Opinión

Radicalización del separatismo vasco

No he sido nunca político, pero en mi modesta condición de ciudadano de a pie sí que me preocupan los graves derroteros separatistas que la política está tomando en España. Recientemente escribí un artículo argumentando que jurídicamente el llamado “derecho a decidir” no existe para las regiones que ya forman parte de un estado, siendo una pura invención de los independentistas. Y no teníamos bastante con el gravísimo desafío soberanista de Cataluña, a la que tan bien le va habiéndole tomado la medida al Estado para exprimirlo y haciendo del independentismo su próspero “modus vivendi”, que ahora viene también a reavivarse el secesionismo vasco, en el que el lehendakari Orkullu se había venido manteniendo dentro de parámetros de moderación, pero que últimamente ha tomado la deriva radical de exigir una nación vasca, que jamás la hubo; el reconocimiento del derecho a decidir, que repito no existe; un  Estado,  que nunca fue el País Vasco; soberanía compartida; relaciones bilaterales; caja única de la Seguridad Social vasca, acercamiento de presos, blindaje del privilegio de los fueros, etc.

Para ello, ha firmado un pacto de gobierno para la legislatura con otro partido, en el que se fija como principal objetivo conseguir tal derecho a decidir en el plazo de ocho meses; aunque, para no sembrar alarma social, juegan a despistar y lo disfrazan presentándolo bajo la apariencia de que siempre actuarán “dentro de la legalidad”. Y uno se pregunta:  ¿Es que existe mayor ilegalidad y más grave irresponsabilidad que querer crear una nación y un estado dentro de la Nación española y del propio Estado al que ya el País Vasco desde hace tantos siglos pertenece y en contra de la propia Constitución que lo prohíbe terminantemente?. ¿A qué llaman “legalidad”?. Se ve así, una vez más, cómo el independentismo y algunos políticos pervierten el lenguaje y lo degradan engañando al pueblo sobre el genuino sentido de las palabras, pervirtiendo también así la política y la democracia.

Ya me he referido otras veces a las grandes mentiras del separatismo catalán; pero, en el caso concreto del País Vasco, en el que mayormente me centraré hoy, ¿tiene alguna razón de ser o base jurídica o histórica sólida tal reivindicación?.  Creo que merece la pena analizarlo. Y, desde la época de los godos, los vascos fueron los cántabros de Vasconia, los vascones. Después, al territorio se llamó Provincias Vascongadas: Vizcaya, que el año 1076 Íñigo López de Haro I fue nombrado su primer señor, pasándose voluntariamente a Castilla. De simple señorío no llegaría a pasar, como mayor rango de nobleza que alcanzó. Guipúzcoa, se la anexionó Castilla el año 1200. Y Álava, también en 1200 se constituyó voluntariamente en condado perteneciente al reino de Castilla, al que se sometió.

A los separatistas vascos les encantaría poder tener una figura de la realeza con la que poder justificar la soberanía que reivindican, porque carecen de ella. Precisamente por eso, de vez en cuando insisten en arrogase como propia la figura del gran rey de Navarra Sancho III, que reinó entre 1004 y 1035, habiendo sido el primer rey que se tituló “hispaniarum rex o rex ibéricus” (rey de toda Hispania). Su reino ya se lo apropió como título histórico Manuel Irujo para elaborar el mapa de Euskadi incluido en la Constitución de la República vasca en el exilio que en 1940 declaró en Londres, en cuyo artículo 5º se anexionaba desde el extranjero: “El territorio vasco es el integrante del histórico Reino de Navarra, dividido en las Regiones de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, Rioja, Moncayo, Alto Ebro, Montaña y Alto Aragón, más los condados de Barcelona y de Gascuña que le rindieron vasallaje”.

