Espiar no está mal, pero que te espíen, jode. Cuando llegó mi familia a la casa donde aún vivimos, teníamos una vecina, férrea a los setos de separación de las dos propiedades , que todo el día andaba oteando, como un pirata. Los setos le servían de disculpa como en las películas, a los de la CIA, las furgonetas negras. Ella era –con todos sus defectos– de andar por casa, marujona y esgrimidora de frases recurrentes cuando la pillabas en plena acción de asomar cuello y testuz, como de “¿ese árbol que tienes ahí , no te da nada?”.
La vida de los demás nos excita hasta la depravación. Si no me creen, váyanse a un vivero y verán las colas que hacen, en los fines de semana, los que aún medio escapan de la crisis. De todas formas, no es ahora, que se caen las casas barrenadas por el poco dinero y el paro y la escasez de medios, sino en la burbuja inmobiliaria, donde las fortificaciones herbarias, para evitar el ojeo vecinal hacía, como tantas otras cosas, su agosto. Fíjense la que se formó con el espionaje a Alicia Camacho y la ex de Ferrusola y ahora la que le queda a la prensa con la Merkel y Obama, porque los mortales de caminar a dos patas somos más cutres y nos las vemos y nos las deseamos para que un juez nos dé una orden de alejamiento visual de una vecina coñazo. Porque la mía lo era, ya les adelanto, que la mala mujer hasta se subía en el techo de su casa para vislumbrar mi jardín, que saeteado de árboles, con el tiempo de crecimiento, le privaban de una visión que ella reclamaba como suya, porque había vivido ahí desde que su padre se lo había comprado por cuatro perras a un americano que se fue al mismo tiempo que el régimen de Franco.
Y es que la mala baba es arma poderosa, si no que se lo digan a la pobre Asunta, que tuvo la malísima suerte de ser genial y caer en malas manos, con tantas ganitas como hay en España de tener criaturas, no ya como ella, que se veía dada por los dioses para alegrar con su cerebro y espíritu inquieto cualquier cosa, sino de cualquier criatura que venga a rellenar corazones, que esperan con los brazos abiertos. Y es que hay mala sangre y mala gente , como mi vecina, que cuando encontró con la herencia del padre un sitio mas chachi y con más gente a la que dar por donde gotean los cantaros en Jaén, se fue y dejó aquello de picadero para sus hijos adolescentes, que nos enporraban cuando intentábamos hacer una barbacoa y nos ensordecían cuando intentábamos hacer la siesta , enchufando per venum setum el karaoque.
Luego, con el tiempo, la cosa mejoró y sólo venían al pijadero, que era de chicas descarriadas y sin dinero, que se aposentaban allí, orinándose entre las flores del jardín y haciendo la colada de bragas en las cercanías de donde jugaban mis hijos. La mala sangre que te entra se disipa con las denuncias y la gente entra en cintura y alquila, que la vida se puso fea y necesitó el dinero y entraron gente normal, con familias normales y la vida no necesitó setos altos, ni llamar a los locales, porque los niños tarados celebraban la victoria de España medio desnudos en el techo. Lo mismo el espionaje de los servicios secretos, aún con su dinero y sus intrigas, no tiene la misma esperanza de desgracia que los que andamos a dos patas. Lo mismo no son tan viscerales y hay más sangre o más tecnología, vete a saber, lo que sí es verdá es que a la gente le gusta jorobar al prójimo e hincarle un dedo en la retina y después, cuando tomas armas legales, que las hay para ello, dicen, como mi vecina, a pulmón abierto, pegada al seto, que “¿por qué le hacíamos esa faena a sus hijos?” de llamar a los locales para que nos dejaran tranquilos. Porque, para muchos, espiar está bien, dejar sin trabajo y sin dinero está bien y echarte de tu casa, de una u otra forma está bien y luego caen, como las grandes empresas, que no pueden sostenerse porque las casas de familia no tienen dinero para comprar sus productos y se quejan, amargamente, echándole la culpa a Doraemon, que para eso es gato y cósmico y tiene un pelín de cara de idiota...
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