Llevo pensando varios días en hacer una colaboración, que reflejara la presentación del libro sobre magia talismánica en la Ceuta del siglo XIII. Esta preciosa obra fue presentada hace unos días en la biblioteca pública del estado, y los autores (Jose Manuel Pérez-Rivera; Silvia Nogueras Vega y Virgilio Marínez Enamorado), tuvieron la sensible y bella idea de dedicárselo a mi querida esposa Pakiki Serrais. Con ello, también estaban reconociendo nuestra historia de amor y celebrando la amistad que nos une a todos; gracias Silvia por dedicarle las palabras tan sentidas y emocionadas a Pakiki.
Así estaba, con ganas de escribir algo que les agradara y reconociera su excelente trabajo, y lo tenía bien cerca, sin que en principio lo hubiera captado. Su libro habla de muchas cosas interesantes, pero desde mi punto de vista, sigue un hilo conductor que pretende ponernos frente a frente con nuestra verdadera naturaleza.
¿Que somos los seres humanos realmente?, de donde salimos y hacia donde nos dirigimos después de esta vida temporal. La magia ancestral, es consciente de las potencias insuperables que nos asisten, y por tanto, siempre ha tratado de dar respuestas a estas preguntas, y a crear puentes de comunicación entre el mundo visible y el invisible. Por todo ello, es lógico y pertinente, que nunca nos cansemos de celebrar a los que se marcharon antes que nosotros, pues la profunda huella que han dejado merece ese detenimiento y todo el amor de nuestro lado. Como diría San Agustín, sus almas están cercanas pero en el lado velado a la mayor parte de las personas, solo debemos esperar el afortunado reencuentro, cuando llegue a su fin y desenlace inevitable nuestro periplo por esta tierra maravillosa, pero no carente de angustias y pruebas.
Además este libro tiene mucho sentido para mí, pues compartimos un viaje al corazón de la magia marroquí, en la enigmática y provocadora localidad de Mulay Idriss Sarjum, muy cerca de Volubilis (Ualili). Un lugar propicio para el sincretismo, desde el comienzo de la andadura islámica en Marruecos, el maestro Idriss tuvo un difícil encuentro con los paganos residentes en la antigua ciudad romana y se refugió en lo que hoy día es su principal santuario. Estamos aquejados de múltiples idolatrías, desde nuestras primeras andaduras por esta tierra que nos alimenta y cobija.
Justamente, nuestra lógica fascinación por la creación natural, unida a sabernos una imponente anomalía entre el resto de criaturas, provoca que nuestro espíritu hambriento se haga preguntas y obtenga respuestas, aunque no siempre sean acertadas. La mayor parte del tiempo son bastante erróneas y provocan más descarrilamiento que orientación. Pero normalmente, siempre se persigue la trascendencia de este mundo, invocando a los dioses y a los poderes ocultos de la naturaleza y del cosmos. Todavía se celebran rituales de este corte pagano en esta ciudad santa de Marruecos, y aun veo, como son muchos, los que se defienden del mal de ojo comprando determinados amuletos en los hanus tradicionales. Sobre esto último, soy testigo habitual en la bella Chauen, también ciudad santa de Marruecos que ha dado valiosos maestros místicos al Islam, algunos enterrados en Egipto.
La mayor frustración del ser humano, es no comprenderse y tener una idea muy equivocada sobre sí mismo. El materialismo y el racionalismo en todas sus múltiples expresiones ha generado seres humanos enloquecidos por la durabilidad en este mundo, y por acumular todos los bienes que puedan en su corta vida. Los han convencido que solo existe esta efímera existencia, proclaman la supremacía consumista y el derecho a conseguir todo lo que la tecnología puede proporcionar, sin pensar en las consecuencias. El peor corolario que se extrae de este desnortado mensaje, es la consiguiente destrucción de muchos seres humanos por pura ignorancia; desaparecen de este mundo sin apenas haberse conocido propiamente. Estamos plenamente dotados de inteligencia y voluntad, creados para todo lo sublime. Sin embargo, muchos están adorando al accidente cósmico y a la nada como excusas para decaer hasta los más profundos abismos de oscuridad sin futuro alguno.
El conocimiento es algo propio de la condición humana, y cultivarse es siempre bueno en cualquier ámbito del saber que no sea deformante. Por ello, agradezco esta interesante contribución al conocimiento de nuestra historia ceutí en el entorno de Al Andalus y me atrevería a decir que en el propio devenir del ser humano.
