De un tiempo a esta parte, los garantes de la seguridad parece que han decidido por elegir un discurso con el que colocar la culpa de los delitos que están sucediendo en el propio ciudadano. Si roban, es por culpa de la víctima, que no se ha rodeado de las garantías mínimas para no ser objeto de ese ataque. Si agreden es también por culpa de la víctima, que quizá ha merodeado por los lugares por los que no debía. Si roban en un colegio, es culpa del Ministerio y los directores por no guardar celosamente el centro. Las quejas legítimas por la falta de seguridad no valen a ojos de quienes deberían garantizar que ese repunte no llegara a los límites que estamos sufriendo. Pero claro, hay que darle la vuelta a la tortilla y echar la culpa a la víctima por ser poco precavida y a quien difunde dichos sucesos porque parece ser que al hacerlo tiene algún interés torticero. Así está el patio.
El ciudadano, que de tonto no tiene un pelo, se ha convertido en un destacado analista de la situación. Nadie le puede engañar, ni tan siquiera ofreciendo estadísticas que pueden ser moldeadas como a uno más le guste. Es el truco del almendruco, no hay más historias. Aquí hemos vivido épocas en las que se nos negaba hasta el pan nuestro de cada día, aunque cada jornada nos lo llevábamos calentito a la boca. El poder juega a eso, a manejar a su antojo la situación, buscando que los demás le sigan el rollo... y si no... ¡zas!, la amenaza. Los círculos de presión que rodean al gran poder se encargarán del resto.
Se nos llena la boca hablando de democracia, de libertad, de respeto... pero cuando el ciudadano grita porque esto no funciona entonces nos convertimos en los dictadores peores que ha conocido este pueblo.