Hace pocas semanas escribí un artículo que titulé Panóptico. Me basaba en algo que hasta ese momento desconocía y que provenía de los utilitaristas. En concreto, del filósofo utilitarista Jeremy Bentham, que diseñó un tipo de arquitectura carcelaria llamada panóptico, que permitía que el guardián, guarecido en una torre central, pudiese observar a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales alrededor de la torre, sin que estos pudieran saber si eran observados. Esta idea había surgido de su hermano Samuel, un experimentado ingeniero naval, que lo que buscaba realmente era que un número reducido de capataces pudieran vigilar al mayor número de trabajadores posibles. Lo que Jeremy quería era trasladar dicho principio a la gestión de escuelas, fábricas, cárceles, e incluso hospitales.
Con este ingenioso relato, los economistas del MIT Daron Acemoglu y Simon Johnson, en su libro “Poder y Progreso”, nos introducían en un apasionante recorrido por la historia de la última Revolución Industrial, para trazar las similitudes con la revolución tecnológica en la que se encuentra en la actualidad la humanidad. Y cuando aún estoy inmerso en la lectura de este interesante libro, nos llega la noticia de que se les ha concedido el reciente Nobel de Economía, junto a James A. Robinson, de la Universidad de Chicago, por sus trabajos sobre cómo entender las diferencias que se generan en la prosperidad entre naciones.
Lo que la academia sueca resalta de estos investigadores son los estudios en los que se analiza por qué las sociedades donde el Estado de derecho no funciona de manera correcta son incapaces de generar crecimiento y prosperidad, poniendo el foco en aquellos territorios que han sufrido un proceso colonial. En aquellos países en los que se introdujeron instituciones inclusivas, se ayudó a generar prosperidad. Por tanto, las brechas de prosperidad entre naciones pueden deberse al funcionamiento de las instituciones políticas y económicas. Si son deficientes, no generan círculos virtuosos entre instituciones públicas y ciudadanía para fomentar un desarrollo inclusivo.
"Como estos economistas nos dicen en sus estudios, efectivamente, estamos mucho mejor que nuestros antepasados. Vivimos más tiempo y nuestro nivel de vida es más elevado"
En el libro “Poder y Progreso”, dos de los galardonados nos dicen que aunque muchos sostienen que nos dirigimos hacia un mundo mejor, al igual que ocurrió con la industrialización, sin embargo, los últimos mil años de nuestra historia están llenos de inventos que no nos trajeron una prosperidad compartida, sino el enriquecimiento inmenso de unos pocos. Igual que está ocurriendo hoy mismo.
Lo que sostienen los autores es que si gran parte de la población mundial vive mejor que nuestros antepasados fue porque la ciudadanía y los trabajadores de las primeras sociedades industriales se organizaron, cuestionaron las decisiones de la élite sobre la tecnología y las condiciones laborales y forzaron la creación de nuevos mecanismos para repartir de forma más igualitaria los beneficios derivados de la innovación.
En este sentido, estos economistas ofrecen en el libro una nueva interpretación de la economía política de la innovación y desafían el derrotismo de quienes asumen que el desarrollo técnico trae inevitablemente una concentración del poder y la riqueza. Por el contrario, piensan que estos avances pueden convertirse en una herramienta de empoderamiento y democratización. Podemos y debemos recuperar el control de la tecnología y redirigir la innovación para que vuelva a beneficiar a la mayoría.
Bajo mi punto de vista, este es el gran acierto de la academia sueca al conceder el Nobel de Economía de este año, al señalar a unos economistas que lejos de darlo todo por perdido, nos muestran la forma de que las naciones vuelvan a transitar por el camino de la prosperidad.
Como estos economistas nos dicen en sus estudios, efectivamente, estamos mucho mejor que nuestros antepasados. Vivimos más tiempo y nuestro nivel de vida es más elevado. Tenemos más comodidades y estamos más sanos. Pero la prosperidad generalizada no ha sido resultado de un proceso automático del progreso tecnológico, sino el fruto de los esfuerzos de nuestros antepasados para que los avances tecnológicos sirvieran a muchas más personas.