“Queremos irnos de aquí, en el barco”

{jaimage crop="TR" /}Son conscientes de que sus prácticas son arriesgadas, pero también de que son varios los compañeros que les han llamado por teléfono para informarles de que ya están en la península. Un incentivo que motiva a un grupo de menores magrebíes a permanecer todos los días con sus respectivas noches en la avenida portuaria, escapándose de las aleatorias rondas policiales, ocultándose en instalaciones abandonadas o coches a los que acceden para convertirlos en su cama. Su número ronda la veintena pero sus caras van variando: los que consiguen colarse en los ferrys dejan el hueco a otros adolescentes que repudian vivir en el albergue de Hadú. Esta es la realidad que asoma en pleno puerto de Ceuta, en donde menores magrebíes burlan la protección que las instituciones deben dar al menor, en donde adolescentes de entre 14 y 16 años se codean con adultos con demasiados kilómetros a sus espaldas o auténticos niños. Todos con un mismo objetivo: llegar irregularmente a la península, pero con diferente grado de protección.
“Ayer algunos de nuestros amigos se fueron en el barco”, señalan en la charla que mantienen, en plena avenida portuaria, un grupo de estos menores. Con sus manos gesticulan la forma en que sus compatriotas consiguieron llegar hasta uno de los ferrys: agarrándose a las cuerdas que los amarran, trepando hasta llegar a introducirse, sin reparar en el riesgo que para sus vidas entraña lo que están haciendo. “Queremos irnos de aquí, en el barco, no tememos nada”, apuran.
Hay precedentes de otros compatriotas que han fallecido tras precipitarse al vacío cuando quería llegar, de la misma manera que estos adolescentes, hasta el interior de cualquiera de los barcos atracados en el puerto ceutí. Ellos saben de compañeros que han caído al agua, que han resultado heridos o que se han colado en buques y nunca más han sabido de su destino. Pero insisten en sus intentos. Enseñan incluso marcas de golpes sufridos en estos intentos de escapada.
La noche pasada se contabilizó en el puerto el rechazo de quince menores. Rechazarlos significa detectarlos e intentar interceptarlos para nada, porque si no quieren estar en el albergue de Hadú no se los puede ni detener ni obligar a pernoctar en un centro que, además, ellos ya conocen. “San Antonio no bueno”, dicen, denominando al actual albergue de la misma manera que se bautizó, hace ya años, a la vieja casa del Monte Hacho. Se quejan de que no tienen ropa, ni medios, mientras que los adultos sí que disponen de ello, así que prefieren vivir en la calle viviendo de lo que sea y como sea.
Las inmediaciones de las viejas oficinas que ocupara antiguamente Sanidad Exterior son el lugar en el que se concentra mayor número de adolescentes. Desde allí controlan uno de los atraques, el más pegado a una de las compañías navieras, lo que le sirve de trampolín para intentar colarse en el barco bien trepando por sus amarres o subiéndose hasta el techado de la estación marítima para acceder más fácil al barco.
Las presiones son constantes, día a día se producen intentos de entrada que parecen no tener solución. Hace un mes el Ministerio de Interior difundía que la presión en el puerto había descendido después de continuas redadas policiales. La realidad demuestra todo lo contrario. Sigue siendo la misma ya que el puerto significa hoy por hoy la vía de escape para muchos inmigrantes. También para adolescentes y niños, para los que no cabe reglas de protección alguna. Son la otra realidad paralela.