Opinión

Puestas de sol en ceuta

Los ceutíes estamos acostumbrados a ver esas bellas puestas de sol que, a veces, pueden contemplarse desde nuestra ciudad, cuando todo el horizonte se tiñe de un rojo intenso mientras esa estrella que nos alumbra y calienta va ocultándose en el horizonte, allá, entre Tarifa y los pies del gigante Atlante, ese Rey de los Dominios del Sol Poniente que, según la mitología, yace ahí, petrificado por obra de Perseo, hijo de Zeus, una preciosa leyenda que nos ha dado por relegar al olvido cuando llamamos vulgarmente a aquella montaña “la Mujer Muerta”, sin duda alguna confundiendo los brazos cruzados sobre el pecho con femeninos senos. Ya lo he escrito otras veces: la auténtica “Mujer Muerta”.no hay forma de verla desde aquí, porque está bastante más lejos, allá en la provincia de Segovia.
No sabemos lo que tenemos. Admiramos otros paisajes, mientras lo nuestro nos parece algo corriente. No es así, como voy a intentar demostrar refiriendo un par de anécdotas que viví , tratando con extranjeros, durante los años 50 del pasado siglo. Cuando comenzaba a hacer mis pinitos como abogado junto a mi padre.
Corría el año 1959 cuando atracó en nuestro puerto, para abastecerse de combustible, un buque de bandera panameña llamado “Alpha”, de unas 4.000 toneladas de desplazamiento. “Ybarrola”, la empresa suministradora de combustible más antigua de Ceuta, hoy desaparecida, lo esperaba con gran interés, ya que sus armadores le debían una fuerte suma por el abastecimiento de cientos de toneladas de gasoil que tomó en su anterior escala en nuestro puerto, de forma que desde el bufete de mi padre ya se había presentado ante el Juzgado una solicitud de embargo preventivo del buque, que se llevó a cabo nada más atracar en el muelle de la Puntilla.
Los acreedores del “Alpha” resultaron ser muchos, ya que fueron trabándose sucesivos reembargos, hasta el punto de que sus armadores decidieron repatriar a la tripulación, dejando solo un par de marineros en el buque, mientras su capitán, un nórdico llamado Carl T. Ostermann, fue a hospedarse en el Hotel Atlante, en ese bonito edificio sito en el Paseo de las Palmeras, esquina a la Plaza de África.
Pasaron unos meses hasta que el “Alpha” fue subastado judicialmente, adjudicándose por diez millones de Pesetas. Zarpó remolcado, para convertirlo en chatarra, y su ex-Capitán se fue, sin que haya vuelto a tener noticia de él.
Por los distintos trámites que Ostermann hubo de realizar ante el Juzgado y en las propias oficinas de “Ybarrola”, fui trabando cierta amistad con él, un maduro “bon vivant” aficionado a puros selectos y gran bebedor de cerveza, que había recorrido los siete mares más de una vez. Nos entendíamos en ese inglés elemental que usa la marina mercante para comunicarse a nivel mundial. Cierto día me sorprendió gratamente al decirme que, desde su ventana, en uno de los pisos altos del hotel, había visto “a very wonderfull sunset” -una verdaderamente maravillosa puesta de sol- que comparó con las de Hawai. Una de esas en las que el cielo se tiñe de rojo, de un rojo vivo que Ostermann calificó de “único”.
Pero hay más recuerdos lejanos; ya que dos años atrás recibimos en casa a un matrimonio italiano, de Bolonia, donde habían trabado amistad con mi hermano, cuando éste cursaba allí su doctorado en Derecho. A la tarde, salimos a dar una vuelta por nuestras calles, y llegando al Paseo de las Palmeras, me sorprendió la sincera exclamación de aquel hombre, dedicada a Pina, su esposa: “¡Guarda, Pina, guarda, che bel tramonto!” (¡Mira, Pina, mira que bella puesta de sol!) lo que gritaba una y otra vez señalando, entusiasmado, una de esos ocasos que aquí vemos como normales pero que, sin duda, asombran a quienes nos visitan. Aquel hombre no paraba, después, de fotografiar el magnífico espectáculo que nos estaba ofreciendo la naturaleza, gesticulando muy a lo “Vittorio de Sica”.
Tenemos unas vistas maravillosas, regalo de la Divina Providencia, que nadie nos podrá quitar.

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