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Quimérico inquilino

Este martes, 5 de noviembre, a las siete de la tarde, nos espera una nueva cita con el cine de autor en Ceuta. En este caso, tendremos el gusto de encontrarnos por primera vez con el maestro Roman Polanski, director siempre errante que ha desarrollado su carrera entre su Polonia natal, Reino Unido, Francia, Italia y Estados Unidos.

Su cine suele caracterizarse por historias circulares desarrolladas en ambientes claustrofóbicos que llegan a rozar lo surrealista, donde explora los aspectos más oscuros y turbadores de la mente humana a través de una puesta en escena donde es habitual el plano secuencia para estudiar a sus personajes, unirlos y conectarlos con una trama que suele desembocar en el fatalismo.

Muy mal recibida en su estreno por la crítica y saldándose con un fracaso de público, la película polanskiana que podremos disfrutar es “El quimérico inquilino” (1976), la gran olvidada de su filmografía que ha sido felizmente convertida en una obra de culto y considerada una de las más logradas de su carrera.

Junto a la británica “Repulsion” (1965) y la estadounidense “La semilla del diablo” (1968), supone la culminación de la llamada “Trilogía de los apartamentos”, en la que un arrendatario se va viendo atrapado por algo perverso que sucede tanto en el habitáculo donde vive como en el recinto del que forma parte, con una comunidad que funciona como un enemigo destructor que primero se hace presente con un acoso pasivo y acaba transformándose en una persecución constante, desestabilizando al inquilino hasta desdoblar su personalidad y conducirlo a la paranoia y a la locura.

En el caso que nos ocupa, la acción sucede en París, donde un joven de origen polaco llamado Trelkovsky (interpretado de forma brillante por el propio Polanski) se hace con el apartamento en el que su anterior propietaria se suicidó lanzándose por la ventana. Pronto, Trelkovsky se someterá a unas reglas absurdas como arrendado y tendrá unos cuantos encuentros y roces con sus extraños vecinos que irán progresivamente a más hasta el punto de que empieza a creer que todos planean una conspiración contra él, al mismo tiempo que empieza a temer que su identidad se confunde con la de la antigua inquilina.

Para José Miguel García, “el quimérico inquilino ofrece una de las más atrabiliarias visiones que jamás ha ofrecido una película de una de las peores características de la vida urbana: la obligada convivencia con vecinos que se empeñan en resultar molestos. Unos vecinos que, además, parecen pasarse la vida preocupados únicamente por lo que hacen sus semejantes, ya sea para saciar su curiosidad o, sencillamente, para impedir con sus vidas parásitas y pasivas la mínima libertad de los demás: es cuestión de relaciones de poder, y en esto Trelkovsky, el protagonista, un hombre vulnerable esforzado en resultar gentil y considerado, siempre llevará las de perder”.

No falten a la cita este martes. Eso sí, vengan preparados para afrontar la turbación en que les sumirá desde los títulos de crédito esta (nunca mejor dicho) dislocada obra de arte.

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