Opinión

Provocando la desestabilización

El modo en que la sociedad ceutí está asimilando y gestionando la irrupción de la extrema derecha infunde pavor. Por momentos da la impresión de que se haya producido una pérdida de razón generalizada que nos aboca a un conflicto existencial catastrófico. Uno de los componentes esenciales de la ideología del odio es el racismo. La incuestionable superioridad de la raza blanca y de la cultura occidental, convierten a cualquier otra forma de ser o entender la vida en un potencial enemigo que es preciso combatir de manera expeditiva hasta su exterminio dentro de un perímetro patrio previamente sacralizado. Sobre este “ideal” se construye el armazón argumental de quienes aspiran a recuperar el modelo político imperante hace más de cinco siglos. Es tan nauseabundo como anacrónico. Y sin embargo, vemos con estupor cómo se está extendiendo paulatinamente hasta ocupar un lugar central en el debate político del país. El entreguismo incondicional de los partidos de derechas que “decían” ser demócratas (PP y Ciudadanos) a la causa neofascista, asumiendo sus infames postulados, actúa como un potente multiplicador. Entre las personas sensatas existe una gran preocupación porque aún no se conoce el alcance de la metástasis. Estamos viviendo un tiempo de inquietud e incertidumbre. Pero en Ceuta este fenómeno adquiere tintes verdaderamente dramáticos. Porque atenta directamente contra la piedra angular de la arquitectura social y con ello pone en peligro nuestra propia razón de ser. Que el racismo encuentre legitimidad social constituye, en sí mismo, una inconmensurable tragedia. Pero que esto suceda en un lugar como Ceuta, cuya configuración demográfica es prácticamente paritaria entre las dos comunidades que la integran (musulmanes y cristianos) es, sencillamente, un suicidio. Ceuta se sostiene sobre un equilibrio muy precario y vulnerable permanentemente amenazado. Y que sostenemos, apuntalamos y reconstruimos constantemente con mucho esfuerzo. Nuestra convivencia pacífica es milagrosa porque se desarrolla sobre una estructura social y política insultanteente asimétrica. De los cuatro grados de tolerancia definidos en función de la actitud hacia otra cultura (entusiasmo, curiosidad, indiferencia y resignación), la sociedad ceutí ha optado mayoritariamente por la resignación. “Puedes resignarte a la presencia de los otros y a sus formas de vida. Aunque las detestes, comprendes que no puedes hace nada para evitarlo y dejas que vivan su vida. Si te resignas a mi presencia, no me impedirás vivir o expresarme, aunque no te guste mi persona ni lo que hago. No seremos amigos, pero no estaremos tampoco directamente enfrentados, y eso a veces ya es suficiente para coexistir” (el entrecomillado corresponde a un libro de Roger-Pol Droit, “La tolerancia explicada a todo el mundo”). Lo que sucede es que esta modalidad de tolerancia es sumamente frágil porque carece de raíces profundas y se puede evaporar con mucha facilidad ante un cambio de condiciones objetivas, un hecho fortuito o un detonante psicológico. Por eso es una absoluta irresponsabilidad promover y alentar actitudes racistas. Porque estamos en el límite. El paso siguiente es la intolerancia. El infierno. Y es en este punto en el que la posición del PP local merece la más severa censura. No se puede anteponer un interés electoral particular y coyuntural a la supervivencia de Ceuta. No es justo que nos arrastren al abismo por unas desmedidas ansias de poder. ¿Es que ya no queda en ese partido nadie con un mínimo de sentido común y amor a Ceuta? El PP de Vivas se ha convertido en una especie de sucedáneo de Vox. Se han mimetizado tanto que resulta imposible distinguirlos. Y esta inocultable identificación entre ambos partidos está trasladando un mensaje letal. En un acto de Vox en Palma de Mallorca, los asistentes vociferaban entre aplausos “Moros, fuera” (así fue publicado en los medios de ámbito nacional). Aquí, en el acto de presentación “denunciaron” que estábamos ante una invasión islámica. Y en sus alocuciones habituales hablan de “reconquistar” España (que como todo el mundo sabe consistió en expulsar a los musulmanes). No es difícil entender lo que pretenden inculcar. Pues en este contexto, el Gobierno de la Ciudad se descuelga proponiendo una modificación legislativa para “endurecer” las condiciones para adquirir la nacionalidad a los extranjeros nacidos en Ceuta (…y así frenar la invasión). Como diciendo de manera sibilina “yo también estoy en la tarea”. La propuesta es una soberana estupidez que no se materializará en ningún caso. Ellos lo saben de sobra. Pero sí tiene un efecto claro entre la ciudadanía (un argumento más) en ese intento de construir en el imaginario colectivo la idea (racista) de que “los musulmanes son un peligro que hay que combatir”. Ese es su inconfesable objetivo. ¿No entienden en el PP el peligro que entraña esta deriva? ¿O no les importa? Un principio elemental de las dinámicas sociales establece que toda acción provoca una reacción (de naturaleza y dimensión imprevisibles). La extrema debilidad de nuestros cimientos no nos permite soportar un eventual proceso de desestabilización y enfrentamiento. Urge una fuerte dosis de sentido común democrático para nuestra Ciudad, antes de que esté todo perdido.

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