Las áreas del lenguaje abarcan las regiones de los lóbulos frontal, temporal y parietal. La función del lenguaje se encuentra en un hemisferio del cerebro, que se llama hemisferio dominante. Típicamente, el hemisferio dominante del cerebro está en el lado opuesto a la mano dominante.
Estudios preliminares han sugerido que el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV-2), que es el agente etiológico de COVID-19, puede tener un neurotropismo potencial en humanos, aunque dicha característica aún no se ha demostrado de manera concluyente. Al igual que otros virus respiratorios, el SARS-CoV-2 puede llegar hasta el sistema nervioso central (SNC) a través de la sangre o a través de los nervios periféricos, como las terminaciones nerviosas del epitelio olfatorio de las fosas nasales. La hipótesis de la vía olfatoria para la neuroinvasión del SARS-CoV-2 se apoya en el hecho de que varios pacientes con infección por COVID-19 han experimentado disminución o pérdida total del olfato (hiposmia /anosmia) y alteración del sentido del gusto o disgeusia. El aspecto interesante de tal ruta (desde la cavidad nasal hasta el bulbo olfatorio, luego hacia la corteza cerebral y finalmente hacia el tronco encefálico) es la posible presencia del virus en el tronco encefálico, el cual contiene los núcleos de neuronas responsables de la respiración. De hecho, más de la mitad de los pacientes con infección por COVID-19 muestran dificultad respiratoria.
Un elevado número de estudios sugieren que el proceso patológico de la EP puede ser modulado (o iniciado) por virus u otros agentes patógenos. La primera evidencia de un posible vínculo entre virus y EP proviene de la epidemia de encefalitis letárgica, después del brote de influenza de 1918 (gripe española). En esa ocasión, casi todos los pacientes que tuvieron un episodio agudo de esta encefalitis desarrollaron parkinsonismo post-encefalítico, una condición que se parecía mucho al cuadro clínico de la EP. Se ha demostrado que la administración de dosis no letales del virus de la influenza H5N1, altamente patógena en las fosas nasales de ratones, indujo la activación de la microglía (células cerebrales que protegen y se relacionan con las neuronas) así como la fosforilación y agregación de la alfa-sinucleína en las áreas cerebrales infectadas por el virus, características de la EP. Los virus, además, persistieron mucho después de que se resolvió la infección. También se observó una pérdida significativa y duradera de neuronas dopaminérgicas en la sustancia negra pars compacta (SNpc), que se considera actualmente la causa de la EP. Finalmente, la hipótesis de que las infecciones virales pueden contribuir a la patogénesis de la EP no se limita al virus de la gripe, ya que algunos de los síntomas motores cardinales y las características de los tejidos cerebrales de la EP también se han asociado con otros virus (Virus Coxsackie, virus del Nilo Occidental, virus japonés de la encefalitis B, virus de la encefalitis de Saint Louis y VIH).
La prevalencia global de EP fue del 2 al 3% de la población de más de 65 años en 2017, y ese número alcanzará más de 14 millones de casos en todo el mundo para 2040, lo que hace que la EP sea el trastorno de más rápido crecimiento entre todos los trastornos neurológico. Tal crecimiento exponencial es sostenido por el envejecimiento continuo de la población. Independientemente de la EP, la esperanza de vida mundial ha aumentado aproximadamente seis años en los últimos dos años. Así, a medida que aumenta la longevidad, también lo hace el número de personas que viven con EP. De hecho, las últimas estimaciones sugieren que este número de EP está en aumento.
Aunque es demasiado pronto para sugerir qué resultados neurológicos a largo plazo pueden padecer los sobrevivientes de la infección por COVID-19, algunas pruebas pueden provenir de pandemias previas de virus respiratorios. Primero, dado que el SARS-CoV-2 puede inducir una reacción inflamatoria exagerada en pacientes con infección grave por COVID-19, es posible hipotetizar que la infección por SARS-CoV-2 podría ser un evento desencadenante de la cascada neurodegenerativa subyacente en la EP. Además, existen estudios que muestran que otros coronavirus humanos pueden permanecer latentes en los leucocitos y, por lo tanto, pueden ser propensos a producir infecciones latentes o persistentes del SNC.
Si bien los signos clínicos de parkinsonismo y EP no se han asociado con brotes previos de coronavirus, se han detectado anticuerpos anti-coronavirus en las muestras de personas con EP. Por otro lado, surge la pregunta de si los supervivientes de COVID-19 podrían representar una parte excesivamente grande de la futura población de pacientes con EP. Aunque la evidencia existente aún no es concluyente, en estudios anteriores se describió que las personas que nacieron o eran jóvenes en el momento del brote de influenza de 1918 tenían un riesgo de desarrollar EP de 2 a 3 veces mayor que los nacidos antes de 1888 o después de 1924.
La comunidad científica también puede ofrecer un rayo de esperanza en medio de la pandemia de COVID-19. Se ha descubierto que el tratamiento profiláctico con vacuna o terapia antiviral fue eficaz para proteger de la pérdida de neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra en ratones contra los efectos del virus de la gripe H1N1 y MPTP (una neurotoxina utilizada para inducir la EP en animales). Impulsado por la propagación de la pandemia de COVID-19, ahora se está realizando un esfuerzo mundial para encontrar vacunas y terapias viables contra el SARS-CoV-2.
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