en coche la frontera durante tres semanas. ¿Qué diferencia hay entre la frontera que conoció de pequeña y qué significa ahora para usted, después de la película?
- No sé cómo era esa frontera cuando era niña. Mi padre no trabajó en la frontera de Bab Sebta. Trabajó en aduanas pero en otras ciudades: El Aaiún, Marrakech, Casablanca, entre otras.
Estuve durante tres semanas cruzándola todos los días para mirar dónde grabar para la peli, pero sobre todo mucho tiempo después.
Durante la preparación iba mucho, las tres semanas en 2015 casi todo los días. Pero después, entre 2016 y hasta la grabación, pasaba mucho tiempo yendo y prefería ir a pie para estar más en el espacio, captar las sensaciones, escribir y observar.
Después de la peli aún no he vuelto a la frontera de Ceuta. Grabé el verano 2018 y pasé el resto de 2018 y hasta junio de 2019 haciendo la posproducción de la peli. No he estado en Marruecos en todo este tiempo. “La verdadera razón por la que grabé en un estudio es por dar un valor a esos cuerpos humanos, a los trabajadores en la frontera, un valor que no tienen en el entorno.”
© Po Sim Simbath.
- ¿Qué le llevo a rodar toda la película lejos de la frontera?
- Es imposible grabar allí y más aún con drones. Tampoco era posible grabar la película que tenía en mente. Me gusta tener el control de la imagen, la estética.
Es imposible hacer ese trabajo en la frontera real. Pero más allá de ese inconveniente, que no era esencial para mí, la verdadera razón por la que grabé en un estudio es por dar un valor a esos cuerpos humanos, a los trabajadores en la frontera, un valor que no tienen dentro de su entorno.
Porque en el paisaje hay enormes montañas, también hay un paisaje urbano en el que se pierden esos cuerpos. Mi objetivo era extraerlos de ese territorio y ponerles en un estudio para darles protagonismo. Y para que uno se olvide de las influencias de la arquitectura que los rodea.
También buscaba contar con algo de libertad el tema. Quería irme lo más lejos posible de la imagen mediática actual para dar a personas la posibilidad de expresarse más allá de la frontera. Lejos de los verdaderos lugares. Quería darles importancia a los trabajadores.
- Vistos desde arriba.
La elección del punto de vista cenital era importante, adecuado en la narrativa y no solo para analizar un tema ligado a la separación de dos territorios.
Eso permite darse cuenta de la dimensión cartográfica del proyecto. Este plano puede también recordar a conceptos como arquitectura, topografía y, sobre todo, vigilancia. Rodarlo en una nave negra me permitía de obtener nitidez en los detalles pero también de la figura humana y los rostros. Los rostros de estas personas son muy importantes para mí en este trabajo.
- ¿Era esta película un objetivo personal? Si lo era, ¿por qué?
No era un objetivo personal pero sí está como parte de mi trayectoria artística. Al tener formación como artista plástica, me interesa la puesta en escena de los cuerpos en el espacio público o más privado.
Es una cuestión en muchas ocasiones política, ya que busca la ambigüedad para ubicar el significado de las imágenes y los límites que impone esta representación. “Quería irme lo más lejos posible de la imagen mediática actual para dar a personas la posibilidad de expresarse más allá de la frontera.” - ¿Ha estado alguna vez en Ceuta? ¿Qué piensa sobre la ciudad?
Fui a Ceuta cuando era joven con mi familia como todos los marroquíes del norte. Para hacer compras y en las rebajas sobre todo. Conocemos sobre todo el lado comercial de Ceuta.
Tiene una arquitectura y un multiculturalismo interesantes, pero no puedo decir que conozca bien la ciudad.
© Lucie Maxin.
- Una vez finalizada la película, ¿qué cree que significa esta frontera para la gente que la visita o que vive de ella?
Habría que preguntar a la gente que vive en la frontera lo que significa para ellos. No es mi trabajo opinar sobre lo que puedan pensar esas personas.
- Ha estrenado su película a nivel mundial en el Festival Internacional de Cine de Marsella. ¿Tiene previsto presentarla en Azla, lugar del rodaje, o en Ceuta?
Estaría muy feliz de poder presentar la peli en Azla, o en la región de Tetuán. Pero imaginar una proyección en el espacio público en Bab Sebta, eso sería un sueño.
Lamentablemente, no hay festivales en la frontera entre Bab Sebta y Ceuta. Puede ser un proyecto a pensar, con instituciones españolas o marroquíes.
La película será enviada a festivales en el norte de Marruecos y preguntaré si hay festivales de cine en Ceuta o si hay manera de presentarlo porque sería muy interesante presentarlo en la ciudad.
El equipo de la película.

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