Las proyecciones que se hacen sobre el envejecimiento en España nos muestran que en 2020 habrá un 19,3% de la población con 65 años o más, y un 5,9% con 80 años o más. Para 2050 los porcentajes habrán pasado al 31,9 y 11,8, respectivamente. Si pensamos que a principios del siglo XX, estas mismas cifras se situaban en el 5,2% y el 0,6%, nos podremos percatar de la magnitud del problema. Es decir, España es un país envejecido.
Evidentemente, este es un éxito de los progresos de la medicina y de las condiciones de vida en las sociedades desarrolladas. Pero también acarrea un importante problema de limitaciones y disfuncionalidades en las personas, que ocasionará una situación de dependencia, visible mediante la pérdida de autonomía personal para la adecuada realización de tareas básicas de la vida diaria.
En estas circunstancias es pertinente preguntarse quién debe cuidar a los mayores y también formular distintas soluciones, dirigidas unas a la familia y otras a la atención externa o profesional. Por tanto, pretender conocer en qué medida influyen las condiciones de vida en el desarrollo de los cuidados profesionales prestados a personas mayores podría ser un importante objetivo de cualquier investigación al respecto que se precie.
Y justamente esta ha sido la pregunta que se planteó uno de los estudiantes del ya extinto programa de doctorado del Campus de Ceuta, Fernando Jimeno, a la hora de realizar su extensa y profunda investigación, que ha culminado con la lectura de su tesis doctoral en la Universidad de Granada, el pasado viernes, 24 de marzo, y que ha merecido la calificación de sobresaliente.
Durante su brillante exposición, hizo un repaso a los distintos modelos de atención a la dependencia que existen en el ámbito internacional. Por un lado nos habló del modelo denominado universal, vinculado a los países nórdicos, basado en un derecho de la ciudadanía, caracterizado por una elevada presencia profesional y un alto gasto público. En un lugar antagónico se encuentra el denominado modelo “asistencial” o mediterráneo, del sur de Europa, donde prima la atención familiar, con escasa presencia profesional y mínima repercusión en el gasto público. Un lugar intermedio lo ocupan los modelos de Seguridad Social, propios de la Europa central, que permiten la libertad de elección y se financian con cotizaciones sociales. Por último estarían los modelos liberales, propios del mundo anglosajón, donde el sector privado es el principal proveedor de servicios.
Después expuso los resultados de su modelo de estudio longitudinal que ha desarrollado, con datos de todas las Comunidades Autónomas, durante 12 anualidades. Ahí ha residido una de sus principales contribuciones a la investigación de la dependencia existentes en nuestro país. Han sido muy esclarecedores, pues son como una auténtica radiografía de la situación de la dependencia en España, antes de la última modificación legal realizada en 2012. Por un lado se detecta que en nuestro país, conforme avanza el crecimiento económico, se incrementan los servicios profesionales, frente a los cuidados familiares. De la misma forma, la variable soledad, con origen principal en la viudez, aparece como otro factor que influye en el incremento de demanda de servicios externos.
Desde un punto de vista más personal, la ausencia de estudios, curiosamente, aparece como un importante factor a favor de la atención profesional, al igual que lo hace el vivir en un entorno rural, quizás por el abandono de los jóvenes y la permanencia de los mayores en estos lugares. Sin embargo, la presencia de personas extranjeras en España aparece como un factor a favor de los cuidados domiciliarios, en lugar de los cuidados profesionales.
Se podrían seguir extrayendo conclusiones de bastante utilidad para la formulación de políticas públicas, aunque esto será mejor que lo hagan los responsables políticos, tras la lectura de trabajos como este. Sin embargo, sí es importante resaltar que el incremento de los cuidados profesionales para atender la dependencia ha supuesto un importante yacimiento de empleo, fundamentalmente para la profesión femenina, incluso en los peores años de la crisis económica (casi un 3% de ocupaciones respecto al total de la economía). Por tanto, un incremento del gasto público en materia de dependencia, aparte de una necesidad, supondría un significativo factor de crecimiento económico.
Desde un punto de vista más doméstico, con la lectura de esta tesis doctoral, y otras parecidas, se está cerrando, lamentablemente, un provechoso ciclo en nuestro Campus universitario, que a través de un programa de doctorado multidisciplinar, había conseguido dar satisfacción a los deseos investigadores de muchos profesionales de la Ciudad.
Frente a este viejo programa, lo que se nos ofrece es la supuesta “excelencia”, a través de costosos másteres, acotados a especialidades minoritarias y en los que solo pueden impartir docencia los “excelentes” profesores del grupo de amigos que los promueven. Es la herencia que nos han dejado los que, a consecuencia de su ignorancia, se han dedicado a fomentar el sectarismo, frente a la diversidad y la multidisciplinariedad.