La jornada de huelga sufrida por los sindicatos el pasado miércoles ha resultado un despropósito en toda regla. Los sindicalistas se vieron forzados a reclamar, sin más, justificando el lugar que les corresponde en el abanico político, entre otras cosas porque nobleza obliga. Y lo más lamentable es que al final se han creído su propia historieta. Una fábula que ni el mismísimo Cándido Méndez era capaz de sostener. Me niego a creer que los sindicatos estuvieron convencidos en algún momento del éxito de la convocatoria. Mucho menos de que sería un triunfo sin precedentes comparable a aquella huelga que sí paralizó todo un país durante el reinado de González.
Pero establecer paralelismos entre Felipistas y Zapatistas está fuera de lugar. Las condiciones políticas eran totalmente distintas. Sobre todo el sentir de la ciudadanía. Pienso que el varapalo sindical no ha sido la huelga descafeinada, sino comprobar, cómo ya auguraba la periodista socialista María Antonia Iglesias, que los ciudadanos ni siquiera sienten empatía con los sindicatos.
Por eso es lamentable comprobar mediáticamente cómo se intentan maquillar los resultados, es más, cómo se pretende poner buena cara delante de los micrófonos cuando la realidad es completamente opuesta. Esta lealtad es la que consigue desmotivar y distanciar al ciudadano de cualquier acto político reivindicativo o similar. Máximo si anda en juego la nómina.
El mundo de la cultura, al que se intentó vincular contra el gobierno, no representaba un arco tan amplio como en otras ocasiones. Más bien no era un grupo demasiado significativo, cuanto más un grupo significativamente oportunista con un discurso soberanamente aburrido aunque completamente respetable.
La figura del empresario es demonizada por los sindicatos, es utilizada para disfrazar un tiro directo al gobierno. Y yo sigo preguntándome qué han hecho los líderes sindicalistas todos estos años atrás, qué seguimiento han tenido de estos “demonios explotadores”. Parece, y esto es algo que me gusta recalcar, como si hasta ahora no hubiesen existido contratos basuras, despidos improcedentes, horas extras sin contabilizar, triquiñuelas en los finiquitos, miedo a perder el puesto de trabajo. El maleficio capitalista parecía el principal enemigo de los sindicatos pero insisto, sólo parecía.
Lamentablemente la reforma laboral es absolutamente necesaria para agilizar la economía. Podría desgranar multitud de términos relacionados con las rentas, los recursos, las pymes, pero qué necesidad hay. El gobierno fue presionado hasta la sociedad porque el barco se hundía y los sindicatos han colaborado echando al agua las balsas salvavidas. Con las aguas en calma chicha.
La prensa titula la hazaña de fracaso general, sin más alternativas. La pescadilla se muerde la cola si nos referimos a los titulares del gobierno. La normalidad es la palabra más repetida en todos los medios para describir llanamente el día de huelga. Al final las ideologías se han alimentado de sus adversidades y el resultado ha sido un guiño correspondido. Los sindicatos han fracasado y el gobierno no le da importancia a un día que sólo ha representado un mero anécdota en su mural de fatalidades políticas
La derecha, silenciosa, han visto confirmados sus deseos de ver a los sindicatos sin una representación mayoritaria, por lo tanto, lo mires por donde lo mires, si hay un absoluto perdedor en este cuento no hace falta transcribirlo.
En cuanto al seguimiento localista pues nada nuevo en el convento. Con o sin servicios mínimos todo el mundo llegó a sus trabajos, con o sin ellos, Ceuta seguía siendo ese “crisol de culturas”.
Donde algunos comercios sin personalidad esperaban no sé a qué para terminar subiendo las persianas. Donde algunos negocios convirtieron la huelga en un día festivo, lejos de esos problemas que a veces tan falsamente distantes nos quedan.
Los sindicatos están obsoletos, comparecen cansados y se olvidan de todos esos empresarios que día a día intentan salir adelante con sus empleados.
Espero que ser sindicalista no se acabe traduciendo a otra forma tiránica empresarial disfrazada con una actitud progre que ya no convence a nadie.
Qué lectura real han hecho los sindicatos. Ninguna. El gobierno, la reforma sale adelante. La derecha, se frota las manos. Los ciudadanos, haciendo números para llegar a fin de mes. Nada distinto al martes o al jueves, o a hoy mismo.