Maravilla de espacios marinos plenos de belleza y magia son los cinturones de corales negros que rodean las islas en los archipiélagos atlánticos de las Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde. Hace un par de años publicamos un extenso artículo de divulgación científica explicando la importancia de los bosques de la especie de coral negro Antipathella wollastoni. Su historia natural es apasionante, y poder desentrañar estos secretos, está siendo uno de los mayores retos que tengo el enorme privilegio de enfrentar, junto a un nutrido grupo de colegas científicos canarios.
Esta especie, es, sin duda, el rasgo más característico y una de las claves fundamentales para considerar la unidad biogeográfica de la Macaronesia sumergida. Sencillamente es así porque forma paisajes que se repiten a lo largo y ancho del arco de islas y archipiélagos; es como si habláramos de la laurisilva o del paisaje costero dominado por plantas séricas propias de estos enclaves isleños. De hecho, es el principal bioconstructor mesofótico (ámbito ecológico en penumbra o con la luz del sol atenuada) entre los 50 y los 80 metros de profundidad, presente en todos estos grupos de islas. Este coral negro es muy versátil, se encuentra perfectamente adaptado al medio sumergido insular, donde es capaz de desarrollar densos bosques perennes en los que se refugian y proliferan un gran número de especies de peces, invertebrados y algas. El conocimiento de los paisajes sumergidos de Canarias, está aportando un aluvión de datos novedosos sobre hábitats antes desconocidos para la ciencia natural. Esto, está beneficiando mucho a la conservación de la biodiversidad marina del archipiélago, que además, tiene importantes consecuencias de transferencia del conocimiento, hacia el resto de sistemas isleños constitutivos de la región Macaronésica. Cuando se bucea en estos parajes, uno tiene la sensación de estar en un planeta desconocido, que se hoya por primera vez, pleno de arbolitos singulares, con apariencia de pinos de color ocre, y coronados por grandes nubes de pececitos de color rosáceos. Son los famosos “tres colas”, tan afamados entre los buceadores de las islas, que se limitan a observarnos bien curiosos, aunque siempre guardando una prudente distancia de seguridad. Los amables corales nos rozan con sus ramitas flexibles y ofrecen hospitalidad por un breve periodo de tiempo, sin pedir nada a cambio. Nos abren su follaje para mostrarnos las maravillas coloridas escondidas en sus bases y ramas. Este particular pinar sumergido, está animado por miles de pequeñas bocas tentaculadas que captan su alimento a favor de las corrientes marinas. En las islas más jóvenes los ejemplares de corales no suelen ser muy altos, pero, en las más antiguas, hay auténticos colosos que alcanzan varios metros de altura y muchos años de antigüedad. Son tesoros vivos de nuestras islas y necesitan mucha atención y planes que aseguren su supervivencia a largo plazo.
Estudios llevados a cabo en Ceuta, han puesto de manifiesto la presencia de restos de poblaciones de Antipathella wollastoni y su relación con el antiguo mar de Tetis. Junto a esto, recientes hallazgos llevados a cabo en Alborán, han mostrado, que existe una nueva especie del género Antipathella, acantonada en reductos de esta cuenca mediterránea, que refuerza mucho la idea del origen Jurásico de este curioso grupo de zoófitos, mucho antes de la apertura del océano Atlántico. Es muy posible que el género se desarrollara en las aguas del antiguo mar tropical antes de que se produjera su expansión atlántica. Los acontecimientos geológicos sucedidos en aquel remoto periodo geologico, debido a la deriva continental, y a la inundación de la nueva cuenca, cuentan una historia convulsa, jalonada con muchas transformaciones, que poco a poco, terminaron de configurar tanto el Mediterráneo como el Atlántico actuales. Y con esta nueva configuración geológica y geográfica, también la aparición de nuevos paisajes y la gran transformación de los antiguos ecosistemas tropicales tetianos, de los que hoy quedan restos aislados en el reciente Mediterráneo. El género Antipathella se mantuvo en el Mediterráneo prácticamente gracias a la persistencia de la especie Antipathella subpinnata, pero las otras especies de Antipathella que habitaron también en el mentado mar, perdieron su anterior posición ecológica. Sin embargo, aprovecharon su gran oportunidad, gracias a su acervo genético y ecológico, para expandirse en determinados archipiélagos volcánicos a lo largo del Atlántico nororiental de características subtropicales y tropicales.
Justo por debajo de este frondoso paisaje ecológico, a partir de los 80 metros, también aparecen fondos dominados por varias especies de corales negros, que se unen en perfecta armonía ecológica. La sensación de belleza es abrumadora y todo se vuelve más delicado e intensamente puro, tal es el efecto del aumento de diversidad de corales en el ambiente sumergido y en la visión del explorador. Si existe un adjetivo para calificar estos mundos sumergidos, este sería la pureza. El coral negro antes comentado, va disminuyendo sus poblaciones, y ahora comparte el espacio con grandes vergas (Stichopathes spp.) que producen espirales casi imposibles de asumir para un organismo vivo, y, justo en el estrato más bajo, se desarrollan unas delicadísimas ramitas blancas níveas, de las que solo apreciamos su máxima belleza cuando nos situamos bien cerca de ellas. De hecho, la mejor manera de disfrutar de su esplendor, es tumbarse completamente en el fondo y observar su perfecto diseño, dándole gracias al arquitecto celestial por tan sublime obra de arte. No obstante, no es menor su belleza a media distancia, si tenemos buenos focos que iluminen el ambiente. Con esta perspectiva, disfrutaremos de un jardín en suave movimiento, como si acabara de recibir una capa de escarcha invernal cerca del suelo marino, rodeado de los mentados pinos sumergidos, repartidos aquí y allá, y todo el paisaje custodiado por los altos, elevados, espiralados y voluptuosos ejemplares del género Stichopathes. Esto ocurre al menos entre los 80 y 100 metros de profundidad y no podemos descartar que en algunos puntos alcancen una mayor cota batimétrica. La penumbra de Canarias y de otras zonas de la Macaronesia, si bien están por definir y explorar adecuadamente, contienen paisajes de corales negros que caracterizan el ambiente a favor de la profundidad. Son el estrato más elevado del ecosistema mesofótico y los más notables bio-constructores junto con un nutrido sotobosque de especies de algas y de otros grupos zoológicos que están siendo estudiados en detalle para describir con profundidad científica estos paisajes irrepetibles. Podemos afirmar, que esta sucesión, se repite en Canarias, con mayor o menor densidad, en función del tipo de fondo y de las influencias e impactos naturales y antrópicos que soporten. Pero, una de las preguntas que debemos hacernos, es porque los corales negros dominan el paisaje sumergido. Por el momento, no podemos responder a todas las incógnitas, de hecho, nunca lo haremos del todo puesto que la ciencia es un juego de la poderosa razón que nos va llevando de una puerta a otra del conocimiento. Bendito juego eterno. Pero, si sabemos esta diversidad de corales negros provienen del antiguo mar de Tetis, y que han sido especies exitosas adaptándose a las islas volcánicas y sus propios impactos naturales derivados del vulcanismo. Han estado evolucionando con los propios cambios que propiciaban los archipiélagos y han sobrevivido hasta nuestros días aportando belleza, inspiración científico artística, recursos alimenticios y vida a raudales.
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