El año 2002, con vistas a 2004 se cumplía el milenario de la coronación de dicho rey de Navarra, Sancho III, y para homenajearlo, el Ayuntamiento de Fuenterrabía (ahora la llaman Ondarrubia) anunció la construcción de un monumento dedicado a aquel rey. En la convocatoria del premio se recogía: “Es necesario recuperar el valor de la entidad regia del Señor de los vascos, huyendo de una conmemoración provinciana a nivel de la limitada Navarra actual…”, y justificaba el monumento por la importancia del momento histórico que 1004 representaba;  “año – decía – en que accede a la corona el Rey del Estado Vasco…”. Paradójicamente, ese supuesto rey de los vascos que nunca lo fue (lo era de Navarra) fue un precursor de la recuperación de la unidad de toda Hispania durante la Reconquista. Y el País Vasco ni fue nación, ni reino, ni estado, ni independiente, ni soberano. Pero los separatistas vascos protagonizaron el mismo sainete falaz que propagó la Generalidad de Cataluña cuando el año 2010 exhumó los restos del rey Pedro III el Grande de Aragón, incluso dándole escolta oficial por los Mosos de Escuadra y haciendo el paripé de presentarlo como su “rey catalán Pere II el Gran de la corona catalano-aragonesa” (le llaman Pere II, porque con ese título fue con el que Pedro III heredó de su padre el Condado de Barcelona, pero nunca a título de rey, cuyo reino jamás tuvo Cataluña).

El separatismo vasco lo inventó Sabino Arana (“tontiloco” lo llamó otro vasco insigne: don Miguel de Unamuno). Este Sabino, en 1894 fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), al que dotó de su ideario nacionalista.  Y con él puede decirse que comenzó la gran mentira soberanista vasca, porque proclamó sus “fundamentos doctrinales” para despertar en el pueblo vasco una especie de conciencia nacional, en orden a los siguientes principios: “El País Vasco se llamará Euzkadi (con “z”), comprendiendo los territorios de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa”, anexionándose por su soberana voluntad a Navarra, en contra de los navarros, para apoyarse en la condición de reino que Navarra tuvo, y sumándole también el territorio vasco-francés. Y continúa: “ Euzkadi, la nación vasca, consciente de sí misma es la única patria de los vascos.  Por derecho natural, por derecho histórico, por derecho de conveniencia suprema y por derecho de propia voluntad (¿Se pueden tener más derechos?), Euzkadi debe ser dueña absoluta de sus propios destinos para regirse a sí misma en la forma que estime conveniente (…). El PNV proclama la necesidad primordial de conservar y robustecer la “raza vasca”, base esencial de nuestra nacionalidad. Los estados vascos históricos, Araba, Guipúzkoa, Laburdi, Nabara, Zuberoa y Biskaya se reconstituirán libremente formando una confederación (…); y, si no de forma exclusiva, principalmente, estarán formados con familias de raza vasca”, a la que Sabino consideraba portadora de un grupo sanguíneo, RH negativo, “diferente y superior en todo a la raza española”, sin que con su exiguo intelecto se percatara de que se estaba imputando a sí mismo la inferioridad que de la raza española predicaba, al pertenecer también él a la misma, lo quisiera o no.

Vemos así, cómo el egocéntrico Sabino, creyéndose el “mesías prometido”, unilateralmente, como si hubiera sido ungido depositario de la gracia divina que él mismo se confirió, declaró al País Vasco una “confederación de estados vascos”,  formada por familias casi exclusivamente de “raza vasca”, a  modo de “estado étnico”, que no existe en ningún territorio del mundo. Sin embargo, en honor a la verdad hay que decir que entre los vascos, al igual que entre los catalanes, existe gran parte del pueblo que ni es racista ni separatista, sino que son personas nobles, trabajadoras, amantes de su tierra, de su lengua el euskera y el catalán, tienen sus fueros, sus propias singularidades y sus hechos diferenciales, lo mismo que los de otras regiones también tenemos los nuestros y amamos a nuestra tierra. Por cierto, que en la mía, Extremadura, hasta el siglo XIX se habló el “castúo”, cuyos más genuinos exponentes fueron los poetas Luis Chamizo en el “Miajón de los castúos”, y Gabriel y Galán en su “Cristu benditu”; también tenemos allí todavía vigente el Fuero del Baylío, que igualmente rigió en Ceuta; aunque debo reconocer que los extremeños estamos aun muy por detrás que los separatistas en decir y cometer barbaridades históricas.

