Categorías: Opinión

Radioterapia

El cáncer irradia un sufrimiento infinito. Una angustia tan densa que enloquece. Una amargura tan espesa que agota. Un dolor tan intenso que rompe. El desgarro emocional que provoca esta terrible tortura en los afectados y sus respectivos entornos es de tal magnitud, que toda compasión deviene en insignificante. Una comunidad que se precie de su condición humana, no puede mostrar indiferencia ante un hecho de

esta naturaleza. Es entonces cuando el (sobado) sentimiento de solidaridad adquiere su pleno significado.  La ética lo hace ilimitado.
Por este motivo, lo que sucede en nuestra ciudad con las personas que precisan tratamiento de radioterapia se antoja tan incomprensible como indignante. Desesperante. Es difícil asimilar que nos gobiernan individuos tan desalmados. Todos los ceutíes saben, por experiencia propia, el duro calvario que supone la travesía del Estrecho. Los horarios  caprichosos (y a menudo aleatorios), las condiciones climatológicas azarosas (a veces insoportables), las esperas interminables, estaciones marítimas inhóspitas… Sólo pensar que personas enfermas de cáncer se vean obligadas a vivir este infierno para recibir su curación, es una puñalada en el corazón de la decencia colectiva.
Así lo ha entendido toda la ciudadanía. Sin distinción alguna. Menos el Gobierno. Ante una demanda que en realidad es un clamor por la dignidad de todos, el Gobierno ha respondido que la implantación de una unidad de radioterapia en Ceuta no es rentable en términos económicos. Al fin y al cabo, ¡son sólo ochenta personas al año las que se ven afectadas! Y no compensa el gasto. Es muy difícil no sentir vergüenza. Quien opone el coste económico a un sufrimiento tan brutal, se ha deshumanizado por completo. ¡Cómo hemos podido llegar a que gente así esté al frente de nuestro destino!
El PP, en sus diversas versiones y modalidades de gobierno, nos abruma diariamente con la cantinela de la “singularidad” de Ceuta. Es el mantra que sirve para explicarlo todo y justificarlo todo. Ceuta es la excepcionalidad por antonomasia. Se nos aplican medidas y criterios específicos en todos los órdenes de la vida pública. Sin embargo, este principio que opera de manera prácticamente universal, se escurre por el sumidero de la crueldad en el caso de dotarnos de una unidad de radioterapia. Estremece.
Si el reconocimiento de la singularidad de Ceuta tiene algún sentido es para compensar situaciones como esta. Sin la menor duda. No se puede aceptar el enorme gasto público derivado del coste de la insularidad, si no somos capaces de buscar la igualdad allá donde el ser humano se siente más vulnerable, indefenso, herido.
Ceuta necesita un régimen económico y fiscal especial. Pero también un régimen solidario y humano especial. La gente del Partido Popular no lo entiende. Para ellos el dinero siempre ha prevalecido sobre las personas. Todo es una mercancía. El sufrimiento de los enfermos de cáncer, también.

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