Categorías: Opinión

Protección

Han pasado ya unos cuantos años desde que se ordenó la demolición del cuartel de las Heras. Corría prisa la construcción de una nueva Comandancia de la Guardia Civil y había que actuar a contrarreloj en el solar que se había designado para levantar la nueva casa cuartel. No se pudo tocar el pabellón que todavía se mantiene en pie al ser un Bien de Interés Cultural. Gracias a la advertencia de Septem Nostra las máquinas dejaron de actuar en la zona. En otras ocasiones no ha sido posible y el deseo especulador ha terminado por cargarse edificios que tenían su grado de protección mientras las autoridades miraban hacia otro lado.
Hoy ese pabellón ofrece la imagen del abandono, ocupado por menores y adultos sin papeles, convertido en foco de reunión para botellones improvisados, su degradación avanza ante la mirada de todos y, sobre todo, la de aquellos que tienen responsabilidad por velar por nuestro patrimonio. Llegará un momento en que este BIC será irrecuperable y entonces nos dirán que hay que tirarlo como en tantas otras ocasiones han hecho.
La política de rehabilitación no existe. El cuidado hacia nuestros bienes patrimoniales se ha reservado a escasos inmuebles, para el resto se aplica un auténtico castigo. Asusta comprobar cómo las distintas administraciones permiten que se muere nuestro rico patrimonio local, echando mano de las máquinas para llevarse todo por delante. Qué nos queda si no somos capaces de cuidar nuestro pasado.
No. No es solo dejación. Estoy segura de que aquí hay interés por satisfacer las pretensiones de algunos. No se puede ser tan torpe como para no captar las alertas que a diario emiten los medios de comunicación, los ciudadanos de manera individual, las asociaciones. Sí. Los responsables saben perfectamente que están dejando morir bienes que tienen la obligación de mimar, de atender, de rehabilitar. Pero no lo hacen. No lo hacen de manera interesada.
El pabellón de las Heras no aguantará más, como tampoco el castillo de San Amaro, o esas murallas que acompañan el camino hacia el Hacho, o esa cárcel de mujeres, esa Sirena... y tantos y tantos bienes que están dejando que se mueran para tener la justificación necesaria para su derribo. En cualquier ciudad que se precie se mima el pasado, se cuida al detalle lo que otros nos dejaron, la política de la máquina y el dinero no osa invadir la parcela del arte y de los sentimientos. Los responsables lo saben y los cadáveres patrimoniales aumentan paso a paso.

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