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Principios e intereses de la diplomacia española sobre el Sáhara Occidental

El gran problema de los contenciosos de la diplomacia española radica en que constituyen una madeja inextricable, que no se puede o resulta muy difícil desenredar; una verdadera madeja sin cuenda, es decir, tremendamente entrelazada, en la que al tirar del hilo de cualquier diferendo no se deshace precisamente el ovillo sino que arrastra de manera inexorable a los otros dos, al estar indefectiblemente conexionados, enlazados.

Un enredo, una maraña, un embrollo, un zambullón, además no estático sino en continuo movimiento, derivado de las cuestiones que se pretenden desentrañar que son por naturaleza y por la evolución histórica, en imprecisable pero en alta medida, cambiantes.
Y junto al problema de fondo, se agiganta un considerable handicap, predicable de países con historias grandiosas y dramáticas y por tanto, con los ineludibles altibajos, el de venir marcados los contenciosos por el paso implacable del tiempo, por el transcurso del tiempo hábil. España ha ido dejando en cierto modo deteriorarse sus controversias sin abordarlas debidamente, hasta extremos de difícil reconducción, en lo que supone un enfoque un tanto simplificador aunque desde luego elocuente, que merecería por lo pronto el juicio de la historia.
El próximo 16 de octubre se conmemora el 40 aniversario de la proclama de Hassan II que daría lugar a la Marcha Verde. Aquella misma tarde del 16, cuando por la mañana el Tribunal Internacional de Justicia había pronunciado su dictamen sobre el Sáhara Occidental, sentando además las bases para la aplicación del principio de la autodeterminación, el monarca alauita no se arredra ante la derrota diplomática y pone en marcha la fase alternativa del plan Sáhara, preparado de antemano, anunciando al país que ¨nuestro derecho ha prevalecido de la manera más resplandeciente…por lo que no nos queda más que entrar en nuestra casa para encontrar a nuestros compatriotas¨. (La precisión es absoluta. Cualquier otra palabra y en especial la socorrida ¨hermanos¨, podía resultar equívoca por predicable a otras naciones; compatriotas es término excluyente: marroquíes iban a encontrar a marroquíes). Así comenzó la Marcha Verde, que partiría el 6 de noviembre hacia el ¨Sáhara reencontrado.¨
Y así hace cuatro décadas (¡ya cuarenta años!, que han permitido escribir al Elcano, nos tememos que con cierta dosis de exactitud, que  ¨en conjunto el asunto cada vez interesa menos a los españoles¨) que España intenta conjugar en el Sáhara Occidental, sin conseguirlo hasta el momento, la dialéctica de los principios y los intereses.
 Y ello, desde el primer momento. Es cierto que España se ocupó de los 335 compatriotas que allí quedaron, a los que pude censar, siendo felicitado y condecorado también por tan relevante misión, quizá una de las mayores operaciones de protección de españoles del siglo XX. Tras la salida el 28 de febrero de 1976, que debió de efectuarse el día antes a tenor de los acuerdos de Madrid, el gobierno español instauró un sistema para ocuparse de nuestras propiedades que pronto se demostró insuficiente en el tema de protección de nacionales y ello por definición: el territorio ya no dependía de España, se trataba de territorio extranjero a efectos operativos. Filosofía tan elemental pareció tardar sin embargo en ser asimilada por Madrid. Y aunque con retraso, desde enero de 1978 se me comenzó a desplazar ocasionalmente desde Rabat, siendo así el primer y único diplomático enviado en misión al Sáhara tras la salida de España. Pero, segundo, como se ha apostillado, ¨me ocupé de 335 españoles pero me olvidé de 75000 mil que también lo eran ¨. Pues bien, de esos ¨españoles de piel tostada¨, en la acuñación de Foxá, que ahora son muchos más con sus descendientes, ya es hora de ocuparse como corresponde y como demanda la exégesis universal del agotamiento del tiempo, porque de no ser así se estaría negando y renegando con absoluta impunidad de uno de los principios vertebradores de nuestra ortodoxia: cuatro décadas, ocho lustros, cuarenta años, exigen poner fin a la crónica trágica de generación y media de saharauis frustrada en la consecución de su patria, de su país, del Estado del Sáhara.