Si no, ¿por qué tantas falsedades y fiebre separatista de los radicales vascos y catalanes?. Pues porque, como del País Vasco nos lo aclaran muy certeramente los profesores Jon Juaristi en el Buncle melancólico y José Luis de la Granja en su libro Un siglo de Euskadi: por el “falseamiento que hacen de su historia”, inventándose una “nación” que igualmente niega que tengan el prestigioso historiador Ricardo de la Cierva en su libro “Hijos de la gloria y de la mentira”, cuyo título no puede ser más elocuente sobre la serie de falsedades que se inventan.

Los separatistas vascos y catalanes, están permanentemente al acecho de la debilidad de España, para aprovecharse de los momentos de crisis económica, política, social, o de las convulsiones políticas por las que ahora está atravesando fragmentada en los nuevos partidos populistas, que decían venir a arreglar el país y lo que están es dividiéndolo, pareciendo a veces el Parlamento una olla de grillos y haciendo un país ingobernable. Olvidan la historia del separatismo: Durante la primera República, el cantonalismo federalista que no se limitó a Cataluña y al País Vasco, sino que aquella rebelión separatista también se extendió, entre julio de 1873 y enero de 1874, a otras regiones, ciudades y pueblos que por orden alfabético cito:  Alcoy, Algeciras, Alicante, Almansa, Andújar, Bailén, Béjar, Cádiz, Camuñas, Cartagena, Castellón, Córdoba, Granada, Gualchos, Huelva, Jaén, Jumillas, Loja Málaga, Motril, Murcia, Orihuela, Plasencia, Salamanca, Sevilla, Tarifa, Torre Vieja, Valencia, etc, que se declararon cantones independientes, entrando en guerra abierta, incluso en algunos casos hasta bombardeándose unos a otros como si de estados enemigos, hostiles y beligerantes se tratara. Y si es en la segunda República, también Cataluña y el País Vasco se declararon independientes, aprovechando el caos, el desorden y la violencia reinante.

El separatismo vasco utiliza las mismas armas propagandísticas que el catalán, inventándose naciones, confederaciones, reinos, estados soberanos y hasta  “ínsulas” como las que don Quijote prometía a Sancho, con tal de obtener sus objetivos independentistas.

Otro último ejemplo de ello se tiene en que, cuando el lehendakari José Antonio Aguirre sucedió a Sabino Arana, apareció en el boletín Euzko Deya de 18-12-1959 que los separatistas vascos publicaban en París, una carta de Aguirre dirigida al entonces presidente Eisenhower de los EE UU de Norteamérica, que comenzaba así: “Señor presidente: En la lucha de los EE UU por su independencia – cuando el pueblo vasco era todavía soberano – sus asambleas, autoridades y sus hombres reunieron sus ahorros para ayudar modesta y cordialmente a vuestros soldados y a vuestra empresa de libertad nacional”.

Y el prestigioso historiador Don Salvador de Madariaga, le replicó así: “Excmo. Señor D. José Antonio Aguirre. 54, rue Singer. París 16. Mi querido amigo: He leído en Euzko Deya la carta que ha dirigido usted a Esinhower con motivo de su visita a España. Su texto viene a confirmar mi inveterado pesimismo sobre el porvenir de nuestra patria común, fundado en la actitud, a mi ver, trágicamente extraviada de ciertos elementos influyentes en el País Vasco y de Cataluña. No leo en efecto en su carta ni una sola palabra que sugiera solidaridad con el resto de España. ¿Qué concluir sino que está redactada en un espíritu separatista?. ¿Qué pensará Eisenhower de estos desterrados que a él acuden en orden disperso? (…). Empieza la carta con una afirmación de valor histórico más que discutible: “Cuando el pueblo vasco era todavía soberano”. El pueblo vasco no ha sido jamás soberano, ni aun en la Edad Media; y en épocas anteriores, no existía ni la noción de soberanía. En cuanto a la segunda mitad del siglo XVIII, la soberanía del pueblo vasco carecía de sentido jurídico, mientras que la de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra, aunque por razones distintas, la ejercía el rey de España. De modo que se da aquí uno de tantos casos de equilibrismo en la cuerda floja del lenguaje a que nos tiene acostumbrado el separatismo (...)”.

Pues sirvan todos los anteriores inventos como ejemplo de las mentiras separatistas.

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