En los últimos meses anda de actualidad el enorme clásico del gran maestro del suspense. Primero fueron las polémicas declaraciones de Kim Novak, molesta con la excesiva semejanza con la música de Vértigo de fragmentos de la oscarizada banda sonora de The artist, a lo que los responsables de la misma argumentaron con la siempre socorrida palabra “homenaje”. Por otro lado nos topamos ahora con el sondeo que cada diez años realiza la prestigiosa publicación británica Sight and Sound sobre la mejor película de la historia. Cincuenta años de reinado despótico llevaba Orson Welles con su Ciudadano Kane… hasta ahora. Vértigo, obra maestra (que no cumbre) de Alfred Hitchcock ha desbancado al tirano colocándose por primera vez en el número uno de las preferencias.
Por supuesto, cualquier encuesta posible es subjetiva y merece el caso justo (cabe recordar que el director británico jamás se llevó un oscar de la Academia por ninguna de sus brillantes producciones de minuciosa manufactura e ingenio inigualable), y quien suscribe no consideraría esta cinta como la mejor que ha visto, ni siquiera la mejor o más cautivadora del director, o el mejor trabajo de un siempre estupendo James Stewart que en esta ocasión evidencia algún defectillo si nos ponemos quisquillosos; pero el caso es que estamos hablando del cetro, de la mejor de todas, y la ocasión requiere lupa y meditar fríamente el asunto.
Sin embargo, en ninguna circunstancia lo mencionado pretende negar la evidencia de que estamos hablando de una grandiosa película con numerosos matices que portan una complejidad casi inviable hoy es en una película. Por supuesto, no podía ser de alguna otra forma, Vértigo es una cinta inquietante y magnética, con enorme dosis de suspense, aunque no se antojan “descubrir al asesino”, “ver el crimen” o “saber cómo lo ha perpetrado” las cuestiones de mayor relevancia. Su estética sicodélica y febril ya desde los coloridos títulos de crédito denota algo que va más allá de una película de intriga. Se trata de uno de los trabajos más personales de “Hitch”, en el que la trama se va desarrollando entrelazada con alguna de las manías y fetichismos más personales del autor. Numerosos planos de la nuca de James Stewart (adoraba las nucas, las consideraba inquietantes), una rubia platino de coprotagonista, por supuesto, y nada menos que Kim Novak, pero, por encima de todo, una libertad especial a la hora de mostrar al espectador sin pudor las aficiones “boyeurísticas” de Hitchcock, impregnando las escenas de vigilancia por encargo a la rubia excéntrica, o sus apetitos por las mujeres ajenas, como ocurre sin tapujos en el triángulo de los dos protagonistas y el marido preocupado por la extraña actitud de su esposa.
La muerte es el gran trasfondo, con especial interés hacia las obsesiones (con O mayúscula) humanas frente a la misma, y de ello va realmente esta película bastante después de ser desvelado el misterio, en esta ocasión sin temor alguno a ceder interés, ya que para entonces Hitchcock había logrado que la atención del espectador se desviase hacia otros lugares seleccionados con suma intencionalidad y enorme precisión. Mejor película de la historia o no, ya ven que resulta del todo argumento irrelevante para animarse a visionar o revisionar una obra que merece muchísimo la pena.
Por supuesto, cualquier encuesta posible es subjetiva y merece el caso justo (cabe recordar que el director británico jamás se llevó un oscar de la Academia por ninguna de sus brillantes producciones de minuciosa manufactura e ingenio inigualable), y quien suscribe no consideraría esta cinta como la mejor que ha visto, ni siquiera la mejor o más cautivadora del director, o el mejor trabajo de un siempre estupendo James Stewart que en esta ocasión evidencia algún defectillo si nos ponemos quisquillosos; pero el caso es que estamos hablando del cetro, de la mejor de todas, y la ocasión requiere lupa y meditar fríamente el asunto.
Sin embargo, en ninguna circunstancia lo mencionado pretende negar la evidencia de que estamos hablando de una grandiosa película con numerosos matices que portan una complejidad casi inviable hoy es en una película. Por supuesto, no podía ser de alguna otra forma, Vértigo es una cinta inquietante y magnética, con enorme dosis de suspense, aunque no se antojan “descubrir al asesino”, “ver el crimen” o “saber cómo lo ha perpetrado” las cuestiones de mayor relevancia. Su estética sicodélica y febril ya desde los coloridos títulos de crédito denota algo que va más allá de una película de intriga. Se trata de uno de los trabajos más personales de “Hitch”, en el que la trama se va desarrollando entrelazada con alguna de las manías y fetichismos más personales del autor. Numerosos planos de la nuca de James Stewart (adoraba las nucas, las consideraba inquietantes), una rubia platino de coprotagonista, por supuesto, y nada menos que Kim Novak, pero, por encima de todo, una libertad especial a la hora de mostrar al espectador sin pudor las aficiones “boyeurísticas” de Hitchcock, impregnando las escenas de vigilancia por encargo a la rubia excéntrica, o sus apetitos por las mujeres ajenas, como ocurre sin tapujos en el triángulo de los dos protagonistas y el marido preocupado por la extraña actitud de su esposa.
La muerte es el gran trasfondo, con especial interés hacia las obsesiones (con O mayúscula) humanas frente a la misma, y de ello va realmente esta película bastante después de ser desvelado el misterio, en esta ocasión sin temor alguno a ceder interés, ya que para entonces Hitchcock había logrado que la atención del espectador se desviase hacia otros lugares seleccionados con suma intencionalidad y enorme precisión. Mejor película de la historia o no, ya ven que resulta del todo argumento irrelevante para animarse a visionar o revisionar una obra que merece muchísimo la pena.
corleonne76@yahoo.es