En una esquina olvidada de Ceuta, detrás de rejas oxidadas y muros que ya no disimulan el paso del tiempo, un buen número de perros espera. Espera con la mirada triste, con el cuerpo tembloroso en las frías noches y pasando mucho calor en los días calurosos de levante, con la esperanza rota de quien no entiende por qué siguen allí. Esperan obras que no llegan. Esperan compromisos que se repiten desde hace años, pero que nunca se convierten en realidad.
La Protectora de Animales de Ceuta lleva demasiado tiempo sosteniendo lo insostenible. Sus voluntarios lo dan todo, día tras día, entre turnos de trabajo y cuidados que apenas alcanzan. Pero no basta con el amor —aunque sobre—. Falta espacio. Falta dignidad. Faltan condiciones mínimas para acoger como se merecen a los animales que llegan, algunos heridos, otros abandonados, todos rotos.
Hay cachorros en jaulas improvisadas, perros mayores que no pueden moverse con libertad, animales que no pisan césped ni saben lo que es correr sin miedo.
¿Cómo sé le explica a estos pobres animales que el lugar que debería protegerlos no tiene con qué hacerlo?
Durante años, las autoridades han prometido mejoras: un nuevo refugio, zonas de esparcimiento, instalaciones adecuadas. Proyectos presentados con titulares llamativos, presupuestos anunciados en ruedas de prensa... Pero nunca ejecutados. Mientras tanto, los animales—los verdaderos protagonistas de esta historia— siguen pagando el precio del olvido institucional.
La situación, según denuncia la protectora, ya ha superado todos los límites de lo aceptable. No se trata solo de una deuda moral; es una emergencia. El hacinamiento, la falta de recursos, la imposibilidad de garantizar una cuarentena segura para los recién llegados... cada día que pasa sin que comiencen las obras es un día de sufrimiento evitable.
La ciudadanía responde cuando piden ayuda. Pero los que deben responder con hechos, siguen en silencio, insisten desde la organización. Y mientras tanto, sigue la espera. Perros que alguna vez fueron de alguien, otros que nunca conocieron un hogar, todos iguales en su derecho a una vida mejor.
La protectora no pide lujos. Pide respeto. Pide que se cumpla lo prometido. Pide que Ceuta sea una ciudad que no le dé la espalda a sus animales más vulnerables.
Porque las promesas no alimentan. No abrigan. No curan. Y porque ya es hora de que los ladridos no se pierdan entre burocracia y olvido.