A mi querido Benza, in memoriam

Al fin no volví a tiempo para verte, amigo, y te marchas sin esperar a compartir unas últimas risas, un último té moruno con pastas, nuevas batallitas, un último abrazo, un reencuentro que se nos escapa de momento pero no definitivamente, pues como yo te decía, tú eres inmortal, y por algún lugar habrás de aparecer de nuevo, como siempre, lleno de vida, con la mochila a cuestas y la cámara en la mano.

De edad indefinida, aunque oficialmente nacido el 10 de julio de 1945 en una Tetuán española, a Benza, como me gustaba llamarle, le provocaba risas oír mis sospechas sobre su edad, que si en torno a los doscientos años, que si 120, que si por lo poco noventa y de ahí sí que no bajas, y acto seguido sacaba a pasear su retranca de viejo sabio, su gramática parda y su talento, y a la par el documento de identidad que verificarían sus palabras: "¿Ves? Menos de noventa, ¿eh?", y luego te daba la mano y se iba tan contento, entre risas, como habiendo ganado una gran batalla, perdiéndose a toda prisa por el trajín de La Marina o calle Real abajo, en búsqueda de alguna fotografía para el periódico, mientras iba saludando a unos y otros, entre chascarrillos y guiños, querido por tanta gente. O se marchaba a bordo de su ínclito cochecito verde, muy humilde y con un millón de parches, pero que para él era poco menos que el más potente de los vehículos de carrera, un fórmula uno por las vías de Ceuta, con todo orgullo: "Esto está para el desguace, amigo, mejor no vamos a la rueda de prensa, cancelamos, y vamos a llevar este coche a la chatarra, que es más urgente, venga, que se lo digo a Carmen y ya irán otros a cubrir eso...", y él se reía casi ahogándose al tiempo que iniciaba la mayor de las defensas sobre su perfecto bólido para el arrastre.

"Se marchaba a bordo de su ínclito cochecito verde, muy humilde y con un millón de parches, pero que para él era poco menos que el más potente de los vehículos de carrera, un fórmula uno por las vías de Ceuta"

El humor, la humildad, la perseverancia, la cercanía, la bondad eran características que en Reduan Ben Zakour, tristísimamente fallecido, alcanzaban cotas de la altura más elevada porque su razón de ser radicaba en una esencia pura, nada forzada, que te ganaba y envolvía desde el primer instante, naturalidad, alma, pasión, corazón y autenticidad que te mostraban a qué dimensión puede llegar la belleza de la condición humana, y todo ello sin que él fuera plenamente consciente de su grandeza y categoría, como, de manera paradójica, así ocurría en cierta manera con su vestimenta, aunque de forma inversa, a la manera de los personajes de las novelas del Boom latinoamericano: era un caballero que vestía con harapos, un gentleman de ropa vieja; un seductor bajito, calvo y pobretón; un señor vertical de los pies a la cabeza.

A Benza era imposible no encontrarlo, a poco que uno saliera a dar un mínimo paseo, por algún rincón de Ceuta -allá en Benzú, está Benza, allá en Hadú, también, allá en la frontera, Benza, allá en...- con su gigante y pesada mochila a la espalda, que pareciera que lo iba a voltear de un instante a otro, con la cámara en la mano, ojo avizor siempre ante una realidad que no le superaba nunca, ni de primera mañana ni en plena madrugada, pues, al igual que ocurría con su capacidad para entender, renovarse y dominar la informática, pese a sus muy escasos conocimientos en la materia, tenía la enorme virtud de descifrar con intuición y acierto, y también con energía y entusiasmo juvenil, cada momento y suceso por complejo o ajeno que le fuera: un fotógrafo hecho en la calle, en horas y horas de guardia, tostado al sol o humedecido por el frío del invierno del norte de África; un periodista de zoco y cafetín, eminencia más allá de escuelas y doctrinas; el hombre que retrató a todos y cada uno de los ceutíes en algún momento de sus vidas, testigo de la sociedad caballa y su evolución y de un largo tiempo.

"El hombre que retrató a todos y cada uno de los ceutíes en algún momento de sus vidas, testigo de la sociedad caballa y su evolución y de un largo tiempo"

Disfrutón, romántico, gracioso, listo, solidario, coqueto, paternal, Benza parecía tener el secreto de la eterna juventud guardado en un frasquito como el del perfume que utilizaba, y sabía gozar de pequeños placeres de la vida, cada día cargándose tan contento sus bocatas de queso fresco y atún, recorriendo Ceuta de costa a costa, hablando del Madrid, o de cómo va avanzando Marruecos y lo bonita que se está poniendo, o de su familia, de la que era un patriarca desvivido y ejemplar, grabando audios o vídeos con cariño y bromas para mandarme junto a Javi Curado o Juanmi Armuña, tan destrozados por su pérdida, o descabezando un sueño efímero en la redacción del Decano, pero siempre, ya fuera por sus palabras, ya fuera por su silencio, ya fuera por su pose de druida ancestral, sentando cátedra y dando ejemplo de nobleza y bondad: que sigas ahora tu inabarcable y apasionante viaje por algún lugar, mi querido e inolvidable amigo, que en la leve tierra te vamos a seguir recordando, respetando y queriendo. Pero cambia de coche, eh, que esa patata no te lleva al destino anhelado. O sí.