Los Ficus se asientan sobre el suelo no solo con el tronco, sino echando raíces aéreas que intensifican su belleza. Supongo que su naturaleza les guía porque las copas son frondosas y de ramas gruesas, robustas como los brazos de Popeye. Al amparo de sagrado de la parroquia de San Jacinto en Sevilla, una vendedora de la ONCE fue herida de gravedad al caerle una enorme rama de un Ficus centenario que ya no podía más con ese peso a sus copas.
Me dirán que es la casualidad o la fatalidad, que para colmo son caras de la misma moneda como la suerte y la desgracia o el don y la maldición. La misma que llevó al niño Marcos de Olvera con solo quince años a encontrarse con una conductora que sobrepasaba los límites permitidos de alcohol. Estas cosas luego se pagan en los Juzgados, sé lo que les digo porque ni en sangre -ni en lágrimas- son jamás saldados.
La vida es una mezcolanza de casualidades donde algunos quieren ver la mano endiosada de un ingeniero que no solo nos creó, sino que además nos protege y vigila. Al modo Alien de cuarta entrega- o quinta, vayan ustedes a saber- ese ingeniero tenía muy mala baba porque poco más y nos destruye el Planeta. No les estoy espoirleando por nada sino para demostrarles lo aleatorio que es todo y lo poco que tenemos de guion consentido en estos juegos con mucha hambre atrasada.
Yo nací cuando a mis padres les dio la gana; Que tampoco fue obra explicita de ellos sino de sus máquinas reproductoras y el tiempo que tardaron en hacerlo porque antes tenían que casarse. A mis hijos mayores esto que les cuento les parecerá ciencia ficción, porque la vida ha cambiado tanto que a veces me preguntan si conviví con los dinosaurios.
En el cole de todos mis hijos había – y hay- un Ficus enorme que crece sobre la zona de esperas de madres, esquinándose con el patio donde disfrutan los preescolares de una vida que creen perfecta, porque no hay exámenes ni maldades más que las de algún compañero que ya empieza a afinar la puntería con las trastadas. Si tienen fotos de sus hijos en esa etapa, échenle una ojeada porque es oro puro; con esas caras sin suspensos, ni malicias, berreando porque la canción de fin de curso no les gusta o se asustan al ver a tanto padre ansioso con la cámara en ristre. No sé si estoy preparada para pasar página y ver cómo sigue la historia de mi vida, sobre todo porque el acto final para todos es un verdadero engorro. Luego están las sorpresas, los cambios del guionista o que te saquen de la serie porque tienes poca audiencia. O la fatalidad de encontrarte con alguien presuntamente hasta las trancas que te lleve a la inconsciencia y muerte en solo una semana.
Mis hijos tienen 14, casi como el crío de Olvera. Hace nada, este mismo invierno el niño me pidió una moto. Dice que quiere ser policía y que le hace falta aprenderse ya las reglas de circulación. Le dije que nanay. Qué no colaba que para eso le compré una bicicleta que no le dejo usar porque me dan miedo los conductores de coche. Es incierto. No me dan miedo, sino pánico en estado puro. Conduzco desde hace décadas, y antes lo hacía en moto. Me cayeron, me echaron de la carretera y me harté porque se respeta muy poco a quien no va en un acorazado que pesa una tonelada. De la moto, el chasis eres tú y eso duele y mata. A Marcos le han robado una vida entera y a sus padres la alegría, la esperanza y el futuro. Eso no se paga, sino que mata y duele y te roba lo que antes considerabas tan normal como estar resguardado del sol de Sevilla bajo la bondad de un Ficus que no piensas que se vaya a resquebrajar sobre tu cabeza.
La vida, algunas veces- muchas- es un pedazo de emoji con color marrón glasé, en forma de churro rodeándose a sí mismo. A nuestros hijos no se les toca. Eso debería habérselo tatuado en la calva, la vida que nos lo da y nos lo quita sin que nos emplace por agenda como hacen en las citas médicas. Marcos tenía toda la vida. Y sus padres preocupaciones y alegrías, días y fechas por señalar en el calendario. Ahora solo habrá una que se repetirá por siempre. Una que no variará, ni les dará nietos a los que ver por las plazas y caminos de Olvera corriendo felices.
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