Aunque no adoro a la naturaleza ni me postro ante ella, solo la estudio y amo profundamente como obra salida de las manos del creador. En ella, mi espíritu se eleva rápidamente y surge el misterioso encuentro con algo que capto y no puedo ver con estos ojos sensibles.
Aquí os dejo mi pequeño homenaje a vuestra magnífica obra con una modesto relato de hoy, escrito en un lugar que todavía olía a mi querida Pakiki, pues hicimos algunas excursiones que ya forman parte imborrable de mi alma.
Pierdo la ruta y aparezco en el Kouf de abajo, un pequeño aduar que no conocía con algunas casas cimentadas en la propia roca; hablo un rato con dos simpáticos hombres de manos curtidas de arar y ordeñar, Hamid y Mustafa, me indican que vuelva y retome la otra dirección hacia arriba y daré con el Kouf de arriba. Llego por fin, aparco en un pequeño terreno y empiezo la subida con mis dos perritos, mientras suena la llamada “adhan” al rezo del viernes al medio-día.
El fki deja el altavoz enchufado y voy disfrutando de su pausada homilía caldeado por el sol y la calma del viento a partes iguales. Es enero en el suave clima de las montañas del Hauzz, y me deleito en la tranquilidad y en el ambiente apacible de la aldea hauzzina con sus tejados de doble agua y sus paredes encaladas. Al fondo de mi subida el eterno presente en transformación de la bella dorsal caliza y en lontananza la península de la Abyla, y el Ras Taifor me parecen vigilantes perpetuos de la bahía donde las aguas recogidas por estas benditas montañas descargan sus sedimentos playeros. Solo falta la prima hermana por aparecer, la bella Anyera que destaca al norte como una prima hermana algo celosa. Estoy en el Hauzz central por eso puedo ver su parte norte y las estribaciones sureñas cercanas a Tetuán. Aquí se desarrollan hermosos bosques de tuyas, no en el resto de la dorsal, una rareza de belleza sin igual. Hay ejemplares de gran talla, algunos pasan los cinco metros de altura y gran espesura; teniendo en cuenta que se encuentran muy expuestos a los vientos, son de una talla muy considerable. En Cabo Negro (Ras Taifor) también hay, y al igual, tuvieron que ser abundantes en Ceuta hace muchos años. Al llegar a la acequia recuerdo un encuentro con serpientes y de repente el agua trae una bella voz sonora a mis oídos que me hace suspirar de amor nostálgico.
La paz que se respira te deja sordo por un tiempo. Soy consciente de transitar por senderos antiguos, vías de comunicación ancestrales entre todos estos pueblos diseminados; que unían el litoral mediterráneo con las frescas costas del estrecho. Continuo mi subida y Agrom se moja los pies en el pequeño canal de agua y pienso en el perfecto sistema natural de estas montañas que capturan las humedades y retienen las nubes para captar el agua de la atmósfera. Las sierras litorales tienen algo muy especial que se deriva de la suavidad aunque impredecible tiempo y de la belleza armoniosa que unifica la tierra con el mar. Subiendo hacia el paso que me llevará hacia la otra vertiente, advierto una singular silueta rocosa que recuerda a un personaje durmiente. Desde luego, algunas rocas constituyen auténticos hitos especiales para otras culturas más tribales y agarradas a la tierra y sus frutos.
No sería de extrañar que hubieran tenido culto pagano en otros tiempos, al fin y al cabo, estamos en un territorio de cultura rifeña, a pesar de haberse perdido la lengua. En Canarias, es típico que los aborígenes canarios, bien estudiado que pertenecían al gran tronco de las culturas líbico-bereberes, adorasen rocas emblemáticas como por ejemplo la de Idafe dentro de la Caldera de Taburiente en La Palma. Sigo subiendo hasta llegar al paso y se abre un panorama también espectacular con las montañas de Tetuán y el yebel Kelti al fondo ya en la Gomara. A la vuelta voy sujetando a Aman para que no corretee más a los novillos jóvenes, temo que alguna madre lo persiga y alcance.
Me siento un rato en las estribaciones de una mancha de bosque que mira hacia el oriente, escribo mis notas y hago algunas mediciones de temperatura, viento e inclinación del terreno; grabo también un pequeño video divulgativo sobre estas maravillas y me quedo mirando el paisaje. Veo toda la inmensidad del pantano de Smir que llenan de agua estas montañas y el precioso cabo majestuoso en un mar calmado, mi alma se reconforta por la jornada vivida y siento una paz indecible.