Por encima de las incorrecciones de diversa índole que llenan todos nuestros libros y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir y aunque España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o a pesar de eso mismo, a veces (aprovechamos para rectificar el ¨siempre¨ que indebidamente veníamos escribiendo en esta tesis nuestra ) ha dado la impresión de tener más dificultades que otros países similares para gestionar e incluso para definir y hasta para identificar, el interés nacional, aquí, sobre el Sáhara Occidental, el balance parece estar claro, al menos en principio.
Existe total unanimidad respecto de los intereses en Marruecos. Partiendo de la doctrina del ¨colchón de intereses¨ como amortiguador de las divergencias, creada por los diplomáticos Dezcallar y Moratinos, en los 80, se ha llegado en la actualidad a identificar los grandes intereses en tierras magrebíes, que sirven de gendarme indispensable, y que cubren desde el drama de la emigración ilegal y los tráficos irregulares (ya en 1976, yo puse sobre papel oficial en Rabat, la ¨urgente necesidad¨ de que se reunieran los ministros de Interior de España y Marruecos ante el fenómeno que ya despuntaba del tráfico de hachis) que tanto golpean a España por su inmediatez geográfica, hasta la amenaza terrorista, que tanto la golpeó el 11-M. Asimismo la importancia de los intereses económicos, con Marruecos como el segundo socio comercial de España, tras Estados Unidos, fuera de Europa, y por supuesto, el primer africano, como termina de recordar Gonzalo Escribano. Y por descontado, el principal y clásico argumento: congelar –postergar sería más preciso- el para Rabat objetivo vital, perenne y programáticamente irrenunciable, la  reivindicación de Ceuta y Melilla.
Desde el plano geopolítico, igualmente se esgrime la conveniencia de tener enfrente de Canarias un país estable, aliado y occidental, frente a la posibilidad de que el vecino fuera un país revolucionario y no alineado con las tesis occidentales. (Sin embargo en este punto no se debería ignorar que Marruecos viene actuando como un Estado expansionista por designio históricamente asumido, con lo que ello conlleva). Y en el plano internacional, la postura promarroquí resulta coincidente con el Grupo de Amigos y muy en particular con las dos potencias actuantes en la zona, Francia y Estados Unidos.
Por su parte, la opción saharaui vertebraría en mayor o menor medida todos o la mayoría de los siguientes intereses. El mantenimiento del idioma español; ventajosos acuerdos pesqueros y de cooperación en los recursos minerales; una amplia base comercial. El contar con una nación aliada enfrente de Canarias redundaría no sólo en el aspecto estratégico sino incluso en un cierto peso en la futura confederación magrebí, que a su vez se formaría antes ya que el irredentismo marroquí habría vuelto a sus cauces, como ocurrió con su fallida reivindicación de Mauritania. Y desde luego, el reconocimiento a la valiosa contribución española al principio del equilibrio regional en zona por tantos conceptos hipersensible.
Sin embargo, la mentalidad del tercer milenio en el mundo occidental excluye –o debería- la dialéctica principios-intereses, donde el supremo valor de los principios en cuanto paradigma de la civilización atlántica, que se quiere planetaria, no admite ningún tipo de confrontación. Primero, los principios; luego, lo que corresponda.
Pues bien, a España le corresponde hacer valer planteamiento tan elemental e incuestionable, por la sencilla y doble razón de que es el único país que une a su exclusiva responsabilidad histórica, es decir, título único, un segundo título que sin ser privativo español, sí lo ostentaría a título preferente, esto es, el de poder ejercitar una acción que desequilibre la contienda actual, el de hacer un movimiento encauzador en grado suficiente. En definitiva, el de lanzar un pronunciamiento en Naciones Unidas a favor de la causa saharaui. Esa sería la mejor, quizá la única vía, para poner fin a tan desgraciado y enconado conflicto. Hágase, pues.

Ángel Ballesteros - del Instituto de Estudios Ceutíes

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